Sáb 21.03.2015

CONTRATAPA

Kostantina

› Por Sandra Russo

Se llama Kostantina Kuneva; es búlgara, pero vive en Grecia desde hace años. En Bulgaria, antes de emigrar, trabajaba como profesora de historia. Cuando llegó a Atenas en 2001, buscando un tratamiento médico para uno de sus hijos, sólo consiguió trabajo como empleada de limpieza. Con el tiempo, Kostantina se convirtió en secretaria general del sindicato de trabajadores y trabajadoras domésticos y de la limpieza (Pekop) de Atica. Ahora es eurodiputada por Syriza, pero antes pasaron muchas cosas.

En el 2008, cuando todavía la hegemonía de los medios era aplastante, acá nos habíamos pasado todo el año entre vacas, toros Cleto, leche derramada, carpas en la plaza del Congreso, manifestaciones enormes de un lado y del otro, pantallas partidas entre “gente suelta” y “aparato” presuntamente pago. No éramos conscientes, ese año en el que el contexto mundial se nos ocultaba, de que había una crisis mayor que la argentina que se avecinaba, de que había un mundo revuelto y nauseoso que empezaba a mostrar signos de descomposición.

Todo ese año, 2008, aunque no lo hayamos leído ni hayamos reflexionado sobre eso, en Grecia la conflictividad social había ido en un vertiginoso aumento. Las medidas de austeridad daban sus primeros frutos de orfandad y de injusticia. Había protestas en las calles todos los días. Había represión. El 6 de diciembre de ese año, un policía mató a quemarropa al adolescente Alexis Grigoropoulos, de quince años. Después del asesinato estallaron en Atenas protestas multitudinarias. A los dos días, se habían extendido a todo el país. En un ensayo de Christos Memos, profesor de la University of New York –Grecia diciembre 2008: crisis, rebelión y esperanza–, se analiza ese recorte en el tiempo y se afirma que “el malestar griego fue un carnaval de los oprimidos, una lucha contra el capital y su Estado, una lucha por la humanidad y la dignidad. Y se concluye que esa lucha contuvo la semilla de lo ‘nuevo’, y creó nuevas formas de organización propia. Promovió el proyecto de autonomía social y permitió mantener un optimismo militante”. Es decir: estos acontecimientos fueron el antecedente colectivo del pujo que este año permitió la llegada al poder de Syriza.

En 2009, en ese país de diez millones de habitantes, el 21 por ciento de la población era pobre. Y sobre ese cuerpo social ya golpeado, fueron cayendo los ajustes y la austeridad. Justamente sobre ellos, los que, más austeros imposible. Con el asesinato del adolescente Alexis Grigoropoulos, un año antes, había salido a la luz un malestar social profundo y subterráneo. Se desencriptó. Hubo escenas de rabia, de impotencia y de enojo. La generación de ese adolescente, que es la que hoy tiene veintipico, adhirió a esa lucha y estuvo todo ese año en la calle.

En las protestas de 2008 participaron jóvenes desempleados, estudiantes, militantes de partidos de izquierda, trabajadores o empleados despedidos y sindicatos. Jugaron un papel especial los estudiantes. Fueron tomadas centenares de escuelas e institutos. Hubo incendios y refriegas cotidianas. Una de las que protestaba era la secretaria general del gremio de la limpieza, Kostantina Kuneva, que en ese entonces reclamaba además derechos para los trabajadores migrantes, como ella, que eran mayoría en el rubro de limpiadores. Ella ya había recibido varias amenazas, y las había atribuido a sus empleadores, la empresa Oikomet. El 22 de diciembre, se cumplieron. Cuando volvía a su casa, fue interceptada por un auto y alguien le arrojó ácido sulfúrico en la cara. Estuvo en coma varios días. Perdió la visión de un ojo. La cara le quedó llena de cicatrices. Tiene dificultad para hablar, porque le quedaron secuelas también en las cuerdas vocales. Fue sometida a más de treinta operaciones. En aquel momento, 2008, un comunicado de Amnistía Internacional afirmaba: “En la actualidad la policía está llevando a cabo una investigación criminal, aunque sus conclusiones iniciales indican que no es exhaustiva ni objetiva. Amnistía Internacional considera motivo de preocupación que la fase inicial de la investigación se centrase en información irrelevante sobre la vida privada de Kostantina, y no tuviese en cuenta su actividad sindical como posible motivo del ataque”.

Tenían razón. Al cumplirse un año del asesinato del adolescente Grigoropoulos y del ataque a Kostantina, otra mujer, Venetia Monalopoulou, trabajadora de limpieza del aeropuerto de Salónica y delegada sindical, también fue agredida con ácido. Hubo otros ataques similares ese año, uno de ellos al concluir una asamblea de mismo gremio, el Pekop. Esas agresiones que nunca terminaron de pasar al primer plano de la información de los grandes medios resumían el ataque a varias condiciones que reunían Kostantina, Venetia y las miles de trabajadoras de limpieza. Era un gremio resistido por los sindicatos tradicionales porque estaba integrado en su mayor parte –entre el 60 y el 70 por ciento– por mujeres, y encima mujeres extranjeras. Eran incorporadas por el sector privado y el público por sueldos menores a los 600 euros. No tenían derechos laborales. Procedían de Albania, Bulgaria, Rusia, Ucrania, entre otros territorios ya desechados por el centro del poder europeo.

Con el correr de los años, esas trabajadoras de limpieza siguieron dando su lucha, peleando al mismo tiempo por sus derechos en tanto trabajadoras, en tanto extranjeras y en tanto mujeres. Sumados los tres ítems, era la lucha de los débiles entre los débiles. Siguieron escarmentando. Cuatro años más tarde, en septiembre de 2013, 595 trabajadoras de limpieza del Ministerio de Finanzas fueron despedidas, un mes después de que sus sueldos fueran reducidos a más del 50 por ciento. Y desde entonces, se quedaron en la puerta del ministerio, sin parar de gritar un solo día.

Entre las primeras medidas que anunció hace un par de meses Alexis Tsipras estuvo la reincorporación de todas ellas. Pero ya antes, en 2014, al ganar parcialmente las elecciones al Parlamento Europeo, Syriza eligió a sus dos representantes con un ojo clínico histórico que define su carácter político. Envió a Bruselas a Manolis Glezos, que tiene 92 años y es veterano de guerra. Héroe, más bien. El y un compañero fueron quienes quitaron la esvástica nazi que ondeaba en la Acrópolis tras la ocupación. Y envió además a Bruselas a Kostantina Kuneva, cuyo rostro desfigurado y sus problemas para hablar nunca le impidieron, desde el ataque por el que no pagó nadie, seguir encarnando a lo más delgado del hilo, a esas criaturas sin ningún tipo de poder más que el de darse cuenta que son la mayoría, y actuar en consecuencia.

Hoy, Kostantina es la voz, aunque alterada por al ácido, de aquellos sobre los que el poder de la derecha global golpeó primero, la voz de los europeos de estirpe desahuciada, la voz de aquellos por los que fueron primero, antes de ir por todos los demás. Lo menos que podemos hacer por ella y ellos es enterarnos de su existencia.

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