Lun 20.10.2003

CONTRATAPA

Común denominador

› Por Eduardo Aliverti

Hay un hilo conductor en las noticias políticas que vienen sobresaliendo en la Argentina, en Latinoamérica y en buena parte del mundo desarrollado. Datos aparentemente tan inconexos, distantes y no equivalentes, como la situación en Bolivia; la designación de Eugenio Zaffaroni como nuevo juez de la Corte Suprema; la enésima detención del asesino Antonio Bussi; el malhumor creciente y parecería que irrefrenable contra las empresas de servicios públicos privatizadas; los reaccionarios venezolanos que no encuentran forma de tumbar a Hugo Chávez; la suspensión aquí de los ejercicios militares terrestres con Estados Unidos; el empantanamiento del imperialismo norteamericano en Irak, sólo por mencionar algunos aspectos de una lista que no sería inacabable pero sí mucho más extensa, demuestran que hay algo que por fin entró en crisis: el paradigma neoliberal. El pensamiento único. La vergüenza de cuestionar al orden establecido. El Fin de la Historia proclamado a comienzos de los ‘90. La anunciada victoria sin retorno de la derecha, en síntesis. No pasó.
Bolivia es uno de los hechos más demostrativos. No importa –centralmente– cómo vaya a resolverse el conflicto institucional, ni la división del liderazgo popular ni, siquiera, algún pronóstico dramático de aplastamiento por las armas de la rebelión obrera y campesina. Suceda lo que suceda, los bolivianos, eternos ignotos para la estructura informativa mundial, están en las calles jugándose la vida desde un concepto de nacionalismo ideológico que para el Imperio significa un mazazo en el hígado. Aunque subyazca en el levantamiento de las masas del Altiplano una de las distribuciones de la riqueza más regresivas de la Tierra, el disparador del enfrentamiento es impedir la exportación de gas a Estados Unidos sin que el Estado boliviano la coma ni la beba. Y a poco que uno se detenga en todos y cada uno de los episodios citados, se verá que desde el nombramiento de un juez progresista en la Corte Suprema de uno de los mayores antros de corrupción dejados por la banda liberal, hasta la seguidilla de militares otrora funcionales al sistema que continúan pasando por la cárcel; o hasta el repudio universal por la intervención yanqui en Bagdad y sucedáneos, y ni qué hablar de un casi 50 por ciento de la población argentina que según las últimas encuestas es partidaria de reestatizar las prestaciones esenciales, más otros detalles significativos del sentimiento europeo sobre el papel del Estado (avanti con el déficit público para reactivar la economía), por obra de diferentes vías ha retornado el cuestionamiento a la razón del privilegio. El espíritu crítico. La acción aún inorgánica pero acción al fin. A apenas diez años, o muy poco más, de haberse “decretado” la extinción de las ideologías.
Una recorrida como ésta, quedó dicho, se puede asemejar a una ensalada incompatible. Sin embargo, en todo caso, no lo es menos que aquella que una década atrás unía la ola derechista; la tolerancia a la corrupción bajo las estrofas del “roban pero hacen”; la Justicia como garante del modelo a cualquier costo; el indulto a los comandantes de la dictadura argentina; la furia privatizadora; la apertura indiscriminada de la economía al capital extranjero; el avance arrollador de la economía norteamericana; la fantasía primermundista del uno a uno, y así sucesivamente hasta completar el manual del “todo terminó y de aquí en adelante no hay más nada que discutir”. Visto en retrospectiva parece la animalada intelectual que efectivamente es, pero observado en aquel momento (uno de los más terribles de la historia respecto de las luchas y aspiraciones de los oprimidos) no es justificable aunque sí comprensiblela cantidad de gente que se rindió, en todos los terrenos, frente a esos cantos de sirena.
También ahora sería una grave confusión incurrir a las apuradas en el entusiasmo contrario. Después de todo, sólo ocurrió la demostración de una obviedad: que la Historia sigue girando. Y además, el infantilismo revolucionario de algunas miradas no advierte que, en realidad, se está mucho más cerca de consolidar un proyecto de recomposición de la burguesía, encarnado en el mayor protagonismo estatal y en el asentamiento de los bloques regionales, que de poner patas para arriba la dominación de clases y, por ende, la injusticia social. El ejemplo del 19 y 20 de diciembre del 2001, en la Argentina, debería bastar para entender que las ilusiones se concretan si hay una herramienta política que las sustente. El país no está peor que entonces y es cierto que se “salió” de la crisis impidiendo el retorno del más patético de los escenarios –la vuelta de la rata– y con algunos componentes de reparación. Empero, objetivamente, el “que se vayan todos” mutó a “volvieron casi todos” justamente por ausencia de aquel elemento aglutinador, en términos de claridad ideológica y de capacidad de liderazgo. Y como si poco fuera, volvieron con el aval de los votos. Por más que sea una verdad de Perogrullo, conviene subrayar entonces que no hay ninguna victoria concretada para las necesidades de las mayorías. Ni aquí ni en ninguna parte. Lo que hay es la muy buena noticia de que se detuvo la ofensiva arrolladora de una derecha creída y visualizada como invencible. Y el alerta, otra vez, de que es nada menos y también nada más que eso. Las fuerzas del campo popular, en cualesquiera de sus expresiones, harían bien en tomar nota de ambos diagnósticos. Porque se puede estar tanto a la puerta de una efectiva reconquista de las utopías, como a la de una nueva ingenuidad. Será una cosa o la otra según sea el grado de lucidez y compromiso militante. Lo de siempre: fácil de explicar y tremendamente complejo para implementar. La urgencia necesaria en esa dirección, bien que no suficiente, es la vocación de unidad. Una materia en la que, con pocas excepciones, la izquierda y el progresismo argentinos siguen mostrándose en pañales.

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