Sáb 25.10.2003

CONTRATAPA

Una calle para Soriano

› Por Osvaldo Bayer

Una gran alegría sentimos cuando el representante del Concejo Deliberante de Tandil anunció que una calle de esa ciudad se iba a llamar Osvaldo Soriano. Habíamos concurrido a la Feria del Libro de esa ciudad para recordar la vida y la obra de ese escritor tan profundamente argentino y a la vez colega que fue nuestro amigo. Di Paola, el dibujante Rep y yo hablamos y hablamos durante dos horas enteras entre las lágrimas y las risas resonantes del público tandilero. Hasta que de pronto ocupó el micrófono el secretario de Cultura de Tandil e hizo el anuncio: la ciudad de las sierras iba a rendir homenaje al escritor que tantos años había vivido bajo su cielo, que tantas veces había recorrido sus calles, que había jugado al fútbol en sus potreros y que había comenzado a escribir unas páginas tan profundas y populares. Dijo: “Nacido en Mar del Plata un 6 de enero del ‘43, vivió en todas partes y en todos lados: anduvo por San Luis, Río Cuarto, Tandil y Cipolletti, Bélgica y París, hasta buscar descanso para siempre en Buenos Aires”.
En Tandil hizo teatro, descubrió que escribiendo las crónicas deportivas podía ganarse la vida y comenzó a devorar libros que le seleccionaba su amigo Juan Campagnole. Tecleando pasó por El Eco de Tandil, Actividades, Primera Plana, Semana Gráfica, Panorama, La Opinión y El Cronista. Paseó su pluma por las redacciones de Humor y Crisis y fue miembro fundador de Página/12. Además de casi ocho años de vivir en tierras europeas durante la dictadura. “Resulta difícil –agregó el orador– de cualquier manera hacer un perfil del escritor argentino más popular de los últimos tiempos. Faltaría decir que decía ser perezoso y laburaba como un negro, que era un fabulador empedernido y también que estaba enamorado de sus palabras.” “Tandil –finalizó– tuvo el privilegio de cobijar a tan reconocido personaje de nuestra historia cultural, quien supo cosechar gran cantidad de amigos que hasta hoy lo recuerdan resaltando lo mejor de su persona.”
Después de conocer la buena nueva, los aplausos no terminaron más. La emoción y el cariño se expresaron abiertamente. Hasta que llegó la polémica. Lectores jóvenes querían saber por qué los llamados “intelectuales académicos” siempre trataron de no dar importancia a Soriano como escritor. Uno leyó partes del escrito de José Pablo Feinmann que acaba de aparecer como prólogo de la nueva edición de No habrá más penas ni olvido de Soriano. Dice Feinmann: “Alguna vez habrá que revisar las valoraciones de los operadores de la universidad alfonsinista de los ‘80 que, entre otras cosas, eligieron a Soriano blanco dilecto de sus agravios. La economía expresiva del autor se tomó como pobreza de lenguaje, como escritura fácil, como sencillismo. Escribe el filósofo Raúl Cerdeira: ‘A las revistas Punto de Vista, La ciudad futura, El club socialista, en definitiva, al alfonsinismo, le asignaron los laureles de la democracia que después de un arrepentimiento público por las locuras de la juventud y de escupir una y mil veces sobre la tumba del viejo Marx, fueron premiados con todo el aparato cultural de la Universidad de Buenos Aires’. Fueron los pequeños discípulos –continúa Feinmann– de tan vastos maestros quienes se arrojaron sobre el lenguaje de Soriano y sus historias ‘sencillistas’. No fue un odio liviano, pasajero. En los ‘80 cundía el pensamiento débil de la posmodernidad pero en los odios, exclusiones y silencios, los espacios se defendían y se conquistaban a dentelladas. De Soriano, a seis años de su muerte, se publican sus obras completas. Sin embargo, no le hicieron fácil la vida. Jamás diría –como algunos dicen– que lo mataron, pero siempre que les fue posible pusieron veneno, abundante, en su café”.
A pocas semanas de su muerte, recuerdo que hablé con Soriano quien me dijo, muy triste, que en la cátedra de Literatura de Filosofía y Letras, lo habían invitado para preguntarle: “Señor Soriano, ¿qué estudios tiene usted?” y él respondió: “Tercer año nacional”. Lo que provocó risitas, guiños y gestos entre los académicos. Y le respondí de inmediato: “No importa Osvaldo, te haremos un desagravio en el aula magna”. Lo preparamos, pero era ya la hora de la muerte, y Soriano dejó la vida. Aunque le hicimos igual ese homenaje. Lo invité al acto a Ricardo Piglia, escritor y docente universitario, quien comenzó su discurso diciendo: “Los cuatro más grandes escritores argentinos no se recibieron de bachiller: Sarmiento, José Hernández, Roberto Arlt y Jorge Luis Borges”. Estaba todo dicho.
Muy pronto Soriano volverá a pasar por su querida Tandil y recorrerá su calle. Mirará detenidamente las casas y escuchará atentamente las conversaciones de los vecinos. Estará siempre allí y se reirá a carcajadas con sus compañeros del tercer año nacional. Pero no queremos quedarnos en esto. Quisiéramos sacar otras conclusiones en nombre de Soriano. En Tandil vimos con tristeza y pena que una calle lleva el nombre del coronel Rauch, el mercenario europeo alquilado por Rivadavia para eliminar a los indios ranqueles, dueños y señores de aquellas bellas tierras. A tanto por cabeza, el militar con uniforme europeo cumplió la orden. Degollaba a los auténticos hijos de la tierra. En uno de sus partes dice: “Hoy, por ahorrar balas, degollamos a 27 ranqueles”. “Primero yo matar a los indios malos y luego a los indios buenos”, decía en su media lengua.
Todo por la paga y por cumplir con los blancos que querían y que se quedaron con la tierra y por eso adornaron con el nombre del genocida a una ciudad y las calles de toda la zona. Rauch fue además quien le entregó Dorrego a Lavalle para que éste lo fusilara. Por eso, todavía un pedido al Concejo Deliberante y al pueblo de Tandil: Tiren a la basura ese nombre, sáquenlo de las calles. Es un deshonor si al mismo tiempo que ponen el nombre de Soriano, dejan al asesino. Si no lo hacen, Soriano se va a negar a recorrer sus queridas calles.
De paso, pareciera que en la Argentina soplan aires de justicia y de vergüenza. Al mismo tiempo que luchamos por eliminar el nombre de Rauch de la ciudad con su nombre y de las calles bonaerenses un grupo de jóvenes lucha aquí en la Capital por terminar con el nombre de Coronel Ramón L. Falcón a esa plaza (Benedetti y Falcón) para proponer un nuevo nombre y no al del autor de la masacre de Plaza Lorca, donde atacó impunemente a la asamblea obrera del 1º de mayo de 1909 que solicitaba algo absolutamente justo: las ocho horas de trabajo. Sin que hubiera ningún incidente, el coronel ordenó el cobarde ataque con armas de fuego y el ataque de la caballería. Ahora, esos jóvenes vecinos, el domingo 2 de noviembre a las 15 horas, pondrán urnas en la plaza para que el pueblo elija el nombre de un benefactor de la humanidad contra el del represor y asesino de uniforme. El segundo paso sería eliminar también ese nombre manchado de sangre de la actual calle Ramón Falcón. Total, ya tiene ese coronel el nombre de la Escuela de Policía, del cual han salido todos esos ejemplares que hoy llenan las páginas del delito.
Que el pueblo elija cómo deben llamarse sus plazas y no aceptar ese nombre que fue impuesto todavía por una Argentina que no conocía la democracia, la del gobierno de Figueroa Alcorta. Recordemos a las víctimas obreras, aquellos trabajadores que salieron valientemente a la calle para reclamar por sus legítimos derechos.
Si en Tandil Soriano va a agradecer la eliminación del nombre de Rauch, en Buenos Aires lo haría Raúl González Tuñón, el poeta de todos los barrios porteños y de los habitantes humildes. Hay que abrir el camino a la Etica, para que triunfe siempre.

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