CONTRATAPA
Pantanos
› Por Juan Gelman
El presidente Bush bautizó “cruzada” su guerra contra “los malvados” de Irak y Afganistán. Un libro reciente del general Wesley Clark anuncia que en los próximos cuatro años EE.UU. se encargará de los “malvados” de Siria, Líbano, Libia, Irán, Somalía y Sudán. Curiosamente, todos son países de profesión de fe musulmana. Menos curiosamente, varios de ellos producen petróleo o cuentan con grandes yacimientos no explotados todavía. Contrasta esta dirección antiislámica de la llamada guerra antiterrorista con la casi indiferencia que Washington obsequia a las decenas de grupos de terroristas blancos y cristianos organizados en su propio país. El teniente general William Boykin, vice del subsecretario del Pentágono encargado de la inteligencia, es un “cruzado” distinguido que no calla lo que piensa. Hace un par de semanas declaró que los musulmanes adoran a un ídolo y no a “un Dios verdadero”.
El general suele predicar de uniforme ante congregaciones religiosas. El pasado junio proclamó en Oregón que EE.UU. “es una nación cristiana, porque nuestros fundamentos y nuestras raíces son judeo-cristianas... El enemigo que se alzó contra nuestra nación es un enemigo espiritual. Se llama Satán”. Boykin no será ni siquiera amonestado, aunque Bush hijo tomó distancia del general y aclaró durante su gira asiática que el Islam es “una religión pacífica basada en el respeto y la tolerancia”. Pero cómo sancionar a un general cristiano fundamentalista que supo decir “George Bush no fue elegido por una mayoría de votantes, fue designado por Dios”: el propio Bush cree lo mismo.
Stephen Mansfield es autor de un libro sobre la trayectoria religiosa del ocupante de la Casa Blanca que se titula The Faith of George W. Bush. Allí cuenta que “en el 2000, año de las elecciones, Bush le dijo a James Robinson, predicador de Texas que es uno de sus guías espirituales: ‘Siento que Dios quiere que yo sea candidato a presidente. No lo puedo explicar, pero siento que el país va a necesitarme... Sé que no será fácil para mí o para mi familia, pero Dios quiere que lo haga”. Claro que la voluntad divina tuvo en este caso la ayuda más bien laica de los jueces de Florida que sancionaron el fraude que ungió a Bush. Mansfield describe también una escena rara: “Algunos asistentes lo encontraron cara al piso rezando en la Oficina Oval. Trascendió que (Bush) se negó a comer dulces mientras las tropas norteamericanas invadían Irak”. Se ignora si esta dietita apresuró la caída de Saddam Hussein.
Se sabe, en cambio, que “la guerra corta y fácil” que prometió el mandatario yanqui no logra ser ni lo uno ni lo otro. Se habrá podido palpar la sin duda espesa lividez del jefe del Pentágono Donald Rumsfeld cuando el miércoles último leyó en la primera plana de USA Today el memorándum secreto de fecha 16 de octubre que había redactado y sometido al examen de cuatro de sus asesores de mayor jerarquía, Paul Wolfowitz entre ellos. Este texto contiene más preguntas que respuestas y contradice el optimismo declaratorio que Rumsfeld despliega cuando se refiere a las operaciones en Irak y Afganistán. “¿Estados Unidos está ganando o perdiendo la guerra mundial contra el terrorismo?”, interroga la primera frase del documento. “¿Nuestra situación presente es tal que ‘cuanto más trabajamos, más retrocedemos’? Está claro que la coalición puede ganar en Afganistán e Irak de una manera u otra, pero será un empeño trabajoso, largo y duro.” Rumsfeld descarta “la posibilidad de cambiar el Departamento de Defensa con la rapidez necesaria para pelear con éxito la guerra mundial contra el terror”, cuestión que califica de central. Habla en términos costos-beneficios: “La relación nos es contraria. Nuestros costos suman billones, los de los terroristas, millones”. El decaimiento de este halcón-gallina no carece de justificación. El comandante en jefe de las tropas invasoras, teniente general Ricardo Sánchez, precisó el martes 21/10 que aumenta el promedio diario de ataques guerrilleros: de 20 a 25, se había elevado a 35 en las tres semanas anteriores. Al jueves 23/10, los atentados han cobrado la vida de 105 efectivos estadounidenses desde que el 1º de mayo Bush declaró oficialmente el fin de la guerra. Preocupa al Pentágono el hecho de que la resistencia no se limita ya al triángulo sunita alrededor de Bagdad donde habitan los correligionarios del dictador derrocado y se extiende en los territorios de población chiíta. Algo explicable: Human Rights Watch ha denunciado que crece el número de civiles iraquíes muertos en el allanamiento de sus casas o en retenes militares no siempre bien señalizados cuyo personal dispara a quemarropa. Las tropas ocupantes transgreden sin miramientos la antigua cultura de los ocupados. El martes 21/10 miles de trabajadores gritaban “Abajo Estados Unidos” frente al Ministerio del Petróleo en Bagdad: efectivos yanquis habían esposado y expuesto durante una hora al sol ardiente bagdadí a una empleada que se negó a ser olfateada por perros husmeadores de explosivos. Para el Islam el perro es un animal impuro. Michael Gregory, corresponsal de Reuters que presenció el incidente, recogió esta frase de un trabajador: “No queremos que se vayan los perros solamente. No queremos que se quede ni uno de los perros que sujetan a los perros”.
En tanto, el jefe del Pentágono se pregunta por qué el neosueño imperial se empantana en Irak. Y nadie sabe qué escucha sobre el tema Bush de Dios.