CONTRATAPA
Dulces sueños
› Por Rodrigo Fresán
UNO La semana pasada no faltaron los futbófilos –esos que piensan que la filosofía que mueve al mundo gira alrededor de una pelota– asegurando con esa ocurrente imaginería de siempre que “la muerte le hizo un penal” a Manuel Vázquez Montalbán en el aeropuerto de Bangkok cuando volvía rápido y preocupado por llegar a un partido de su Barça querido en el Camp Nou. Verdadero o falso, el Barça le dedicó la noche a Vázquez Montalbán y –como corresponde– el Barça perdió. Y como el Barça perdió contra el Deportivo de La Coruña –apuntó otro futbófilo– la cosa no fue tan grave porque, después de todo, esta victoria de algún modo honraba también las raíces gallegas del escritor. Digan lo que digan, es una suerte que el escritor haya muerto lejos del domingo siguiente –de este domingo que pasó– cuando el PSOE perdió en Madrid el replay de unas elecciones que ya había ganado en mayo y cuyo triunfo no pudo asumir en junio porque dos de sus diputados faltaron a propósito el día de la magna ceremonia y no hubo quórum y esas cosas de la política. Y así –para compaginar fútbol con política– el Barça vendría a ser una especie de izquierda de pelota pinchada comparado con el rabioso y triunfante liberalismo galáctico del Real Madrid.
En cualquier caso, el domingo llovía y hacía frío en Barcelona y cuando entré a ver Soñadores –la nueva película de Bernardo Bertolucci– las primeras mesas escrutadas afirmaban que en Madrid iba ganando el PSOE. Cuando salí de ver Soñadores el PP había ganado la Comunidad de Madrid y aquí no ha pasado nada, porque las encuestas ya lo habían pronosticado y después de todo, después del escandalete de los diputados “tránsfugas”, los mismos socialistas ya estaban resignados a una derrota mucho más estrepitosa y, finalmente, el PP había ganado por unos pocos votos en el último minuto del partido político entre los dos partidos políticos. Y la verdad que yo no me preocupé demasiado por un nuevo revés de la Izquierda porque, por una vez, no me sentía desconcertado por los resultados de estos comicios y –juro que después de haber visto Soñadores de Bertolucci– ya jamás volverá a extrañarme ningún sueño roto o utopía malograda. Y, a propósito, ya es hora de aclararlo: mi Diccionario de la Real Academia Española aclara que utopía significa “Plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación”. Así que memorándum a cantautores, poetas y almas sensibles manuchaoísticas, entiéndanlo de una buena vez por todas: utopía es una palabra de polaridad ne-ga-ti-va.
DOS Soñadores transcurre en los epifánicos –y el tiempo ha probado que también utópicos– días que condujeron a aquel mítico Mayo del ‘68. Soñadores viene cosechando excelentes críticas en donde se estrena. Soñadores es, también, una de las películas más irritantes que jamás haya visto quien firma esto. Aclaro que no soy el único; y se hace muy fácil comprobarlo realizando el siguiente test: alcanza con decir Soñadores en voz alta dentro de un grupo de amigos y se identificará fácilmente –por ciertas contorsiones faciales– a todo aquel que se ha sentado en la oscuridad a padecerla. Soñadores aspira a fresco histórico y finalmente se queda en recalentado parque temático nouvelle vague (como lo fue la intragable El pequeño buda a la hora de la new age zen) narrando una historia donde todos los más nobles lugares comunes aparecen degradados a la vulgaridad de clichés de reflejos automáticos. Ya saben: desnudos frontales, inserts de noticieros de la época, dos chicos y una chica en una bañera, recurrentes lecturas en voz alta de libros clave, el beso donde se mezcla la saliva con la sangre, un destello incestuoso, un suicidio frustrado, padres progres y, por supuesto, abundantes citas cinéfilas que se las arreglan para incluir hasta al mismo Bertolucci. Así,uno entra al cine pensando que va a ocupar una de las mesas con mejor vista del Café de Flore y sale con el estómago pesado comprendiendo que le obligaron a tragar una docena de Big Macs mientras se pregunta por qué será que el imaginario de la Derecha es siempre tan poco mitificable. Y se responde: porque la Derecha jamás querría que le dediquen una película como Soñadores. A la Derecha lo que menos le interesa es la épica a posteriori y –a la hora de elegir– se queda con el opaco y funcional presente.
TRES Soñadores cuenta la historia de Matthew, un americanito rubio e ingenuo en París, involucrándose con los hermanitos franceses Théo (de rostro convenientemente anguloso) e Isabelle (la nueva sex-symbol descubierta por Bertolucci, la actriz Eva Green, de una belleza tan argentina) y los tres vivirán aventuras con tiros, líos, sexo, films y cosa golda. Lo que les sucede es tan previsible como la boina de Isabelle y –para que haya cierta simpleza Billiken– la cosa arranca con el cierre de Cinémathèque Française de Henri Langlois. Sigue con los tres corriendo por el Louvre para romper el record de aquella película de Godard. Y cierra con la inauguración de las barricadas de la revolución con Edith Piaf cantando en off eso de que no se arrepiente de nada; mientras uno no puede evitar decirse que se arrepiente de tantas cosas y que una de ellas es la de no haberse metido en el cine de al lado donde daban la última de los Hermanos Coen con George Clooney y Catherine Zeta-Jones. O cualquier otra que te ayude a olvidar la paradoja de sentirte tan despiadadamente insomne después de ver Soñadores.
CUATRO En realidad –si se riza el rizo, si se es tan intensamente snob como Théo e Isabelle– Soñadores en realidad podría ser una película despiadada y crítica que se ocupa de la idiotez juvenil de quienes ahora son maduros idiotas. Prefiero creer eso. Y creer también que aquella otra película insoportable de Bertolucci –la Belleza robada, de 1995– se ocupaba de mostrar a los pavos con edad en que se convirtieron estos jóvenes hermosos y malditos contemplados por la mirada virgen y contaminada de una adolescente de la generación de MTV. Prefiero pensar cualquier cosa menos que Bertolucci filmó Soñadores para adoctrinamiento y consumo de los nuevos revolucionarios del nuevo milenio. Esos que –¿alguien puede explicarme por qué?– salen a luchar contra el G8 & Co. vestidos de utópicos mimos y payasos. Y pierden, claro.