CONTRATAPA
Veinte
› Por J. M. Pasquini Durán
Veinte años es la edad dorada que evocan con nostalgia los adultos mayores y presienten con urgencia los que todavía no la alcanzaron. Varias generaciones la sufrieron como una suerte de parte-aguas de la vida porque era la edad para cumplir con el servicio militar obligatorio, donde, según un estúpido lugar común, “los varones se hacían hombres”. Esta obligación fue cancelada a fines de 1994, la consecuencia feliz de una tragedia, el crimen del soldado Carrasco. Para entonces había transcurrido la mitad de los veinte años que hoy, 30 de octubre, evocan las elecciones de 1983, la fecha en que volvieron a abrirse las urnas después de la dictadura más feroz de la historia nacional. Ganó Raúl Alfonsín de la UCR con el 50,5 por ciento de los votos contra el 39,1 por ciento de Italo Argentino Luder del PJ.Cinco días antes, los marines de Estados Unidos, con el apoyo de seis naciones caribeñas, habían invadido la isla de Granada para derrocar al gobierno de Maurice Bishop, acusado por Ronald Reagan de amenazar la seguridad norteamericana. A pesar de éste y otros actos de similar contenido, nadie imaginaba todavía que las ideas de ultraderecha que habían ocupado la Casa Blanca serían el soporte del “neoliberalismo” que dominaría como un pensamiento único a toda la región, con excepción de Cuba, y a buena parte del mundo. Todavía el mundo era bipolar y faltaba un sexenio, el mismo plazo del mandato presidencial que recibió Alfonsín, para que se desmoronaran el Muro de Berlín y el comunismo europeo.
El contundente triunfo del candidato de la UCR tuvo una lectura sobre todo local, puesto que finalizaban los años de horror pero, además, era la primera vez que el peronismo, hasta entonces la mayoría indiscutida, claudicaba en las urnas. Entre los derrotados cundió la versión que habían perdido el voto de la clase media, que salía de los años de plomo, por el gesto absurdo de Herminio Iglesias que prendió fuego a un pequeño ataúd que simbolizaba a la UCR en el palco del mitin de clausura de la campaña del PJ, con más de medio millón de simpatizantes cubriendo la avenida 9 de Julio. “Ahora, la vida” y “Cien años de democracia” prometían los afiches del triunfador, que repitió la performance en las elecciones legislativas de noviembre de 1985. Fue el último éxito del sexenio alfonsinista, merecido hasta ahí, ya que un mes después, un tribunal de pleno derecho condenaba a los jerarcas de la dictadura, sometidos a juicio por crímenes de lesa humanidad, como resultado de un acto de voluntad política democrática que nada podrá desmerecer en la memoria, ni siquiera las flexiones del propio Alfonsín en los años posteriores.
Aquel bienio inaugural agotó la primavera del primer gobierno de la refundación democrática. Después, calló el tamboril y cayó la noche, mientras los dichos felices eran sustituidos por malandanzas que hoy se reconocen tan sólo con mencionar los títulos: “economía de guerra”, “la casa está en orden”, “son héroes de Malvinas” (por los carapintadas de Aldo Rico), punto final, obediencia debida y, para coronar, la hiperinflación. El tobogán de las desventuras era tan inclinado que Alfonsín llegó al final del mandato seis meses antes del plazo legal. Cuando le cedió el mando a Carlos Menem, había perdido alrededor de 70 puntos en las encuestas de popularidad, reducido a una extrema minoría de conmilitones, obligados por su lealtad al partido centenario. Una lección que los administradores del gobierno deberían recordar al levantarse cada día.
Desde entonces, Alfonsín perdió el rumbo hasta el punto de colocar a su propio partido al borde de la extinción. Cuando Menem ya se había entregado a los conservadores, ambos firmaron el Pacto de Olivos que reformó la Constitución, con dos efectos prácticos despreciables: hizo posible la reelección del caudillo riojano y reorganizaron la Corte Suprema en los términos que hoy abochornan a la ciudadanía. Con esa retrospectiva a la vista es complicado definir los motivos para un aniversario feliz. Lo es, sin embargo, porque en estos veinte años la sociedad maduró, se sacó de encima los terrores que la inmovilizaron durante el final del siglo XX, una porción buscó nuevos destinos partidarios y otros prefirieron organizarse en asociaciones civiles de distinto carácter y pusieron a los partidos en estado de crisis.
Aunque a simple vista el pesimismo a veces sólo contempla la repetición frustrante, aun indignante como es el caso de Bussi en Tucumán, el proceso de renovación se está produciendo. Bastaría recordar a los jóvenes de la Coordinadora radical y a los referentes de la renovación peronista, por citar a lo que surgió como novedad hace veinte años, para advertir que, al igual que Alfonsín y otros de su misma generación, esos que parecían la novedad también quedaron en la cuneta del camino recorrido en estas dos últimas décadas. Que les reprochen las derrotas los que creyeron que la historia la escriben los iluminados y que celebren los que reconocen en el pueblo la capacidad de levantarse una y otra vez de sus desilusiones para seguir marchando hacia el horizonte.