CONTRATAPA
Apuntes para Toni Negri
› Por José Pablo Feinmann
Desde la caída del Muro hasta la caída de las Torres Gemelas hubo un apresuramiento del ritmo histórico al que cuesta adjetivar, cosa que, por consiguiente, no haremos. Sólo esto: la Historia, al apresurarse, fue triturando ideas, libros, filosofías, ideologemas, sofismas pretenciosos y personajes intempestivos que se eclipsaron entre el sonido y la furia de los derrumbes. Es el verano de 1989 y asoma ese artículo de Fukuyama que venía a terminar con todo para sólo dejar en pie a la democracia neoliberal y su espacio de privilegio, el mercado. Ese “sistema” (que algunos, con gracia, llamaron el Fukuyamatic) se basaba en cierta libre lectura de Hegel y proponía que, finalmente, la Historia había regresado a un punto del que nunca debió haber salido, ese que Hegel festejó, ese que Hegel, el joven Hegel, eligió para dar por terminado el devenir autoconsciente del Espíritu Absoluto: la batalla de Jena. Ahí, en 1806, triunfan las tropas napoleónicas y con ellas los principios liberales y democráticos de la Revolución Francesa: Libertad, Igualdad, Fraternidad. Luego, el Fukuyamatic describe un largo extravío de la Historia, que se prolonga hasta la caída del Muro y que incluye, entre otras cosas, la Comuna de París, el Manifiesto Comunista, la consolidación de los estados nacionales, la expansión colonial, el imperialismo financiero, la Revolución Rusa, la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Hiroshima, la Revolución Cubana, la bipolaridad y otras intrascendencias que expresaron un desvío, un “error” de la Historia, que duró casi dos siglos. Pero todo termina bien. Cae el Muro y Fukuyama regresa a Jena y ahí están Napoleón, los principios de la Revolución Francesa y Hegel. Les tiende la mano y –ahora sí– la Historia se ha reconciliado, ha llegado a su fin: democracia y libremercado para todos. Habrá “hechos”, cómo dudarlo. Pero ocurrirán dentro de esa modalidad. “Todo será más aburrido”, pero los frutos de ese “aburrimiento histórico” son los de la pax perpetua del neoliberalismo.
El Fukuyamatic duró unos dos años. Su punto intolerable para el Imperio que se afirma luego de la bipolaridad es la supresión del conflicto. ¿Cómo, ya no habrá conflictos, ya no habrá guerras? ¿Y cómo subsistirá la economía del Imperio sin la industria de armamentos, que es, desde siempre, su eje dinamizador? Fukuyama queda despedido y asume Huntington. La paz no asegura los buenos negocios y un Imperio (aunque por definición tienda a ser totalizador) necesita una hipótesis de conflicto. Samuel Huntington viene a reestablecerla. Ya no hay bipolaridad, ya no hay lucha de clases, casi no importan los conflictos entre ricos y pobres y el Tercer Mundo es un neblinoso recuerdo del ayer. Ahora se trata de Occidente contra el Islam. O mejor aún: de Occidente enfrentando las agresiones del Islam, al que Huntington, sin vueltas, define como lo Otro de Occidente. Si el Fukuyamatic había durado apenas dos años, el Huntingmatic tiene la efímera celebridad que le entrega un hecho histórico arrasador, que inaugura el siglo XXI. El libro de Huntington (que vegetaba por ahí como el brote paranoico de un señor del Departamento de Estado) recibe sobre sí el prestigio oscuro y secreto de Nostradamus. ¡El Huntingmatic lo había anticipado todo! Se venden millones, millones de ejemplares del libro y todo el mundo se pone a charlatanear sobre el “choque civilizatorio”. (El Imperio domina los medios y la informática establece los temas y hasta las imágenes que dan forma a las subjetividades del mundo. De aquí que la primera lucha antiimperialista de hoy sea la de “rescatar” la conciencia, recuperar su libertad.) Pero no: el atentado a las Torres no fue un “choque civilizatorio”. No hay tal “choque civilizatorio”. Hay una civilización, la Occidental, que se globaliza nihilizando a las otras. Si –como todos sabemos– Osama bin Laden es una creación de Occidente es porque Oriente (este Oriente) también lo es. Sus armas son occidentales. Fueron parte de los esquemas estratégicos de la Guerra Fría. Por decirlo claro: así como el capitalismo apoyó y armó a Hitler para contener la “amenaza roja”, Occidente armó a los talibanes y demás personajes de ese complejísimo mundo también para frenar al comunismo. Los crean, ellos se les vuelven en contra, tienen que destruirlos. Caída la bipolaridad cae la necesariedad de los “aliados islámicos”, a quienes tantas armas “habíamos dado”, caramba. El magnicidio de las Torres no responde a un “choque civilizatorio” porque es el zarpazo brutal del sometido, del que odia con fanatismo a quien lo ha instrumentado y humillado. El 11 de septiembre es un “síntoma” neurótico de Occidente: ese Otro al que había olímpicamente negado (Hegel dice, más o menos, que la “pereza oriental” ha apartado a esa civilización de la Historia Universal) surge abrupta, destructivamente. ¡Vean lo que hemos creado!, exclaman en el Pentágono, en Wall Street. Esos harapientos que nos iban a servir para lidiar con los comunistas (y a quienes llenamos de armas) se vuelven contra nosotros, nos odian desmedidamente y se comportan como lo que son, fanáticos, fundamentalistas. Sólo nos resta invadirlos, quedarnos en su territorio, ordenarles ese país y ver, azorados, cómo nos matan minuciosamente a nuestros children soldiers. Así, hoy, está el Imperio.
Al libro de Huntington le sucede uno más importante, denso, bien escrito y con fundadas pretensiones ontológicas (simplemente: decir qué es el Imperio). Cuando uno se mete con el ser de algo está haciendo ontología, así de sencillo. Hardt y Negri (de ellos se trata) se meten con el ser del Imperio. El libro, coherentemente, se llama Imperio y es un boom editorial, se discute en todas partes. Entre nosotros, ni hablar. No voy a inventar el Negrimatic. Me gusta Toni Negri. Y hasta Michael Hardt tiene lo suyo. Pero el libro yace también entre los escombros de las Torres. H. y N. proponen un Imperio, que se está “materializando ante nuestros ojos”. Esta tesis borra de inmediato el “conflicto” civilizatorio de Huntington. No, el Imperio es uno, el Imperio es el ser. H. y N. postulan un Imperio y un Ser. Esta postulación de lo Uno los lleva a apartarse de la dialéctica, que sólo piensa a partir de los antagonismos. Buscan, entonces, en Spinoza, quien, súbitamente, se pone de moda. Ya Deleuze lo venía utilizando, ya Deleuze en Nietzsche y la filosofía desechaba la dialéctica. H. y N. lo toman con entusiasmo y la reemplazan por el “rizoma”, también deleuziano. Y aquí empiezan los descalabros del libro. Un “Imperio” rizomático es un oxímoron. Si lo rizomático expresa la horizontalidad, lo propio del Imperio es la verticalidad. Y luego algo aún peor: H. y N. hacen surgir del interior del Imperio al sujeto que habrá de erosionarlo: la multitud. (¡Si esto no es el “Manifiesto Comunista”, si éste no es el sujeto sustancialista de las denostadas filosofías de la historia!) Vuelven a Spinoza y a Deleuze, los mezclan: la multitud, que es rizomática, implica un poder constituyente. Luego aparece Paolo Virno: todo se arruinó con Hobbes, quien, para superar el “estado de naturaleza” (homo homini lupus) introduce al Estado (el Leviathan) que “crea” (como parte de sí) al “pueblo”. Se acabó, entonces, el “pueblo”, ese fruto podrido del “Estado”. Hay que construir el poder al margen del poder, el poder para no tomar el poder. Y aquí, por fin, aparece Holloway y las Asambleas de la Argentina –en las que Negri creyó ver “la multitud”– se deshilachan tristemente.
La Guerra de Irak aniquila las tesis de “Imperio”. El “Imperio” no es uno, no está desterritorializado. El Imperio es Estados Unidos, su maquinaria bélica, económica e informática. No se disemina, se concentra. Negri declaró en estos días que “Estados Unidos dio un golpe de Estado contra el Imperio”. No, lo dio contra el libro que él y Hardt escribieron. El Imperio está groseramente “territorializado” y su “sujeto en conflicto”, lejos de ser la rizomática “multitud” spinociana, se encarna en unos fanáticos tanáticos, en una vanguardia soberbia, asesina y no política.
(Nota final: No creí, Negri, que también usted viniera por aquí a preguntar “qué es el peronismo”, y que esa pregunta se la hiciera a un grupo de dirigentes que viven sepultados en el marasmo aparatista de ese partido, sin poder pensarlo jamás. ¡Tienen un aire de antropólogos en tierra de salvajes los europeos que vienen a preguntarnos, atónitos, qué es el peronismo! Negri, usted sabe muy bien qué es el peronismo. Tanto como nosotros sabemos qué fue el fascismo, qué fueron las Brigadas Rojas, quién es Berlusconi y hasta quién es usted, que es, ante todo y más allá de toda disidencia, un compañero.)