› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Rodríguez no había nacido aún pero ya estaba dentro de la panza de su madre y, seguro, la radiación de todo eso ahí fuera tuvo que afectarlo ahí dentro. JFK en Dallas. Big Bang a quemarropa en el inconsciente colectivo. Y, seguro, antes había tantas dudas sobre tantas cosas. Pero ese 22 de noviembre de 1963 por la mañana, el síntoma se institucionaliza, se vuelve razón de estado y estado irracional, se oficializa y va más allá de la simple paranoia conspirativa. De golpe, nada es lo que parece y todo puede ser posible y tener una contrahistoria alternativa. (Rodríguez vio un documental donde se aseguraba que la película doméstica mostrando el cerebro del presidente volando por los aires había sido filmada con actores y en un estudio del Area 51 o algo así.) Y años después, Rodríguez empieza a sospechar algo. Y finge irse a dormir y oculto debajo del sillón de la sala, lo comprueba: su padre estaba a sueldo de Papá Noel y de los tres Reyes Magos. O tal vez, quién sabe, fuese su esclavo.
Pero, a la mañana siguiente, en el colegio, no dice nada. Topsecret. Classified. Al tiempo, cuando su padre le confiesa que ni Papá Noel ni los Reyes Magos existen, Rodríguez va más lejos y duda de la existencia de Jesús y de la Virgen María. Y de todo lo demás también. Entonces los acontecimientos se precipitan y las cosas se complican, claro.
DOS Varias décadas más tarde, acalorado y cocido y frito, Rodríguez duda de todo y de todos. La incertidumbre y desconfianza ha aumentado exponencialmente luego de las últimas elecciones del 22 de marzo en Andalucía y de las municipales y autonómicas del 24 de mayo. El ansioso mirar para todos lados para ver dónde están los francotiradores será experimentado, de nuevo, el próximo 27 de septiembre en los comicios catalanes con el independentismo en caída, dicen. Y después, de ahí, come together, en las elecciones generales a celebrarse entre el 20 de noviembre y el 20 de diciembre. O, si Rajoy “madura” que quiere quedarse un ratito más, como mucho hasta el 17 de enero; luego de que tantos niños hayan descubierto que ni el Gran Juguetero Polar o el Milagroso Bebé o los espejísimos Jinetes de Camellos no son quienes se suponían que eran. Más o menos como lo que les pasa a sus papis con los políticos, a quienes quieren creerles para, al poco tiempo, comprender que lo único que les creen es que son increíbles en el peor sentido y sin sentido de la palabra.
TRES Pero, aquí y ahora, a Rodríguez (luego de tantas danza de pactos y de tanta asociación alguna vez impensable) le gusta, sí, creer que ya está curado de espanto y más allá de toda sorpresa. Y él –como tantos– anda por ahí, gruñendo en voz alta que de aquí en más debería exigirse a los partidos políticos que anuncien sus acuerdos antes y no después de las elecciones. Basta de la multifunción de Ciudadanos, de la “novedad” de un Partido Popular amable y autocrítico con Cristina Cifuentes, de esas convenciones del PSOE; Sánchez con gigantesca bandera española a sus espaldas y de Podemos & Co. descubriendo que es tanto más fácil prometer que cumplir. Suficiente ya de esos cónclaves continentales donde siempre se ejecuta “El himno a la alegría”, de Beethoven (Rodríguez se pregunta si no va siendo hora de cambiar el repertorio, y propone el tema ese de “Zorba el Griego”, de Theodorakis, y que todos ahí, en Bruselas, se pongan a bailotear como dudosos poseídos o poseedores de deuda). Y detrás de todo eso y de todos ellos –los rostros supuestamente emocionados de mandatarios al servicio de bancos y multinacionales– la mala cara en sombras de esa inteligencia superior que decidió la fusión entre la Marvel y la Disney y Lucasfilms, o que presentó a Marios Vargas Llosa e Isabel Preysler, o que la humanidad casi entera deje lo que está haciendo para mirar fijo en sus pantallitas algo contagioso y tóxico y viral y I Like.
CUATRO Pero no es sencillo saber y enterarse de lo que NO te gusta; porque la flamante y amordazante Ley de Seguridad Ciudadana confidencializa casi todo: no se puede ver ni filmar ni informar de nada de lo que no le convenga a alguien, a tantos. Y Rodríguez no sabe si le gusta la hipersensibilidad que experimenta últimamente. Hasta la versión acústica del “Every Breaking Wave” de U2 (¿y habrá algo menos confiable a esta altura que Bono?, se dice Rodríguez sin poder entender cómo es que ha vuelto en caer en la misma trampa de su juventud cuando aullaba por las Ramblas aquello de “I Still Haven’t Found What I’m Looking For”) le llena los ojos de lágrimas. “Toda ola que rompe en la orilla / Le dice a la siguiente que habrá una más”, ulula Bono, con esa voz de Bono para la que todo es trascendente si brota de su superficial garganta profunda. Rodríguez se compró el nuevo de U2 ya en megaliquidación. Todo parece indicar que lo de Apple no les salió del todo bien a los irlandeses planetarios (y, por supuesto, el cd extra no incluido en aquel “regalo” es mucho mejor que todo lo demás). Y el lagrimeo se intensifica (son tanto más sinceras o, por lo menos, Rodríguez no las ha visto como millonarias recaudando dinero para causas sin rebeldes) escuchando las letras para corazones rotos de Natalia Lafourcade en su magnífico Hasta la raíz o las músicas para sobrevivientes profesionales de Rickie Lee Jones en su formidable The Other Side of Desire. Para Rodríguez, Lafourcade y Jones están unidas por esas voces de nenas experimentadas y de mujeres curtidas más allá de sus respectivas edades. Lo de ellas es lo íntimo; que es otra forma, acaso la más delicada, de lo confidencial. Así, a Rodríguez le cuesta mucho separar al “Voy descongelando este invierno que llevo / Para no más llorar” de la mexicana del “Ya saben que aquí hace calor en Navidad / Todos esperamos que haga frío ahí fuera” de la norteamericana; el “De un clavado al agua me limpio los restos / Que mi piel recuerda de ti” de la primera del “La ola que descansa en la piscina, vigilante” y del “Todavía no puedo reconocer /este sonido que hacen mis cicatrices cuando canto” de la segunda. Y las canciones de Lafourcade y Jones son, también, materia confidencial, privada; pero que sus dueñas deciden hacer públicas para así establecer una suerte de comunión con quienes las oyen y las hacen suyas. Rodríguez no puede dejar de escucharlas mientras, en las grandes ciudades, los prohombres y supramujeres del sordo y desafinado espectro político, se ponen a revisar sus perfiles sociales y borran tweets comprometedores o pasibles de malinterpretación. El movimiento que necesitan –parafraseando a otra gran canción– no está en sus hombros sino en sus pulgares. El mismo que levantan durante campaña y, después, bajan durante gobierno. Y el gobierno, por lo general, siempre dura más que la campaña.
CINCO Rodríguez sueña que se despierta –la metamorfosis– convertido en la mochila cool y desbordante de Expedientes X, de Yanis Varoufakis. Grita que él no fue, que no sabe, que nadie le dijo nada, que todo es confidencial, que todos somos Espartaco. Afuera, en las calles, la gente corre y grita y todos, histéricos, se dicen que vivimos un momento histórico. Pero, entre nosotros, en serio y de verdad, confidencialmente: ¿hubo o hay o habrá algún momento que no lo sea?
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