CONTRATAPA

Cataratas

 Por Hugo Soriani

Entro al bar y me siento cerca de la ventana. Sin que yo lo pida, Osvaldo, el mozo, trae mi cortado mitad y mitad. Pero su cara no es buena y apenas deja el café en la mesa empieza su monólogo:

–Vio lo que son las inundaciones, pobre gente, de un día para otro se quedan sin nada.

Y rápido gira a un discurso tan antipolítico que me obliga a cambiarle el tema bruscamente. Para peor, lo consigo.

Le pregunto por su mujer. El día de mi primer regreso al bar, luego de años de ausencia, Osvaldo me contó que ella estaba muy afectada por el suicidio de una sobrina, casi una nena, por una pena de amor que la llevó a la tragedia.

–¿Mi mujer?, dice Osvaldo. Ni me hable de la bruja. Desde que me hizo perder a la quiniela por aquel dato equivocado que me dio, las cosas están peor entre nosotros.

No lo interrumpo, un poco porque me da pena y otro poco porque soy curioso y quiero saber. Además, cuando se larga a hablar, es imparable.

–Mi pibe, que no es boludo y gana buena plata, porque el dueño del taller mecánico donde labura le habilitó un porcentaje, se dio cuenta que veníamos barranca abajo y nos hizo un regalo sorpresa.

El mes pasado vino para el vermú del domingo. El pibe se fue a vivir con su minita a Lanús, cerca del taller donde trabaja, pero los domingos al mediodía lo tenemos siempre en casa. La madre lo mima y a él le gusta; le prepara el quesito, la aceituna, el salamín y el ferné, porque ahora a los pibes si no le ponés ferné te putean. Quién lo iba a decir, ferné, bebida de viejos. A veces viene con la minita, pero ese día vino solo.

Nos sentamos a pinchar los salamines y mientras hablabámos del Patón Bauza, porque el Beto creció en Boedo y es más cuervo que yo, abrió  el “morral”, como lo llama él, y peló un sobre que nos mostraba contento. Pinchaba el queso, tomaba un traguito de ferné y nos decía, “ni se imaginan lo que tengo para ustedes”. Pero se hacía desear el guacho, le brillaban los ojos y se hacía desear. Yo sabía que plata no era porque nunca le aceptamos; cuando empezó a ganar más que nosotros varias veces nos quiso ayudar, es un titán el Beto, un titán, pero entendió que nos ofendía. Ahorrá vos, le decíamos con la madre, ahorrá que a nosotros no nos falta nada. Pero él lo hacía de bueno, de agradecido, “ustedes se rompieron el culo por mí, nos dice siempre”. Lo cuento y me emociono, la puta madre. La cuestión es que dale y dale con el sobre, lo mostraba y lo escondía. Se reía y repetía, ni se imaginan, ni se imaginan. Al final no aguanté y le pegué el manotazo, abrí el sobre y no entendí nada. Entonces el Beto nos explicó.

“En quince días se van una semana a las Cataratas, agarré una promoción en Internet, dieciocho cuotas y el veinte por ciento de descuento. Les contraté todo. Avión y un hotelazo cinco estrellas del lado brasileño, así que vocé va a tener que falar portugués decía, y se cagaba de risa el hijo de puta.

–Para qué, para qué, empezó la bruja a quejarse, tu padre y yo nunca fuimos solos ni hasta la esquina. Era cierto, solos no, pero de chico al Beto lo llevamos por toda la costa: Mar de Ajó, San Clemente, hasta Necochea llegamos, y nos bancamos ese viento de mierda que ni te deja jugar a la pelota en la playa. No me olvido más porque nos pasamos una semana puteando. Fue idea tuya, fue idea tuya, decía mi señora, vos siempre querés cambiar, para esto me quedaba en Boedo. Todavía la escucho, y mire que pasó tiempo, ¿eh?

Pero se la hago corta: nos fuimos a las Cataratas. Con miedo porque el avión es un bicho jodido, pero no íbamos a arrugar. En eso mi señora es corajuda y además jamás le íbamos a confesar al Beto el cagazo que teníamos. El pibe se dio cuenta sólo y nos cargaba en el viaje, porque hasta Aeroparque nos llevó él. Nada de taxi, él en persona nos llevó y también nos ayudó con los trámites. Campeón del mundo mi pibe, cuervo de ley.

Llegamos al hotel, no lo puedo describir mire, no puedo. Nos temblaban las piernas mientras nos registramos. Mármol por todos lados, lámparas gigantes, alfombras, ceniceros que parecían fuentes, y el brasuca con moñito que nos ofrecía frutas y bombones, de entrada nomás.

Subimos a la habitación. Obama me sentía, jefe, Obama. El baño tenía espejos hasta en la ducha, mi señora se hacía la graciosa y decía que el baño “era un espejismo”. La cama gigante y unas sábanas con olor a perfume, tan blancas y tan suaves que no daban ganas de usarlas. Mi mujer revisaba todo y nos reíamos felices. Nos abrazamos como chicos, parecíamos novios. Había una heladera con champagne, lo abrimos y brindamos por el Beto. Lo llamamos por el celu y le mandamos fotos para que supiera lo felices que estábamos con su regalo. Creo que esa noche hasta cogimos, con eso le digo todo.

A la mañana bajamos a desayunar: frutas tropicales enormes que ni conocía, fiambres, yogures, jugos de cuatro colores distintos, servilletas blancas como las sábanas, jarras por todos lados, y un hornito plateado, redondito, brilloso y reluciente. Lo abro y veo que hay huevos, jamón, salchichitas y alguna cosa cosa más que ni sé. Agarro la cuchara y me sirvo un platazo. Encaro para la mesa y ya le veo la cara a la bruja. Ni esperó a que me sentara.

–¿Qué te serviste Osvaldo, para que querés comer eso? Eso es de gringo. De gringo, y nosotros somos de Boedo, ¿o te vas a hacer el alemán ahora? Lo ponen para ellos, no para nosotros.

Yo la escuchaba y seguía comiendo mis huevos con salchichas. Más me puteaba, más le daba.

–Te va a caer mal, Osvaldo, dejá eso te digo.

Y yo que lo había terminado, me levanto y voy a servirme de nuevo. Demasiado para ella, que empezó a levantar la voz.

–Me lo hacés a propósito, huevos con salchichas a las nueve de la mañana, ¿qué te creés, que sos Beckenbauer? Sos de Boedo, Osvaldo, toda tu vida desayunaste mate y bizcochitos, ya bastante con las frutas, los quesos y los yogures. Te va a caer como el orto.

–Está todo incluido –le digo–, mientras le sigo entrando al “guiso”.

– ¡Y que carajo me importa! No es por eso, es porque te va a hacer mal –ya casi gritaba Olga, y los gringos empezaban a mirarnos mal.

Por suerte era la hora y nos esperaba el micro para la excursión, que también estaba incluida, así que nos levantamos y nos fuimos.

No hablamos en todo el viaje. Ni una palabra nos dijimos.

Llegamos y yo no podía más, me ardía todo y tenía una diarrea infernal. Perdimos dos trencitos de esos que parecen de juguete y te llevan hasta las pasarelas donde mirás caer el agua, porque yo no podía salir del baño. Al final la bruja se tomó el tercero y se fue sola. La Garganta del Diablo era la mía, la puta que lo parió, cómo me quemaba…

La pasamos como el orto. Todo lo hicimos separados menos dormir, y porque no podíamos pagar otra de esas habitaciones de lujo, que si no también me piraba y tenía toda esa catrera para mí solito.

No bajé más a desayunar, me tomaba unos mates en la habitación mientras Olga desayunaba por los dos, ¡qué odio me daba! Eso sí, con una yerba misionera buenísima y casi sin polvillo. Los mejores mates de mi vida mientras miraba los loros y la selva desde el balcón de la suite. Hasta una calabaza de lujo me compré, y no esa latita de mierda que habíamos llevado de Buenos Aires. Seguíamos sin hablar, la cosa se había puesto pesada y no daba para más. Cada uno por su lado. Sin hablar y sin mirarnos. Como el orto, todo como el orto.

Cuando llegamos mi mujer se fue a la casa de su hermana. A la tarde vino mi pibe y no me animé a contarle. Le dije que la pasamos fenómeno y que la madre había tenido que ir a cuidar a la tía, que no se repone del suicidio de la hija.

Pobre el Beto, con la guita que se gastó no le podía decir la verdad. Pero yo creo que igual se dio cuenta porque los pibes se dan cuenta de todo, ¿vio? Y más el Beto, que no es ningún boludo.

Igual ya están en casa las dos, mi señora y mi cuñada, porque ella es de Luján y ahí se inundó y a nadie le importa una mierda de nada y los políticos no hacen un carajo. Siempre le digo al Beto que no se meta en nada y que labure, que es la única forma de sacar el país adelante.

Pero él no me da bola y anda haciendo campaña. Siempre fue muy solidario mi pibe, siempre de ayudar a todos, pero una cosa es ser solidario y otra meterse en política. Para mí que fue la minita ésa que tiene la que le llenó la cabeza, antes de ella la única campaña que le interesaba al Beto era la de San Lorenzo, bien azulgrana mi pibe. Cuervo de ley.

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