CONTRATAPA
La carta
› Por Eduardo Aliverti
Mucho más por lo que sugiere como dibujo de las grandes líneas económicas gubernamentales que por el hecho y los involucrados en sí mismos, el quite de la concesión del Correo al grupo Macri y, esencialmente, la reprivatización de la empresa, son la gran noticia de los últimos tiempos.
La decisión estaba tomada desde antes de la segunda vuelta electoral porteña y si no se comunicó hasta ahora fue porque, con buen cálculo, el Gobierno estimó que empalmarla con la derrota del presidente de Boca a manos de Aníbal Ibarra hubiera sido de muy mal gusto. Y siendo que eso fue así llama la atención que el grupo Macri no se mostrara más activo en la defensa de su gestión, con lo cual queda avalada la sospecha de que no le interesaba seguirla.
Desde ya, hacer caer una privatización no es un dato menor. Y mucho menos en un país que hasta ayer nomás, en la década de la rata pero también durante el autismo de la Alianza y el “yo no fui” de Duhalde y los radicales, se jactó o avaló el haber sido una suerte de punta de lanza planetaria en el remate del patrimonio estatal. Con el respaldo de una inmensa mayoría de la sociedad, debe subrayarse, que creyó en esos cantos de sirena como en la fantasía del 1 a 1 o en la tablita de Martínez de Hoz. Tampoco es menor la simbología del grupo Macri creciendo sin parar en la dictadura y en los ‘90, y perdiendo su vigor justamente cuando le pasa otro tanto a la hegemonía y el discurso neoliberales (del mismo modo, sin embargo, en que debe tenerse en cuenta el notable porcentaje de votos obtenido por Mauricio en los comicios capitalinos, como para no creerse que desaparecieron la mentalidad conservadora y el subyugo ejercido por el exitismo del empresario “próspero”). Por último, ese registro en torno de cómo se devaluó el grupo, respecto de su capacidad de acción, también sirve para no perder de vista que el quite de la concesión es un golpe contra un boxeador muy lejos de estar groggy, pero cerca de aguantar sobre las cuerdas. Todo en sentido figurado, por supuesto, y no por lo metafórico: nadie habla en esto de alguien que cayó en la miseria, precisamente. No se trata de víctimas.
La columna vertebral no pasa por ahí. Pasa por el anuncio de reprivatizar el Correo, que con excepción de muy pocos casos no es privado en ningún lugar del mundo. Porque no hay de por medio un casino ni una cadena de hoteles alojamiento sino una empresa que presta un servicio de primera necesidad. Hablar del Correo es hacerlo acerca de la integración geográfica y cultural de una sociedad. Y por lo tanto, de cómo un país es o se parece a una Nación. ¿Cuál es el motivo que compele a volver a privatizarlo? ¿Y cuál es la urgencia de anunciar que será así, cuando mediará un período de seis meses en el que una gestión pública no sólo administrará sino que estudiará las condiciones en que se encuentra la empresa? ¿Qué pasará si en este tramo de unidad administrativa estatal se constata que el Correo, además de prestar el servicio con eficiencia, puede dar ganancias tranquilamente? ¿El Estado resignará ese ingreso por el solo hecho de no aparecer ideológicamente como “populista”? Y aun cuando el estudio arrojara que hay pérdidas estructurales o riesgo de ellas, ¿no es atinado asumirlas en función del carácter social de la empresa?
Algunos apurados especulan con que, al igual que frente a la modificación de los integrantes de la Corte Suprema, es cuestión de quitar del medio a los amigos de la rata y ubicar a los propios. Eso requiere de comprobación, en primer lugar, y además los nombres corporativos que circulan como eventuales interesados en el Correo no forman parte del “target” kirchnerista. A menos, claro, que ese discurso progresista sea apenas eso, discurso, y que en lo nodal no haya ningún cambio de fondo. Por eso el caso del Correo es un leading case. Porque es y será uno de losprincipales testigos acerca de si en verdad hay un nuevo modelo. O, como mucho, un nuevo plan.
Repetidamente, (tenemos) algunos meses por delante es la característica gubernamental para afrontar las resoluciones de fuste. El acuerdo con el FMI y el lapso en que sus rasgos serán percibidos con toda intensidad. La definición tarifaria. La opción de seguir con los parches para “cubrir” la falta de trabajo, en las variantes que fueren, o la determinación de avanzar hacia políticas de empleo activas. Y ahora, la decisión de qué hacer con el Correo, como aspecto clave de la auténtica vocación oficialista por sustentar un proyecto inclusivo, tras una larga década de tirar argentinos fuera del mapa.