› Por Sandra Russo
No fue una Nochebuena fácil, ni lo será el Año Nuevo. No están siendo alegres estas fiestas, no para toda la Argentina, pero sí para su mitad. Y quizá para más que su mitad. Quizá, a apenas dos semanas de inaugurado el gobierno de Macri, aquellas dos mitades de torta casi idénticas pero asimétricas y cuya asimetría nos dejó en este embrollo, ya se hayan movido y hoy haya una mayoría que, previéndolo o desayunándose, se encuentra gobernada a los empujones, a los decretazos, con una prepotencia inexplicable para un gobierno surgido de las urnas, con una urgencia desmedida para redistribuir la riqueza entre los más ricos, ni siquiera entre los ricos. “Macri es la fiesta a la que nunca te van a invitar”, rezaba una leyenda de la campaña que se vio en muros de verdad y muros virtuales. Lo que seguramente muchos votaron comprando el slogan de “la vuelta a las instituciones” y “la unión entre argentinos” rápidamente se reveló como un pacto que manchará la historia.
Muchos ciudadanos intoxicados con el relato de la verdadera cadena nacional, que ahora no se detiene ni un instante en medios públicos y privados, el relato de la yegua, los planeros, los choriplaneros, los mercenarios, los corruptos, los que se llevaban todo por delante, los que votaban como en una escribanía, los que aprobaban leyes a libro cerrado, los que tenían y tienen por jefa a una mujer que los engañó a todos porque su único objetivo era acumular su propia riqueza, en fin, ese relato de la derecha engordado por algunas voces que aún hoy dicen ser progresistas, muchos que acríticamente compraron el paquete de denuncias de los canales y las radios que hoy tienen la sartén por el mango, ya advirtieron o están en vías de probar en carne propia que esos canales y esas radios nunca brindaron un servicio de información, sino que fueron favorecedores del avasallamiento a las instituciones.
Porque eso es lo que hay, y es eso lo que vemos. Que los que hasta el hartazgo de la náusea acusaron en los últimos años al kirchnerismo por “sus formas”, hoy adoptan las formas más antidemocráticas que hemos conocido desde 1983. Con un presidente de la Corte Suprema sonriendo en el segundo plano de la foto, Macri asumió como Presidente con un Poder Judicial que torvamente le arrebató a la ex Presidenta doce horas de mandato. Eso no se va a olvidar. Después Macri mandó a completar la Corte por decreto, cosa de la que Lorenzetti se anotició “con beneplácito”. Macri disparó a repetición DNU que se ejecutaron sin la aprobación del Congreso. Macri ya ha dicho que gobernará por decreto. No hubo debates en la televisión sobre un presidente legítimo que anuncia que prescindirá de uno de los poderes del Estado.
En la televisión ya se debate solamente sobre lo que Macri autoriza. Los medios están gobernados por sus pautas publicitarias, y ese garrote vil Macri no tendrá empacho en usarlo. Ya hizo volar de todos los medios las voces opositoras. Los analistas económicos que consultan todos los canales para analizar el shock económico son todos liberales. No hay críticas. No se escuchan críticas, salvo aisladas y respetables. El periodismo profesional” o “independiente”, como colectivo, está demostrando que puede independizarse fácilmente de la verdad y de la lealtad a su audiencia.
La Nochebuena transcurrió en medio de las peores inundaciones que recuerde el Litoral. Todos recordamos, porque fue hace muy poco, el escándalo que esos medios hicieron en las inundaciones en las que Scioli estaba en Italia por un viaje programado por su brazo. Era tema del día. Pantallas y pantallas mostrando agua, María Eugenia Vidal chapoteando bajito. Ahora que ya ganó el candidato que alentaban bajo la careta del profesionalismo, el agua no se vio en la Nochebuena. No iban a mostrar nada que le produjera un reproche a su Presidente. Los inundados se vieron recién al día siguiente. El presidente tampoco se ve, aunque en los diarios te muestran lo lindo que es el country de Villa La Angostura donde se fue de vacaciones con Juliana, que es divina, y con Antonia, que es un sol. En Télam, te informan sobre lo divertido que fue ver al perro de Macri paseando por la Rosada. Van a seguir así. Ocultando. Desinformando. Estas fiestas no son alegres, y no se trata ya de haber perdido las elecciones. Eso no produjo ni siquiera un instante de fricción. Es que, vamos, vivíamos en una democracia de verdad, aunque siempre que los dos puntos de una elección eran a favor del oficialismo, oposición y medios gritaran “¡Fraude!”. Cuando esos dos puntos –menos, en realidad– fueron a favor de Macri, nadie gritó. Esa derrota fue inmediatamente aceptada, como lo fue la derrota del oficialismo venezolano en las legislativas que perdió. Podrán estar en desacuerdo por los proyectos populares o populistas, pero han mentido siempre que dijeron que el poder estaba siendo usurpado.
Los macristas cantaban “Sí se puede”, y claro que sí se podía. Eso nunca estuvo en duda. La realidad daba señales muy claras de que si la oposición lograba constituirse en mayoría, podría sin ningún obstáculo llegar al poder. La mitad de la torta que adhiere al proyecto nacional y popular está unida indisolublemente a la democracia, aunque no cree que la democracia forzosamente tenga que tener formas y contenidos liberales. Lo que había que detener a toda costa era una democracia representativa y popular.
La trampa del fraude jamás pasaría la prueba de la voluntad popular, sencillamente porque la esencia de esa voluntad es ella misma, es su propio volumen, que no se puede falsear. Claro que “se podía”, pero el problema es cómo se pudo, articulando qué fuerzas, haciendo qué concesiones, pagando qué costos contra el pueblo, haciéndoles lugar a qué intereses nacionales y extranjeros. El radicalismo que permanece en la UCR pagará con vergüenza ser parte de este proyecto antidemocrático que ha llegado para acallar voces, suprimir instituciones creadas por leyes votadas por mayorías indiscutidas, burlarse, en fin, de esa parte de su propio electorado que creyó desde alguna parte de su propia confusión que Macri podía representar a la clase media o incluso a los trabajadores. Macri ha llegado al gobierno pero son otros los que han llegado al poder. Dijimos mil veces que la vereda antagónica real de la Argentina, como la de medio mundo, enfrentaba a la democracia con las corporaciones. La política contra las finanzas. Y lo que “sí se pudo” fue vencer al kirchnerismo en las urnas, aunque el precio es haber renunciado a la política, incluso a la política opositora, incluso a la política liberal, para dar a luz un engendro gerencial a cuya sola luz es concebible que le pusieran la faja de clausura a la Afsca a las once de la noche de un 24 de diciembre, sin medios de comunicación presentes, con la cola de paja de quien actúa a la sombra de la ley. El sector militante de derecha del Poder Judicial no puede ponerse la careta. A ningún periodista de los grandes medios le llamó la atención ni vinculó al fiscal Stornelli, que imputó a Sabbatella y promovió el desalojo de la institución y dejó en suspenso una ley nacional, con Macri. Y Macri que decía en su modesto discurso inaugural que no quería una Justicia macrista. Y Macri que decía en ese mismo discurso que iba a defender la libertad de expresión.
Los que quieren preguntar, los soldados de Clarín y sucedáneos, podrán ahora hacerle conferencias de prensa al presidente todas las veces que quieran. Tendrán la fabulosa oportunidad de preguntarle cómo se lleva con Juliana, qué travesuras hace Antonia, qué alimento balanceado come Balcarce, cómo le fue en Villa la Angostura, o esas cosas tan relevantes para las instituciones de la Nación.
Mientras tanto, las voces críticas han sido acalladas o van en camino de serlo, de un modo desconocido para los argentinos, que en estos últimos doce años hemos convivido entre expresiones de todos los colores y todos los tonos, incluidos los mentirosos, los injuriantes y los cínicos. Dijeron lo que quisieron, y tuvieron pauta oficial. Ahora, a los canales privados se los aprieta con el levantamiento de pautas de ciudad, provincia y nación si ponen al aire contenidos no consensuados.
Una vez más, tal como lo hemos sostenido también durante el largo debate de la ley de medios que Macri avasalla poniendo en peligro el Estado de Derecho, hay que diferenciar a los medios de sus trabajadores. En ellos, en los que más allá de sus opiniones políticas está el discernimiento de lo que constituye una estafa informativa, reside una esperanza de racionalidad frente a este régimen que ya mostró su faz autoritaria, y que no se detendrá si no lo detenemos.
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