Mié 03.02.2016

CONTRATAPA

Homo Paranormal

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Noventa años después de la primera demostración práctica de ese aparato que resultaría ser la televisión y días más tarde del retorno de la gran serie conspiranoica que es The X-Files a las pantallas de toda la galaxia (bienvenidos sean de nuevo, entre nosotros, Fox Mulder & Dana Scully & El Hombre Que Fuma & La Hermanita Perdida & El Hijito Extraviado), Rodríguez ha encontrado la verdad ahí fuera: Mariano Rajoy es un fenómeno paranormal. Sólo así se lo puede entender. Rajoy es un objeto volador no identificado y flotante y parpadeante en la oscuridad al que todos señalan pensando en que tal vez sea un satélite o un avión, pero prefiriendo pensar que es un ovni para así después poder decir aquello de “Yo vi un ovni”. Y Rajoy es, también, un aparato primitivo y con problemas de transmisión. Y, además de todo esto, Rajoy es jefe de gobierno de España.

DOS Y Rajoy es el que dice una cosa y hace otra. Nada que lo distinga de cualquier otro político, sí; salvo que él lo hace y no lo hace con una actitud muy suya, como sin importarle lo que dice ni el que dirán. Algunos lo acusan de tancredismo oblomoviano bartlebysta marmotesco. Otros lo acercan a la creatividad pasiva del budismo. Pero se engañan. Rajoy –infrasobrenatural– empieza y termina en sí mismo y acaso tenga alguna relación distante con Ronald Reagan. Cuentan que cuando el capo de estudio Jack Warner se enteró de que Reagan se lanzaba a la carrera presidencial, exclamó: “¡No! ¡Jimmy Stewart para presidente y Ronald Reagan para mejor amigo!”. Rajoy no posee nada del carisma de aquel. Ni, como Reagan, transmite la sensación de creerse el papel que le ha tocado. Y Rodríguez no lo querría como mejor amigo. Rajoy comparte con Reagan, sí, una cierta amnesia selectiva (que en Reagan devino en un Alzheimer sin límites) y una cierta ingenuidad para entender al mundo como un sitio de buenos y malos donde él es lo bueno. O algo así. Pero lo raro de Rajoy –lo que lo convierte en fenómeno digno de estudio para Cuarto Milenio– es la calma con la que no duda en contradecirse a sí mismo y así alterar a sus rivales y hasta a sus aliados que lo contemplan entre fascinados y al borde de un ataque de nervios. Así, Rajoy es un monárquico que no le hace caso a su informante y escuchante y consultante y recomendante y sugerente y aconsejante y moderante Rey, declinando pronunciar el discurso de investidura que su soberano le solicita porque no le salen los números para salir elegido. Rajoy, apocalíptico, advierte de la incertidumbre que provoca este limbo electoral pero la provoca con su actitud o falta de actitud. Rajoy dice que no se postula aún pero que mantiene su candidatura. Rajoy dice una noche que se ve “con todas las fuerzas” y a la mañana siguiente, quemado por lo que se avecina, resuelve esperar a que se quemen los otros. Rajoy dice que es él y el Partido Popular –agrupación recientemente imputada por destrucción de pruebas y dueña de una cortina musical que no se parece en nada a la de The X-Files y sí bastante a las de Dinasty o Dallas y otras series de linajes cortesanos– o la nada. Y cuando se le pregunta por esto o aquello, por tantos “casos aislados” pero simultáneos de corrupción entre los suyos, Rajoy –si no es algo que tenga que ver con el fútbol– no sabe, no lo leyó, no está informado, no oyó y no ve porque tiene una X tachándole el ojo. Todo envuelto en postulados del tipo “A veces la mejor decisión es no tomar ninguna decisión” y “Las decisiones se toman en el momento de tomarse”. Tal vez, piensa Rodríguez, Rajoy –preguntado sobre cómo crear empleo, respondió que “me ha pasado algo verdaderamente notable: lo he escrito aquí pero no entiendo mi letra”– quiera hacerse a un lado para exponernos a las volátiles radiaciones tóxicas de tanto tweet y whatsapp y sms cruzado (des)informando de posibles pactos y contrapactos cruzados entre PSOE y Podemos y Ciudadanos (sí, ahora en nombre de la transparencia exhibicionista toda discusión política parece condenada a la opaca gracieta/aforística/sloganera de los 140 caracteres) para que volvamos a él. A su “estabilidad”. A Mariano Stardust, al Hombre Que Cayó a la Tierra. Pidiéndole perdón y diciéndole que sí, que tenía razón. Que –como informó con esa curiosa semántica de alien que aprendió el idioma castellano por correspondencia telepática de potencia insuficiente para asimilar luego el inglés– aquello que salía del petrolero Prestige, catástrofe ecológica colosal, eran nada más que “pequeños hilitos de plastilina en estiramiento vertical”. Y asentir siempre y por siente cuando diga que “España es un gran país que hace cosas importantes y tiene españoles” y “Los españoles son muy españoles y mucho españoles”.

TRES Y ese es el problema. Cada pueblo tiene los aliens y las conspiraciones que se merece. Y Rodríguez no puede evitar el sentir una poco mucho de sana envidia al leer The United States of Paranoia: A Conspiracy Theory, de Jesse Walker. Una historia alternativa sobre la neurosis persecutoria de un país (tanto en la realidad como la ficción) incluyendo a Lincoln, masones, JFK, Trystero, candidatos manchurianos, Watergate, 9/11 y, sí, a los Hombres de Negro y The X-Files. En España no se consigue. España es más José Luis Berlanga que Oliver Stone (aunque Trump no desentonaría en esa corte milagrera que es el PP valenciano); y lo que sí hay aquí es corrupción con sangría y paella; propaganda de comida china donde un ibérico chistoso dice “Lo Lecomiendo” con acento supuestamente oriental; un Pequeño Nicolás como superficial e irritante Garganta Profunda concursando en Gran Hermano; un torero que cuelga fotos toreando con su bebé en brazos; una nueva ley que determina que los escritores tendrán que optar entre su pensión o sus royalties; noticieros que analizan sesudamente eso del futbolista Aaron Ramsey del Arsenal que cada vez que mete un gol muere un famoso (entre sus “víctimas” se contarían, entre otros, Bowie, Rickman, Videla, Galeano, Jobs, Khadafi, Bin Laden, Giger, Grass), los Expedientes de Bárcenas, y una Constitución cuya redacción jamás previó la posibilidad de este continuum/agujero negro en el que ahora flotan los españoles muy españoles y mucho españoles mientras Rajoy los contempla desde su astronave con todo el tiempo del mundo y leyendo el Marca, porque, ya lo dijo, tiene la agenda “muy libre”.

CUATRO El otro día Rodríguez leyó una gran frase de Mel Brooks: “Tragedia es cuando te haces un corte en el dedo. Comedia es cuando te matas cayendo por una alcantarilla sin tapar”. De ser eso cierto, todo esto es como caminar distraído mirándote el dedo que te cortaste, caer alcantarilla abajo, y no morirte sino ir a dar a una dimensión donde, por cuatro años más (¿se queda?, ¿se va?, ¿volverá si Pedro Sánchez no puede formar gobierno?) hay un E.T. en el poder. Alguien que, cuando se acusa a su partido de incontables delitos –para la alegría casi orgásmica de Mulder & Scully y de los conspiranoicos del universo todo– que “todo es falso, salvo alguna cosa”.

Alguna cosa es verdad. Cosa gorda.

Las nuevas frases en posters y propagandas de la flamante reencarnación de The X-Files advierten de cosas como “Quiero seguir creyendo” y “No confíes en nadie”.

Qué ingenuos e inocentes que son estos norteamericanos, piensa Rodríguez mientras piensa que Rajoy –¿y si la verdad es que en verdad es un genio?– es increíble y más bien poco confiable.

La mentira está ahí fuera. Y ahí dentro también.

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