Lun 15.02.2016

CONTRATAPA  › ARTE DE ULTIMAR

Usos y abusos políticos del señor K

› Por Juan Sasturain

Supongamos, ya que es gratis, al menos por ahora, que Macri –o Durán Barba– y Bossio han leído a Bertolt Brecht. Más precisamente, que han tenido acceso a un clásico menor, las memorables historias y aforismos del Señor Keuner –o simplemente Señor K– en las que el irónico e implacable pensador brechtiano relativiza o cuestiona todo lo aceptable por el sentido común especulativo y –en este caso que nos interesa– el sentido usual de la traición.

Incluso supongamos –y es muy probable– que nuestros volubles políticos, tras la lectura, acaso puedan haberse sentido absueltos en su equívoca conciencia, si no fuera porque –como es sabido– la condición de traidores no les calza justa, ya que, o les queda chica –son meros cagadores, como Bossio– o les resulta inadecuada, como en el caso de Macri, un cínico estructural. Pero vale la pena verificarlo.

Editemos juntos el texto y el desarrollo de la cuestión en Brecht. Se pregunta, en famosa secuencia, el Señor K: ¿Deben cumplirse las promesas? E inmediatamente va un poco más lejos o un paso antes: ¿Deben hacerse promesas? No contesta enseguida sino que describe las condiciones previas: Donde hacen falta promesas (es porque) reina el desorden. Y da la respuesta tajante a la cuestión: Pues debe ponerse orden (ya que) el ser humano no puede prometer nada. Ah, la flauta...

Porque, aparte, justo ahí se cruza el imprevisto Perón de los –sólo en apariencia– triviales y vetustos apotegmas: “Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”.

Pero volvamos a Brecht, al señor K y a la cuestión pendiente: ¿Por qué el ser humano no puede prometer nada? El ejemplo que da Kreuner es materialmente feroz: ¿Qué le promete el brazo a la cabeza?: (No más) que seguirá siendo brazo y que no se convertirá en pie, (pues) cada siete años es un brazo diferente (sic). Es decir, marxista y (sobre todo) orientalmente: lo permanente es el cambio.

Y sigue K, desde el otro lado de la ecuación: Cuando una persona traiciona a otra, ¿ha traicionado a la misma a quien le había hecho la promesa? Es una cuestión / pregunta retórica que presupone la respuesta negativa. No, no ha traicionado a la misma persona. Entonces: En cuanto la persona que recibe la promesa va cambiando y tiene siempre una relación diferente con la primera (que le prometió algo) ¿cómo se le puede cumplir una promesa que se hizo a otra persona? Hasta acá todo coherente y racionalmente aséptico: no hay obligación de cumplimiento de promesa hacia alguien que ya no es ni puede ser el mismo al que algo le fue prometido. Pero es curioso: todos los argumentos se refieren a la figura del receptor de la promesa, y no a la del que la fórmula. Cuando el Señor K se refiere al sujeto activo es elíptico, maravillosamente crudo y explícito: Quien piensa, traiciona, simplifica. Quiere decir: está obligado a traicionar(se), mutar, permitirse seguir pensando, pensar diferente de lo que pensó antes o pensará después. Por eso, llega a la última fórmula, sintética: Quien piensa no promete nada. Sólo (puede prometer) que no dejará de pensar. Fortísimo y filosóficamente impecable.

¿Qué tiene que ver esto con Macri, Bossio & Cía.? Nada. Sujetos tales no pueden prometer sino vender; y por lo tanto no alcanzan a traicionar sino meramente a estafar porque lo que los lleva / mueve en su accionar no es un pensamiento sino una especulación (que es pensar + beneficios).

En las vigentes reglas del juego de la política argentina pasada por sus sucios medios, casi no hay lugar para el pensamiento y mucho menos para aspirar a la traición. Es apenas el tiempo mediocre de los canallas.

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