› Por Rodrigo Fresán
UNO ¿Rodríguez se está volviendo loco o Pedro Sánchez –líder del PSOE, peor resultado de la historia de su partido en las últimas elecciones, y en la actualidad posible candidato a investidura un tanto desvestida para así poder luego desfilar como jefe de gobierno– acaba de lanzar a los periodistas una muy fija e inequívoca mirada Blue Steel? ¿O habrá sido una mirada Magnum? Look, una cosa es segura: Sánchez va por esa pasarela-tarantela en la que se ha convertido la política española con un aire de satisfacción de chico para algunos (entre los que se cuenta él) guapo y cool y al que todos miran y escuchan repetir una y otra vez alguna frase supuestamente ingeniosa a recambiar cada dos o tres días por otra, y así pasan los días y los modelitos. Una vez que Felipe VI le encomendó la tarea rechazada en su momento por Mariano Rajoy (creador no de una mirada porque le sobran los tics, pero sí de ese andar a marcha rápida sin moverse que bien podría llamarse Plasma Footing o Dazzled By the Car Lights o Espantá’ Now), Sánchez salió al ruedo y dobladillo y pronunció (en caso de que fuese su única oportunidad) casi un discurso de asunción. Un catálogo y book pegado con alfileres y con tantas y tan imposibles promesas y propuestas para, si lo dejan, su próxima colección 2016/2020, que a Rodríguez le cruzó el cuerpo el latigazo bondage de un escalofrío. Por sentirlo y oírlo tan parecido al bienintencionado pero impracticable y quijotesco talante de José Luis Rodríguez Zapatero (la última gran desilusión política de Rodríguez; desde entonces, Rodríguez compra en últimas rebajas sabiendo que esa ropa no le va a durar mucho). Sánchez es también aquel capaz de declarar que –puesto a intentar armar un jaquecoso rompecabezas con piezas que no encajan para sumar votos suficientes para su nombramiento– que “voy en serio” y que “tengo un sueño”. Y Rodríguez se dice que hay algo extraño en eso, algo que no funciona; porque ¿se puede ir en serio a partir de un sueño?
DOS Pedro Sánchez dice esas cosas frente a las cámaras, avanza en línea roja y no tan recta hasta la punta de la pista de despegue (que en cualquier momento puede convertirse en pista de aterrizaje forzoso o de estrellamiento); se detiene por unos segundos, lanza Blue Steele o Magnum, vueltita a la Izquierda o a la Derecha (intentando que sea a las dos direcciones al mismo tiempo); da marcha atrás; y se vuelve al backstage a seguir pactando y conversando y cuchicheando y conjurando con los otros modelos y modistas y fashionistas que se sonríen en público y se odian en privado. El de la trenza que sólo quiere que lo miren a él, el que quiere quedar bien con todos porque todavía no sabe a quién le tocará cerrar con traje de novio elegido, y el “en funciones” (a quienes los suyos comienzan a criticar por no haber dado al menos un paso al frente) que sueña con que a PSOElander se le tuerza un tobillo y se caiga sobre el público. Todos posando en el aire pero sin posarse en la tierra. Y se supone que todo esto –este ir y venir, estos nervios y chillidos y lágrimas– iba a durar algo así como un mes. Pero ya vamos para más de quince días y a Rodríguez no lo engañan. Esto va a durar más. Y ya están los que aventuran, con falsa y coqueta timidez, un “tres meses” para tener a punto la línea primavera/verano. Porque se los ve tan contentos, tan vogueantes y boyantes y tan voy y vengo y voy pero no se vayan que ahora vuelvo a mostrarles lo que se va a usar en próximas fiestas y vernissages, ¿sí? Todos convocando cuadradas ruedas de prensa con cualquier excusa y, en nombre de la más opaca de las transparencias, tuiteándose los unos a los otros (¿de verdad piensan que a uno le interesa saber que “Recapitulando impresiones entre reunión y reunión. #GobiernodelCambio pic.twitter.com/Em4adVqgb3 - Pedro Sánchez (@sanchezcastejon) febrero 3, 2016”?) y whatsappeándose a diestra y siniestra (pronto, piensa Rodríguez, convocarán a periodistas para que puedan verlos whatsappeando y tuiteando en vivo y en directo o hasta posteando su propia muerte política; como Justin Bieber en la película que Rodríguez se apresta a ver). Y todos festejando su propio carnaval y ensayando frente a espejos que comunican directamente con las pantallas de los televisores de españoles perseguidos que ahora los siguen a través de videotertulias donde los “analistas” gritan y nadie escucha porque, como en los desfiles de moda, el volumen de la música de fondo es siempre demasiado alto. Y se mira y no se toca.
TRES Más allá de tanto colorido y fantasía y encandiladores flashes, lo que está claro es que el tan pronosticado “Fin del Bipartidismo” no ha tenido lugar: siguen ahí arriba los irreconciliables y haute couture PP y PSOE escoltados ahora por el nuevo bipartidismo juvenil y contracté y prêt-à-porter de Podemos y Ciudadanos. Es decir, se ha duplicado el problema. Sumarle a eso que si el PSOE consigue convencer a Ciudadanos y Podemos a que se le unan para iniciar “el gran cambio”, el PP (que ya ha anunciado que no apoyará a nadie que no sea Rajoy como top-model) seguirá teniendo mayoría en el senado y, ya lo advirtió, se dedicará a vetar toda propuesta. Unas nuevas elecciones –un nuevo style con más o menos los mismos trapos– se asegura que repetirán más o menos las mismas cifras con la atendible novedad de que Podemos superaría al PSOE; por lo que Iglesias ya no se conformaría sólo con ser vicepresidente de Sánchez y Sánchez sería rápidamente liquidado en tiendas y retirado de escaparates por los suyos que (en especial la andaluza Susana Díaz a la que cuesta sacar del traje de bailaora flamenca que pisa fuerte y aplasta mucho) tanto lo quieren y que le desean nada más que lo mejor. Y volver a empezar. Y circula un rumor de que –de seguir esto así– Felipe VI podría cansarse de todos estos histéricos y, desde los talleres de costura de la Zarzuela y amparándose en los numerosos agujeros de confección de la Constitución Española, encargar gobierno a quien mejor le plazca, a una figura independiente o a alguna de esas súper-models de los 80 y 90 que siguen facturando y fascinando. Se han, incluso, susurrado nombres en los vestuarios. Sí, esos nombres. Fantasmas vintage de colecciones pasadas. Rodríguez propone que, de tratarse de Felipe González o de José María Aznar, se los ponga a competir en walkoff underground con el espectro de David “El Hombre Más Elegante de Toda la Historia de Inglaterra” Bowie como juez pero nunca parte. Y ahí, en público, sacarse la ropa interior sucia sin quitarse los pantalones.
CUATRO Rodríguez quisiera cerrar los ojos pero no puede dejar de mirarlos a todos con una mirada que bien podría llamarse Tired Rubber o algo así. Por suerte, se apagan las luces y se enciende Zoolander Nº 2, y que se queden con The Revenant aquellos que no hayan visto aún Jeremiah Johnson. Para Rodríguez –sabiendo que Ben Stiller y los de su agencia y partido van a cumplir sus promesas después de tantos años de esperarlos– esto es la felicidad. Y Rodríguez entrecierra los ojos y se chupa sus mejillas y se prepara para ser feliz por dos horas, ahí dentro, poniendo a todo y a todos los que lo esperan ahí fuera, en la tan popular como mal llevada Marca España, una cara que se llama Keep Out o Leave Me Alone o Fuck Off.
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