CONTRATAPA
Copias
› Por Juan Gelman
Parecía mera copia. A medida que intensifican la guerra contra la resistencia iraquí, “los estadounidenses han comenzado a cercar pueblos enteros con alambradas de púas”, señalaba en su primera plana The New York Times del 7-12-03. “Al este de la Ribera Occidental: los norteamericanos hacen la guerra a la manera israelí”, titulaba el libanés The Daily Star del 6-12-03. Desde noviembre, las tropas ocupantes incrementan el empleo de misiles tierra-tierra, el bombardeo y el patrullaje desde el aire sobre pueblos y aldeas, arrasan domicilios particulares, desarraigan plantíos de dátiles y frutales, detienen a civiles emparentados con iraquíes prófugos. “No los secuestramos, se los arresta si averiguamos que coordinan acciones con los objetivos que buscamos o tienen información sobre el escondite de insurgentes fugitivos”, declaró un militar de EE.UU. que prefirió el anonimato, el mismo que aún hoy, un cuarto de siglo después de cometer ese y otros crímenes, guardan celosamente los represores argentinos o uruguayos de los años ‘70 y ‘80. Como la contrainteligencia de los ocupantes es a todas luces escuálida – a más de ocho meses de invadir Irak todavía no encontraron las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, tampoco a Saddam Hussein–, no hablan el árabe y los intérpretes escasean, no hace falta mucha intuición para imaginar la arbitrariedad que impera en los operativos y allanamientos en curso.
Los estadounidenses han negado que copian las prácticas del ejército israelí en la Franja de Gaza y la Ribera Occidental y es cierto: no las copian, las aprenden. En enero de este año el Pentágono envió un grupo de militares de rango a Tel Aviv para interiorizarse de las tácticas que las Fuerzas de Defensa de Israel aplican en los territorios palestinos ocupados. Nótese la fecha: esta misión se realizó dos meses antes de la invasión a Irak, cuando la Casa Blanca ensayaba maniobras diversas presuntamente destinadas a evitar la guerra. Un artículo de Seymour M. Hersh que aparecerá en The New Yorker del 15-12-03 revela que comandos y unidades de inteligencia israelíes “han estado instruyendo a sus contrapartes estadounidenses en la base de entrenamiento de Fort Bragg, Carolina del Norte, y en Israel”. Esa instrucción incluye el adiestramiento en ejecuciones extrajudiciales, una acción de la que el ejército israelí tiene larga experiencia. Para cumplir esos fines, el Pentágono ha establecido el Grupo de Tareas 121 con efectivos del ejército y la marina y agentes paramilitares de la CIA. “Se espera que comandos israelíes asesoren ad hoc –siempre en secreto– cuando esas operaciones comiencen”, precisa Hersh.
Comenzaron y no sólo en Irak. Un grupo de tareas yanqui se instaló en Siria empeñado en “neutralizar” a miembros o presuntos miembros de la Jihad Islámica para impedir que crucen la frontera rumbo a Irak. “Se trata básicamente de un programa de asesinatos... es un equipo encargado de cazar y matar”, señaló al británico The Guardian (9-12-03) un ex espía norteamericano de alto nivel. “Es una locura, es insania –calificó–, el mundo árabe ya nos comparaba con Sharon y lo hemos confirmado trayendo a los israelíes y organizando equipos para asesinar.” Uno de los planificadores de este tipo de elegancias es el general William Boykin, un convencido de que EE.UU. está en guerra con Satán, ese que “quiere destruir nuestro ejército cristiano” (véase Página/12, 26-10-03).
Hay superficies cercadas de otra clase dispersas en Irak. La más notoria y confortable es la llamada Zona Verde, ubicada en el corazón de Bagdad. Su área es de unos 7 kilómetros cuadrados que rodean un muro de cemento de 5 metros de altura y varias alambradas de púas. Fue verde alguna vez. Hoy ofrece una mescolanza de helicópteros y ruinas y es sede del gobierno provisional iraquí elegido a dedo por la Casa Blanca (The Washington Post, 6-12-03). Conviven allí varios miles de militares norteamericanos, empleados iraquíes de dependencias oficiales, intérpretes, pequeños comerciantes que aseguran algunos servicios, asesores de naturaleza varia, contratistas extranjeros. Hablan en inglés, usan celulares cuyo funcionamiento asegura la MCI Communications Corp, acuden al Palacio Republicano del que fue desalojado Saddam para consumir en la cafetería que administra la empresa KBR –subsidiaria del gigante petrolero y de la construcción Halliburton Inc.– o gozar de la piscina con gigantesca pantalla de televisión y del gimnasio. Comen alimentos congelados que vienen de EE.UU. y beben agua embotellada de procedencia saudí. Es un santuario de seguridad para los ocupantes y no es fácil dejarlo para incursionar en la realidad de Irak: hay que llenar planillas, explicar los motivos de la salida y esperar que no haya amenazas exteriores. En la ciudad kurda de Irbil, en Fallujah, en Mosul y otros centros urbanos hay versiones más pequeñas del gran bunker bagdadí, en las que se guarecen, como sitiadores sitiados, los miembros de las administraciones provisionales de provincia.
Los cercos para ocupantes son una innovación estadounidense respecto de las prácticas israelíes en los territorios palestinos ocupados. Nada detiene al progreso, ya se sabe.