› Por Rodrigo Fresán
UNO. Aquí está de nuevo: el traje color verde clorofila con cuello de relajantes camomilas y manzanillas, las mejillas en flor, el peinado como un arrebato de pétalos y las pupilas febriles de belladona. Muchos prefieren la versión femenina pintada por Sandro Botticelli; pero puesto a elegir, Rodríguez se queda con el perfil hermafrodita y frutal del manierista Giuseppe Arcimboldo. Ah, ¡La Primavera! Ya llegó: pajarillos entre ramas de hojas frescas tan felices de cagar sobre los transeúntes. La primavera como una especie de coming soon de la película blockbuster del El Verano donde todo serán efectos especiales y estallidos hormonales y la feliz angustia de convivir y trabajar tiempo extra con la familia. Sólo que este año la cosa pinta y se siente de otro modo. De acuerdo, la primavera ha arribado; pero Rodríguez y millones de españoles todavía están esperando a El Otoño y a El Invierno que apenas asomaron. ¿Cambio climático? ¿Calentamiento global? Es más que posible. Pero Rodríguez no puede evitar el hacer coincidir a este limbo estacional con el limbo político del reino español donde pasa de todo para que no pase nada y todos se la pasan, sí, deshojando margaritas à la me quiere, no me quiere.
DOS. Y lo primero que se le ocurre a Rodríguez cuando piensa “Primavera” es “Vivaldi”. Así, en los últimos días, no ha dejado de escuchar la juguetona e ingeniosa versión del músico posminimalista anglogermano Max Richter dedicó a Las cuatro estaciones de Antonio Vivaldi. Richter asegura haber descartado el 75 por ciento de la partitura compuesta por el italiano barroco en 1723 y conservado un 25 por ciento de notas clave (“moléculas”, les dice) a las que ordena y desordena en loops sónicos que convierten a esa música en algo nuevo sin dejar de ser absolutamente reconocible. Richter considera a lo suyo una “recomposición”: el cd en cuestión, éxito de ventas en 2012, se titula, sí, Recomposed by Max Richter / Vivaldi – The Four Seasons. Y Rodríguez no puede dejar de oírlo incluso cuando no lo está escuchando. Y se dice que, más allá de la tan traviesa como inteligente propuesta, Richter ha conseguido aquí ponerle música a esa sensación intangible pero tan sólida del déjà vu. Rodríguez se entera de que Richter llegará a Barcelona para presentar en directo su Recomposed en el marco del festival Sónar. Y, ah, Rodríguez se acuerda de sí mismo, igual que ahora pero recompuesto marcha atrás, cuando era más primaveralmente joven y aún eléctrico. Entonces iba al Sónar a escuchar novedades. Y hasta le preocupaba saber cómo sería el siempre sorpresivo poster anunciando el encuentro (nunca olvidará el del 2002 cuando, después de varios años de poner freaks lo pusieron al más freak de todos: Maradona). Sí, Richter va a estar por aquí justo los últimos días de la primavera y Rodríguez se pregunta “¿iré?” Y no demora ni un segundo en responderse “por supuesto que no”. Atrás han quedado sus primaveras electrónicas e inquietas y más atrás aún sus veranos ardientes y new wave. Ahora Rodríguez es más bien unplugged y no se cansa de repetirse una y otra vez que su estación favorita es el otoño y lo único que le motiva es saber si volverán pronto Elvis Costello o Rickie Lee Jones o Paul Westerberg. Y si, por favor, tocarán a solas y al piano y/o a la guitarra. Y si lo harán en un teatro pequeño y cómodo y con butacas y que se parezca lo más posible a la sala de casa. Si no, si no vienen, que saquen DVD y Rodríguez los escuchará hibernando en primavera, mirando fijo al plasma, alzando su copa y, si está de humor, hasta encendiendo un encendedor con tentación de bonzo.
TRES. Más allá de todo el interludio anterior (un capricho alucinatorio-epifánico-melancólico que de tanto en tanto le permito a Rodríguez para que no se me revele) el hombre se queda con eso de “recompuesto” y no está dispuesto a soltarlo. Tal vez, piensa Rodríguez, la primavera sea la estación del recomposición. Y empieza a empezar a pensar en la aplicación cotidiana y más allá de lo sinfónico del verbo escogido por Richter. El recomponer como la orquestación de una conjura que permita eliminar el 75 por ciento de la realidad y quedarse nada más que con las partes vitales y necesarias para sentir que, para bien o para mal, se sigue en este mundo. Es decir: conservar cierta curiosidad por Iglesias y Errejón del cada vez más purgado y diarréico Podemos, pero eliminar por completo toda esa nueva subtrama de conjuras y revueltas en su “amoroso” partido a partirse; tener presente esa lengua de Rajoy asomándose bovina entre labios pero borrar su voz y sus dichos del tipo “Nunca me rendiré”; contemplar a Sánchez caminando por los pasillos del Congreso como si se tratase de un personaje escrito por Aaron Sorkin en esos contados segundos en los que nadie habla; enterarse por las encuestas de que Rivera sube y sube y nada más. Ignorar toda noticia sobre el juicio a Infanta y Marido (a no ser que provenga de la admirable cobertura de Iñigo Domínguez del juicio en El País, que debería estudiarse en las escuelas de periodismo por su ágil precisión y buena prosa y humor irónico) o cualquier cosa relacionada con el Real Madrid o la falta de dinero para pagar a los funcionarios catalanes que un gobierno independentista pide por adelantado al gobierno central al que renuncia y no reconoce en todos los otros aspectos. Lo mismo con el aspecto internacional: que todo suene como esa tensa sección de cuerdas y esa nota de pianos de cola mordiéndose las colas (gracias de nuevo por todo, George Martin) en el centro y al final de “A Day in the Life”: una ráfaga de sonidos visuales que incluyan a Merkel y a Lula y a Trump (Rodríguez se acuerda de que Patrick “American Psycho” Bateman, veinticinco años descuartizando este marzo, era fan de este fanfarrón y que ahora, según su creador Bret Easton Ellis, seguramente mataría el tiempo como un troll en internet); y a los refugiados a expulsar de Europa o a ser escupidos y humillados en sus plazas por hooligans (¿qué será mejor?); y a todos los productos revolucionarios que se presentaron en el último Mobile World Congress de Barcelona (incluido ese posavasos que te avisa de cuándo tienes sed); y al campeón mundial de Go derrotado por la inteligencia artificial de Deep Mind/Alpha Go; y a la ansiedad de muchos por el estreno de la nueva temporada de Juego de tronos donde se irá más allá de las novelas porque George R. R. Martin no entrega lo suyo y no se sabe cómo sigue (como la política española); y a los pronósticos que hablan de que se avecina el invierno y nos adentramos en una nueva Guerra Fría entre USA y Rusia. Una voz sonado y escuchado todo eso, Rodríguez se concentrará en lo verdaderamente importante: Batman versus Superman.
CUATRO. Según la entrada en la Wikipedia, la primavera suele asociarse “con las ideas de renacer, rejuvenecer, renovación, resurrección y resurgimiento”. Rodríguez entra ahí y edita y añade la molécula de un recomponer. A ver –mientras se abren las ventanas para que entre aire fresco o para sentir la embriagadora tentación de arrojarse desde las alturas– cuánto tiempo lo dejan ahí antes de arrancarlo, como si se tratase de una flor silvestre de dulce aspecto pero que, al morderla sin pensarlo demasiado, tiene un sabor tan amargo.
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