Martes, 5 de julio de 2016 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO En 1820, el historiador danés Christian Jürgensen Thomsen patentó esa gran ocurrencia del Sistema de las Tres Edades. A saber: Edad de Piedra, Edad del Bronce y Edad del Hierro, ordenando todo lo pasado en función de los materiales de los artefactos utilizados en cada época. Es posible que ahora mismo habitemos la Edad del Silicio, cuya variante semicristalina es el elemento clave en casi todo lo que sale de Silicon Valley para conquistar el mundo. Pero Rodríguez no está tan seguro. Al menos, desde España, Rodríguez se siente homínido más o menos primitivo y típico padecedor de la Edad del Teflón. Ese polímero descubierto por accidente y serendipia en 1938 por Roy Plinkett cuando buscaba un nuevo clorofluorcarbono refrigerante y que fue de inmediato patentado por DuPont. Y, desde entonces, múltiples aplicaciones: como aislante eléctrico, como sellador en el atómico Manhattan Project, como revestimiento de aviones y cohetes, como material para prótesis. Pero, a partir de 1961 y por encima de todo, para lo que Rodríguez entiende es uno de los grandes logros de la humanidad: la sartén revestida de teflón alias “The Happy Pan” y, allí, su casi mágica antiadherencia. Rodríguez se acuerda a la perfección del día en que se compró su primera “sartén feliz” que lo hizo tan feliz. Arthur debió de sentir lo mismo empuñando a Excalibur, se dijo Rodríguez, lavándola tan fácilmente en su primer pisito de soltero. Nada se pegaba, los restos molestos y malolientes, se iba por el desagüe, de pronto todo parecía nuevo y flamante y limpio.
Era tan fácil lavar y que todo estuviese limpio, sí.
DOS Mariano Rajoy –presidente en funciones, reciente ganador de la secuela de las últimas elecciones y, todo parece indicarlo, jefe de gobierno por los próximos cuatro años– es el paradigmático y arquetípico Homo Teflón. Todo le resbala, nada lo mancha ni se le pega. También –Rodríguez como tantos otros comienzan a rendirse ante la evidencia, por acción propia u omisión de sus rivales– Rajoy ha resultado ser un gran político, un ajedrecista sublime, un genio estratega militar, un exquisito cultor de la flaubertiana mot juste y alguien más allá de todas esas encuestas que acabaron jugando a su favor anunciando el ascenso de la izquierda. Rajoy es la versión partidaria del bullet-time de Matrix en el que todo le pasa por los costados, súbitamente reducido a su velocidad de mínimos (no es casual que el deporte rajoyano sea ese oxímoron de la “caminata rápida”).
Y Rajoy es el Señor de la Entropía que se limita a no hacer nada para que todos los demás se deshagan entre ellos. A saber: Pablo Iglesias (quien ya es a la idea de la Izquierda lo que Zoolander es a la moda y Spinal Tap es al rock ); Susana Díaz (esa cruza de empalagosa maestra de jardín de infantes con el siniestro payaso Pennywise en el It de Stephen King); Andrés Rivera (aquel mejor alumno que, de tanto levantar la mano, ya nadie hace pasar al frente); y Pedro Sánchez (ese vendedor de Emidio Tucci que no para de ofrecerte lo que no fuiste a buscar). Todos ellos ya listos para ser arrastrados cañerías abajo entre espuma de detergente de marca blanca. De acuerdo, ahora vienen las consultas y pactos y todo eso. Pero Rajoy flotará entre pompas de jabón por encima de todo eso con esa sonrisa de a quien nada lo afecta salvo la eliminación de España en la Eurocopa. Y con la certeza de que –si el Partido Popular ganó en la hiper-corrupta Valencia y ahora hasta su resentido creador, José María “Victor Frankenstein” Aznar ha admitido su inexplicable grandeza– entonces todo es posible. Quién sabe, incluso pueden llamarlo para que también sea Primer Ministro de Reino Unido (después de todo, hasta el timing del Brexit estuvo de su parte, provocando temores entre los españoles en cuanto a los ideales separatistas pero no tanto del cada vez más chistoso y amoroso e ikeizado Iglesias para armar). No hay nada que no se solucione. No olvidar nunca que Rajoy fue quien –en 2002, entonces vicepresidente primero de gobierno– no tuvo reparos en afirmar durante la gran catástrofe ecológica frente a la costa gallega del petrolero Prestige, que el combustible iba a “solidificarse en el fondo del mar” y que lo que salía del casco hundido eran apenas “cuatro hilillos como de plastilina en estiramiento vertical” y no una marea negra de miles y miles de toneladas de fuelóleo. Si se sobrevive a eso y si se sale más fuerte de aquello, es comprensible que Rajoy esté convencido –y convenza a unos cuantos millones– de que la solución a todo problema pasa por el “yo no fui”, el “yo no sé”, el “qué hora es”, el livin’ la vida teflón.
TRES Pero, también, una de las particularidades de arrastrarse por la Era del Teflón, es la de ser plenamente consciente de la mierda y los malos olores que se enjuagan a costa de la factura del agua ajena. Así, a Rodríguez le pega y se le pega todo. Y le duele un poco pasarse la autoflagelante esponja de metal. La eliminación de La Roja (la selección nacional de fútbol y no el sonriente y sonrojante combo ideológico psicotrónico-ingenioso-amoroso socialdemócrata-peronista-comunista de Hundidos No Podemos, quienes de “estamos tocando la victoria con la punta de los dedos” han pasado al “no entendemos qué pasó” sin atisbar la sencillez perfecta de la respuesta al enigma: pasó Rajoy) le viene muy bien a Rodríguez para así poder mostrarse triste junto a las masas. Está claro que lo de la Eurocopa le importa un cuerno (salvo por Iniesta, quien siempre le pareció un caballero y un elegante y un ejemplo de civismo). Tampoco siente el que se haya acabado la temporada de tetas y dragones de Juego de tronos. Lo suyo es la pena por que haya terminado para siempre Penny Dreadful (junto con Breaking Bad la única serie de los últimos tiempos que se atrevió a terminar sin atenuantes; y, sí, otro motivo para negar aquello de que la Gran Novela se está escribiendo para el plasma: porque, cree Rodríguez, las novelas terminan cuando quieren; y las series cuando pueden). Pero, también, la alegría por el recomienzo de Ray Donovan, ese tipo con cara de kevlar que parece de teflón pero no. Le deprime, sí, lo del Brexit. A Rodríguez le gustaba sentirse pariente lejano de William Shakespeare y The Beatles y las hermanas Brontë y T. E. Lawrence y Alan Rickman y David Lean y Winston Churchill y Sherlock Holmes y J. M. W. Turner y Jane Austen. Y “48% Sentido y sensibilidad y 52% Orgullo y prejuicio”, sintetizó con precisa gracia el humorista norteamericano Bill Maher.
Aquí y allá y en todas partes, piensa Rodríguez, la gente se ha teflonizado. Todos les resbala y se vota igual (próxima remake: Austria) que como se le da a un like o se teclea un comment irresponsable. Total, se supone, una mano lava la otra; pero ninguna dando la cara. Puro enjuague y me ne frega. Y alguna vez –quiere soñar Rodríguez– la Historia pondrá en su sitio de villanos estupidizadores a Zuckerberg, Jobs & Co.
Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez de rodillas, frente a su lavaplatos, pidiendo piedad ante el verano más politizado que jamás se recuerde por aquí. Pensando en una novela que no va a escribir nunca y que se podría llamar Teflón e irresponsabilidad, y cuya primera frase podría ser algo así como “Es una verdad universalmente reconocida que el mundo se divide entre los que tienen a la sartén por el mango y los que reciben un sartenazo para que la cara se les quede con forma de sartén, como le sucede a los más desanimados dibujos animados”.
Y Rodríguez no va más allá de eso porque, por supuesto, no tiene la menor idea de cómo sigue, de cómo seguir.
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