› Por Rodrigo Fresán
UNO Silicio para los hispanistas, sílex para aquellos que les guste una fonética latina mucho más Marvel Comics, y silicon para casi todos. Silicon como esperanto y signo de los tiempos. Silicon del mismo modo en que decimos blue-jeans y no texanos y mucho menos –como dictamina la en más de una ocasión irreal Real Academia Española– bluyín. Silicon –del mismo modo en que alguna vez lo fue la piedra y el hierro y el bronce– como material du jour y distintivo y definidor de un tiempo. Silicon –cuyo afirmativo símbolo es Si– no como la piedra pero sí el elemento químico filosofal y fundamental para la preparación de siliconas y, por encima de todo, semiconductor clave para la industria chip-electrónica y material base y básico sobre el que se planta y erige la era de estar todos conectados. La era que es.
DOS Y Rodríguez flotando sobre la alfombra mágica de Google Earth sin necesidad de salir de casa. Allí está, abajo y por todo lo alto: Silicon Valley –entre la ciencia y la hechicería– como Xanadú y Brigadoon y Shangri-La y Avalon y El Dorado y Tierra Prometida y Utopía realizada. Y, también, tablero donde juegan los entronados. Allí, Gates abrió las puertas y Jobs puso a todos a trabajar para él como si fuese él quien hiciese todo el trabajo y Zuckerberg, dicen, no hace nada salvo recolectar y repartir al mejor postor información íntima y ajena que las masas le entregan voluntariamente. En garajes imaginarios o no primero y enseguida en research parks y technology centers y startup ecosystems y lugares más parecidos a parques de diversiones à la Willy Wonka que a oficinas de gente seria y productiva. Silicon Valley como marca registrada y bonanza y crack-up y ascenso y caída y globo aerostático y burbuja. Silicon Valley como estado de mente y The Wall Street Journal rankeando que doce entre los veinte pueblos más “inventivos” en USA están en California y diez de ellos en Silicon Valley, tercera “cyber-región” del país luego de las áreas metropolitanas de New York y Washinngton D. C. Y primera en cantidad de trabajos high-tech. Algo en el agua, algo en el aire, algo en el humo, quién sabe.
TRES Meses atrás, cuando American Psycho cumplió veinticinco años matando y monologando, su creador, el novelista Bret Easton Ellis, aseguró que, hoy por hoy, Patrick Bateman no estaría reptando por los desfiladeros de Wall Street sino paseando en sedgway por las callecitas arboladas de Silicon Valley, haciendo la suya y de las suyas y, por supuesto, posteando y posteando y más fan de Donald Trump que nunca. Allí, en el sitio más ambiguo de este presente futurístico. Infierno paradisíaco o infernal averno donde pueden transcurrir sátiras de denuncia como El círculo de Dave Eggers, comedias de costumbres como Microsiervos de Douglas Coupland, artefacto metaficcional como Book of Numbers de Joshua Cohen (seguro, el heredero más directo y talentoso de David Foster Wallace) o descarados y apenas subliminales comerciales de Google (cuyas sucursales madrileñas acaban de ser visitadas por la Hacienda local al detectarse irregularidades impositivas) disfrazados de buddy-comedieta-estival como The Internship.
A Rodríguez no le viene bien ni la condena ni la apología. Suficientes extremos tiene ya con la situación política de España en el (des)marco de la situación política de Europa, exigiendo a la Rajoy o a quien sea (da igual) más recortes económicos. De ahí que disfrute tanto del agridulce punto medio de la serie de t.v. Silicon Valley –a Rodríguez le gustan tantos sus créditos con música robótica e imaginería que parece de Minecraft, mostrando el lugar, las empresas, los logotipos, actualizándose y cambiando de sitio– cuya tercera temporada acaba de finalizar y con Mike Judge como uno de sus creadores. Hodges fue el responsable de Beavis & Butt-Head. Pero si esos dos eran descerebrados sin atenuantes ni remedio, los cinco de Silicon Valley son seis descerebrados con altísimo coeficiente intelectual al frente de un modesto pero revolucionario emprendimiento compresor enfrentándose al gigante corporativo Hooli by el magnate psicópata Gavin Belson. A saber: el tímido programador Richard Hendricks, el entrepeneur impresentable Erlich Bachman, el cabeza hueca Nelson “Big Head” Bighetti, el hierático y lacónico satanista Martin Starr (favorito de Rodríguez), el sarcástico y enamoradizo y bastante amoral indio Dinesh Chugtai, y el masoquista pero imprevisible Donald “Jared” Dunn. Y allí Judge su paso por Silicon Valley, al principio de su carrera, en una compañía con el conspiranoide nombre de Parallax, cuando “me relacioné con muchas personas que creían firmemente en algo que yo no tenía la menor idea de lo que era”. Y esa es la gracia y el genio de Silicon Valley: Rodríguez no entiende el 80 por ciento de lo que hablan pero, a diferencia de lo que le ocurre también en los reinos de Westeros, Rodríguez, aquí, no deja de reírse como no se reía desde Friends o Seinfeld. A los inspiradores reales de todos estos personajes, por supuesto, la cosa les parece “absurdamente irreal” o “escalofriantemente verdadera”.
CUATRO Pero lo más interesante de todo es cómo Silicon Valley “hace comedia” con los tiempos extraños de verdad en los que vivimos y a los que les cantó John Lennon en una de sus últimas canciones, poco antes de ser baleado por la espalda por uno de sus más dedicados fans. Es un presente futurístico y raro y Rodríguez lee por estos días el nuevo libro de Chuck Klosterman –But What If We’re Wrong?– cuya atractiva e ingeniosa premisa es diseccionar el ahora como si lo hiciese desde dentro de medio milenio para descubrir que todo lo que pensábamos y aquello en lo que creíamos (incluyendo la Fuerza y Ley de Gravedad) estaba equivocado. La teoría de Klosterman es que si hace quinientos años todos vivían en el error permanente, ahora puede estar sucediendo lo mismo. Quién sabe y, sí, hay datos inquietantes como el que un loro vaya a ser testigo por la fiscalía en un juicio por asesinato, como que el Ministro del Interior de España (implicado ahora en el mal uso y abuso de una “policía patriótica” para “hacer más pupa” a la oposición) condecore a la Virgen y asegure tener un ángel de la guarda de nombre Miguel que “me ayuda en las pequeñas cosas, como aparcar”, o que ya haya muerto el primer pasajero de auto con piloto automático marca Tesla por empotramiento bajo un camión mientras iba viendo una de Harry Potter. ¡Vehículus Mutantis! Pero son apenas síntomas de algo más profundo y oscuro y que asomó la cabeza en plan Cthulhu durante la consulta por el Brexit, donde se pasó de la ira al arrepentimiento y a la admisión renunciante de que las impuras verdades eran pura mentira. La idea de que la gente hace las cosas cada vez pensando menos en lo que hace. Las autoridades cada vez engañan más amparadas en la idea de que al rebaño no le importa nada demasiado (que le basta y sobra con manifestar su descontento en las redes sociales mientras los terroristas ganan las calles y pasan a la acción pura y dura). Y, en un artículo de Moisés Naím, Rodriguéz leyó lo que sigue: “Se ha puesto de moda hablar de un mundo posfactual. Un mundo donde a pesar de la revolución en la información, Big Data, Internet y demás avances, los hechos y los datos no importan”.
Y ya se dice –¿será un hecho o un dato que no importa?– que el nuevo Silicon Valley está en China.
CINCO La inhalación de polvo de sílice -en minas, desiertos o en lugares limpios y bien iluminados y envasados al vacío– es causa de silicosis: enfermedad fibrósica-pulmonar de tipo profesional y de carácter irreversible.
Rodríguez respira profundo y siente que le falta el aire.
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