Mar 23.03.2004

CONTRATAPA

Madrid, la capital moral de Europa

Por José Saramago *

¡No a la guerra! ¡Sí a la paz! ¡No a la ocupación! ¡Sí al derecho de vivir libres! Hoy por hoy, Madrid es la capital moral de Europa; por supuesto que no es la capital política de los europeos ni la capital económica ni mucho menos la capital militar. Pero sí es, clara y rotundamente, la capital moral de esa Europa a la que osaron llamar “vieja” algunos que de Europa sabían y saben muy poco, y que de su supuesta juventud presumían demasiado.
Los 200 muertos del infame atentado del 11 de marzo van a quedar para siempre en la memoria y en el corazón de Madrid. Cada uno de ellos será en esta ciudad una imagen que encontraremos por las calles. Cada uno de ellos, una mirada que nos interrogará al pasado. Cada uno de ellos, una exigencia y un compromiso.
Al día siguiente, con los ojos llorosos y el dolor pegado al alma, Madrid salió en masa a la calle. Y con Madrid salió España entera de sus casas. Por España salieron Europa y el mundo. En muchas ciudades y pueblos al otro lado de las fronteras sonaron las campanas de las iglesias y las sirenas en las fábricas. Y todos los minutos de silencio cumplidos se hicieron muchas horas de duelo. Madrid no estaba sola. España no estaba sola. Una onda de solidaridad empapada de lágrimas enseñó a todos en un clamor unánime contra la barbarie terrorista. Un clamor general contra el terrorismo interno y externo y también, como consecuencia de un crimen tal, contra todos los demás terrorismos de todos los colores y facciones: los del negro y los del azul, los del verde y los del marrón; nadie ignora que esos colores nefastos se tiñeron en nefastas camisas en el pasado.
Nadie puede ignorar que hoy, bajo la capa de los mejores propósitos y las más protectoras intenciones, nuevos autoritarismos están amenazando el mundo. Llevan las camisas debajo de la piel, pero la sed de poder es idéntica. Los procesos han cambiado, sin embargo, los objetivos son los mismos.
Hace un año, millones de personas bajaron a la calle para gritar “¡No a la guerra!” e intentar así cortar el camino a aquellos que se empeñaron a entrar en nombre de la guerra preventiva a lo que simplemente es terrorismo de Estado. Muchos de nosotros estuvimos aquí y levantamos pancartas de paz y gritos de esperanza, pero la guerra no se detuvo. Para el señor George W. Bush, y sus dos acólitos principales, los señores Tony Blair y José María Aznar, nosotros, en el mejor de los casos, éramos unos pobres ingenuos, mentalmente incapaces para comprender la sublime majestad de la gesta bélica que se preparaba. Y en el peor de los casos, unos miserables traidores a la civilización occidental que no nos merecíamos el pan que comíamos.
No importaba que la famosa gesta bélica fuera sólo un entramado de groseras manipulaciones y falsedades. No importaba que de cada tres palabras que ellos proferían, dos fueran mentirosas y la tercera dudosa. No importaba que los motivos ofrecidos para desencadenar la guerra se derrumbaran hechos añicos a los pocos días. Empecinados en la estrategia del engaño sistemático como instrumento de maniobra política, Bush, Blair y Aznar dedicaron sus oficios y quehaceres y a pasear por el mundo sus impagables narices de Pinocho. El año que ha pasado entrará seguramente en la historia como el tiempo en el que más mentiras han sido dichas en el mundo.
Y vosotros, y nosotros, los miles y miles que habéis salido a la calle hace un año, a primera vista, terminadas las manifestaciones, no habéis hecho nada más que volver a casa como si, vencidos y humillados por las mañas y la mentira organizadas, de repente os hubiera faltado la propia conciencia de vuestras razones. Hoy, aquí, podemos afirmar que no fue así. Las movilizaciones de protesta y de reivindicación de la paz, reunidas en Madrid y en toda España, se fueron convirtiendo sin que os diérais cuenta en el río Guadiana que deja la superficie de la tierra para conseguir su camino debajo del suelo. Y a la manera del Guadiana, en otrorío oculto en el que os habéis transformado, ascendió de súbito y cuando nadie se lo esperaba a la superficie. Sucedió eso en el día 14 de marzo del año 2004. Que no tiene que ver una cosa con la otra, dirán algunos. Pero sí tiene que ver, que sacudidos por el dolor, ahogados por las lágrimas, la palabra paz volvió a encontrar el camino de nuestras gargantas y el “¡No a la guerra!” retomó su primera fuerza para luego doblarla y hasta multiplicarla.
Lo que parecía dormido despertó y a partir de ahora nada ni nadie os podrá callar. ¡No a la guerra! ¡No, no, no, no y no!

* Texto íntegro del discurso leído en Madrid en la manifestación contra la guerra.

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