CONTRATAPA
La vida según Pentrelli
› Por Juan Sasturain
Se ha puesto de moda últimamente –o acaso sea cosa de uno, que recién se entera ahora– la expresión touch and go. Sirve para describir una relación sexual ocasional mutuamente consentida que no implica más compromiso que ese encuentro puntual. Si hubo afecto, mejor; pero que no se note. No es nuevo el uso, sí lo parece el rótulo.
Pero tampoco. Porque la sintética forma, que tiene toda la pinta de una nueva y tilinga importación suntuaria, sin embargo no lo es. Se trata de la versión elusiva, traducida, del criollísimo “toco y me voy” que tiene, poco más o menos, cuarenta años de vigencia en la Argentina. Como muchas expresiones gráficas y felices, es de uso común y tiene destino seguro de anonimato. Por lo pronto, no todos saben ya que quien acuñó la expresión fue un jugador de fútbol hábil e inteligente, aunque no demasiado famoso, Luis Pentrelli.
Wing derecho incisivo que a fines de los ‘50 se inició en Boca y creció en Gimnasia y Esgrima La Plata, Pentrelli se fue a Italia con menos ruido y por menos pesos que los explosivos Maschio, Angelillo y Sívori del ‘57, pero hizo buena campaña en Udinese y Fiorentina, juntó experiencia allá. Cuando volvió libre y con treinta años, a mediados de los ‘60 a Racing, ya era –como el pelado Ernesto Grillo y el mismísimo Bocha Maschio– otro jugador: había modificado su posición en la cancha –era lo que aún no se llamaba un volante– y las características de su juego. Poco quedaba de aquel wing explosivo de gambeta, desborde y disparo. Se había convertido en solidario “jugador de toda la cancha”, con despliegue y movilidad, al estilo –guardando las distancias– del memorable innovador Alfredo Distéfano. Pentrelli se destacaba.
En aquel contexto, la revista El Gráfico –por entonces empeñada en un debate a veces virulento respecto de la idiosincrasia de “la nuestra” futbolera y las cuestiones tácticas que empezaban a plantearse– le hizo un reportaje en el que lo interrogó sobre cómo podría definir su manera de encarar el juego, su concepción del fútbol.
–Y usted, ¿cómo juega, Pentrelli?
–Yo... –movió las cejas que le sobraban, trivializó–. Yo toco y me voy.
Había nacido un mito. La frase y definición tuvo destino de bronce, de disuelta memoria colectiva. Uso y (saludable) abuso que ha llevado entre otras cosas a la distorsión de su sentido original. Porque en la Doctrina Pentrelli, el toque es inseparable del irse, el viejo desmarcarse para volver a recibir. La novedad, la revolución para nuestro fútbol, residía en cada uno de los términos y –sobre todo– en la sucesión de los gestos. Tocar –palabra nueva por entonces– no era sólo pasarla (contrapuesto a gambetear) sino pasarla de primera, aligerar el trámite y el tránsito con un rasgo propio del toque: brevedad del recorrido, la corta distancia. La experiencia europea y la inteligencia propia le habían enseñado a Pentrelli que el sentido de la velocidad en el fútbol (llegar a poner la pelota y el jugador en posición de tiro antes que el rival lo impida) no consistía en correr más rápido con la pelota o patear más fuerte y largo para que un más rápido propio llegara antes que el rival, sino en moverse sin la pelota, tocarla mucho y tenerla poco.
Con “toco y me voy”, Pentrelli acababa de formular un credo, un Evangelio que, como suelen tener los textos básicos, traía buenas nuevas para todos en general y laburo para cada uno en particular. Con el “toco” se oponía a la idea de tenerla indefinidamente, postulaba la necesidad de largarla rápido; con “me voy” –contrario al “me quedo” del que mira cómo sigue o cómo se las arregla el otro– postulaba la necesidad de seguir ofreciéndose como receptor, jugar eventualmente sin pelota para volver a tocar y así progresar juntos. Y ya no sé de qué estamos hablando si no es de fútbol. Cualquier similitud con el casi cínico touch and go –más allá de una traducción literal adecuada a la ideología de los tiempos– es mera y nefasta coincidencia.