CONTRATAPA
Dalírio
Por Rodrigo Fresán
UNO Un día como hoy, hace exactamente cien años, vio la luz de este mundo Salvador Dalí Número 2. Lo cuenta con detalle Ian Gibson en su definitiva La vida desaforada de Salvador Dalí. Salvador Dalí Número 1 había nacido en 1901 y muerto un año después víctima de una infección gastrointestinal. Así que sus padres –un notario de éxito y una chica bien de Barcelona con inclinaciones artísticas– decidieron poner manos a la obra y nueve meses y diez días después del fallecimiento de Salvador Dalí 1 nació Salvador Dalí 2. En cualquier caso, el Salvador Dalí que todos conocemos siempre consideró a su hermanito fantasma como un boceto del Salvador Dalí perfecto. Eso sí: un boceto magnífico a superar. Así, Salvador Dalí 1 como una nota al pie de la leyenda de Salvador Dalí 2 quien –en su autobiografía– deforma muerte y edad del fantasma, y le atribuye una precocidad “alarmante” y “la inconfundible morfología facial de un genio”. En 1963, a la hora de su Retrato con hermano muerto Dalí utiliza una fotografía de un niño de una edad mucho mayor que los casi dos años que pasó su hermanito en este lado de las cosas. Esta adicción a la épica falsificadora ya a la hora de deformar su prehistoria –la sombra secreta de su propia luz– asienta y explica, de entrada, la gran patología daliliana: miento, luego existo. Porque mentir no es otra cosa que el lado políticamente incorrecto de inventar.
DOS Y si el 2002 fue el Año Gaudí, ahora toca el Año Dalí. Proliferación de libros (a destacar el ordenamiento de su Obra Completa; Dalí fue, tal vez, el pintor más escritor de la Historia y su Vida secreta es un gran libro se lo mire o se lo lea), de retrospectivas, y de fieles trazando el triángulo Figueres/Barcelona/Cadaqués en busca del hombre detrás del mito para acabar encontrando la mitomanía por encima de todo. Dalí que se consideraba “El Unico”. Dalí como autoproclamado Gran Masturbador –horrorizado por la estética de los genitales femeninos– y que se fecunda a sí mismo con Gala sentada a su derecha. Dalí que –según Breton, quien le dedicó el diagnóstico de aquel despiadado anagrama de Avida Dollars– empezó siendo genial y puro y acabó siendo ingenioso y diluido en el espeso caldo de su propia gloria. Un Dalí de atípico bigote logotípico. Un Dalí eclipsado por la majestuosa radiación solar de un Picasso quien negaba su existencia y lo consideraba “todavía menos interesante que una página en blanco”. Un Dalí marca registrada y en serie: adorado por los americanos como símbolo de lo inofensivamente revolucionario y lo elegantemente revulsivo y alcanza la portada de Time, colabora con Hitchcock & Disney & los Hermanos Marx, diseña el polémico pabellón de la Feria de New York y, de paso, una línea de corbatas. Un Dalí gesticulante y escupidor de slogans. Un imperfecto Dalí, perfectamente daliliano. Un Dalí que –sin dudas– hubiera sido el mejor malo a la hora de aquella demencial y psicodélica serie de los ‘60 llamada Batman. Villano invitado: El Surrealista.
TRES Y un Dalí alien, ajeno, extranjero, fácil de importar pero complejo a la hora del consumo interno. Porque los españoles en general –y los catalanes en particular, en especial los jóvenes, quienes tampoco pueden tragar a Gaudí– tienen una relación conflictiva con Dalí. Un vínculo incómodo que este Año Dalí espera corregir y mejorar pero que, quizá, no haga otra cosa que acabar fosilizando para siempre la compleja y escondida y hasta ahora nunca ejecutada resolución de tan difícil dilema. Porque para el ibérico promedio Dalí es, básicamente, tres cosas: un fantoche franquista y chupacirios, un prócer del jet-set euro-trash, y tema y sujeto de una canción atroz del atroz trío Mecano. Para los especialistas,la cosa es todavía más enervante: ya es un hecho aceptado que el Dalí serio –constructor multimediático de una de las obras fundamentales del siglo XX– muere en 1940. Este Dalí trascendente es sobrevivido por el Dalí que es expulsado por sus colegas en 1939 “por ser demasiado surrealista” y que a partir de entonces se consagra como incansable payaso. El Dalí consumista y consumible hasta su muerte física, en 1989: ese Dalí surrealísticamente conectado a tubos como mostraron unas impiadosas fotografías suyas publicadas por Vanity Fair –donde Dalí parece un cuadro de Dalí– poco antes de firmar el último papel en blanco para que sus secretarios pudieran seguir serigrafiando.
Manifestación perfecta de esta dualidad espiritual hecha dilema ético se puede observar en la exposición Dalí: Cultura de Masas –ahora en Barcelona y, a partir de junio, en Madrid– donde se aprecia como nunca esta tensión entre el creador y el reciclador; entre el hombre que descubre una posición y el hombre que, apenas, recurre una y otra vez a la misma pose con verborragia. En esta muestra se entiende cómo el invento se degradó a producto y, de rebote, se oye el eco plateado del talento del monosilábico Andy Warhol –otro marciano favorito–, quien llevó al extremo absoluto la relación carnal entre los billetes y el óleo y acabó consiguiendo una obra hoy mucho más vigente que la del catalán. Porque el pop es la versión adulta y cerebral del surrealismo que, no en vano, es uno de los ismos favoritos de los niños y así Dalí es uno de los primeros artistas que se descubren y se admiran: Dalí pinta lindo y prolijo (Dalí es un superrealista del surrealismo), y sus cuadros están llenos de efectos especiales (esas jirafas ardiendo, esos relojes chorreando), y es gracioso y dice cosas raras. Y así el surrealismo que –salvo contadas excepciones– no aguanta más allá de nuestras adolescencias y de la pubertad del siglo pasado.
CUATRO Ahora Barcelona está muy ocupada con el Fòrum, acontecimiento daliniano si lo hay. Y lo cierto que es una lástima que Dalí no hubiera aguantado unos cuantos años más para pasearse mirando todo esto con esos ojos muy abiertos. “Dalí no fue un genio total, aunque pudo haberlo sido”, resumió el dalílogo Ian Gibson. Puede ser. Dalí, en cambio, ofreció una definición/confesión más divertida, más precisa y acaso más cruel consigo mismo: “La única diferencia entre Dalí y un loco es que DALI NO ESTA LOCO”. Suena sensato. Y agregaba indignado: “¡Nada de lo que puede ocurrir ocurre nunca!”. Tal vez por eso, hoy hace cien años, a Dalí se le ocurrió Dalí. Y –por supuesto, como corresponde– lo creó a su imagen y semejanza.