CONTRATAPA
De patas cortas
› Por Juan Gelman
Es cierto que George W. Bush no es Esquilo, que Donald Rumsfeld no es Sófocles y que Paul Wolfowitz no es Eurípides. Pero al menos podrían intentar la confección de mitos que duraran más de un año. Una encuesta reciente de Gallup demuele por completo ciertas ficciones fabulosas que los “halcones-gallina” de Washington no se cansan de repetir. Un ejemplo: los ataques a las tropas ocupantes de Irak son obra de grupúsculos de baasistas con nostalgia y de otros terroristas, y la mayoría silenciosa iraquí los repudia. La encuesta indica que un 22 por ciento de los iraquíes interrogados apoya parcialmente las acciones de la resistencia y un 29 por ciento las aprueba plenamente. Otro ejemplo: Bush hijo insiste, a falta de armas de destrucción masiva, en que el objetivo de la invasión era llevar la democracia a Irak y que sus tropas no ocuparon el país, lo liberaron. Es una afirmación que los iraquíes no comparten: el 81 por ciento no está de acuerdo con lo último; en las regiones sunnitas y chiítas, la proporción es de 90 y 93 respectivamente.
¿Qué ocurre con la aseveración de la Casa Blanca de que los iraquíes prefieren que el invasor permanezca un largo período con ellos? El 57 por ciento se pronunció por su retirara “inmediata”; un 61 en las zonas chiítas y el 65 en las zonas sunnitas. En Bagdad un abrumador 75 por ciento pidió que los ocupantes se vayan ya. En octubre pasado, el 80 por ciento quería que se quedaran. Y una encuesta que la semana próxima dará a conocer el Centro de Investigaciones y Estudios Estratégicos iraquí –un organismo confiable para la Autoridad Provisional de Coalición (APC), que rinde cuentas al Pentágono– revela que la posición del chiíta Muqtada al Sadr, quien sigue combatiendo contra los efectivos yanquis en las ciudades santas de Najaf y Karbala, gana consenso: un 32 por ciento de los interrogados manifestó que apoya totalmente al joven clérigo y otro 36 también, aunque con restricciones. Estas dos encuestas se llevaron a cabo antes de que se difundieran las fotos de Abu
Ghraib y sus resultados evidencian que la mayoría silenciosa iraquí ve a los ocupantes como lo que son, ocupantes, y demanda su partida. La credibilidad de EE.UU. ha caído en picada ante los ojos iraquíes. Y del mundo.
Hace unos días, el presidente Bush analizó con su gabinete y con el primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, los planes preparados para que el 30 de junio próximo se realice “el pleno traspaso de la soberanía” –así dijo W.– de Irak a otro gobierno interino iraquí que convocaría a elecciones generales el año que viene (Reuters, 19-5-04). Ese proclamado “traspaso de soberanía” no llega a la condición de mito, se queda apenas en mentira. El Financial Times del lunes 17 puntualiza en qué consistirá: el virrey Paul Bremer y su entorno “están creando con sigilo instituciones que darán a EE.UU. poderosas palancas para influir en casi todas las decisiones importantes que el gobierno interino adoptará”.
En primer término, las tropas. Nadie sabe cuándo se retirarán los ocupantes; en Washington se habla de aumentar su número y algunos predicen que permanecerán en Irak varios años todavía. El nuevo gobierno interino iraquí no controlará sus propias fuerzas armadas y de seguridad cuando finalmente existan. En marzo, Bremer emitió un edicto que concede al Ministerio de Defensa iraquí la facultad de dirigirlas, pero una cláusula “de emergencia” establece en un solo párrafo que “el control operativo” de todos los efectivos iraquíes será de los comandantes norteamericanos en el terreno. Las autoridades interinas no podrán ordenar que esas fuerzas entren en combate, una facultad otorgada en exclusiva a los mandos de la coalición. De manera que el ministro de Defensa iraquí se limitará al “control administrativo” de sus propios militares.
Bremer y la APC nombrada a dedo por los invasores comenzaron a construir el poder norteamericano detrás del trono a principios de abril. Merced a edictos sucesivos de la APC, se crearon comisiones que absorberán casi todas las funciones de los ministerios importantes. Estos, además, estarán sometidos a la vigilancia de dos organismos de supervisión. Los miembros de estas nuevas entidades son, desde luego, estadounidenses e iraquíes amigos. Lo notable es que su mandato durará cinco años, es decir, la mano de Washington seguirá presente un largo período cuando el gobierno interino desaparezca y lo sustituyan autoridades elegidas en las urnas. La verdad cruda es que EE.UU. ha previsto mantener su aparato colonial en el Irak “soberano”, detrás de unas fachadas iraquíes vacías.
Seguirá existiendo –por ejemplo– un Ministerio de Comunicaciones iraquí, pero la autoridad encargada de otorgar licencias de funcionamiento a canales de televisión, regular la telefonía celular, censurar y clausurar periódicos y aun incautar equipos de los medios es una comisión creada por Bremer con personal designado por Washington, con un mandato también de cinco años. El actual ministro de Comunicaciones iraquí y miembro de la APC, Haider al Abadi, se enteró por la prensa de que su ministerio sólo se ocupará de cuestiones menores. Dijo: “Si se trata de un gobierno iraquí soberano que no puede cambiar las leyes ni tomar decisiones, no hemos ganado nada”. Y sí, de eso se trata.