Mar 25.05.2004

CONTRATAPA

Escarapelarse

› Por Juan Sasturain

Durante mucho tiempo, el Día de la Escarapela se utilizó –como el del arquero– para indicar una fecha improbable o demorada; incluso, para referirse evasivamente a la certeza del nunca jamás. Sin embargo es sabido que le escarapela tiene su día clavado entre las efemérides una semana antes del 25, sabia decisión. Lo que no es tan claro es la escarapela misma. Las cintas celestes y blancas de French y Beruti son como la manzana del Paraíso: nadie las menciona exactamente en las fuentes originarias pero la tradición las ha establecido como verdades indiscutidas. El fruto tentador que la serpiente propuso más como equívoco aperitivo que como postre bien pudo haber sido pera o banana; las cintas que manotearon en la tienda y de apuro esa lluviosa mañana otoñal los patriotas a la hora de ir a apretar a la Plaza bien pudieron ser otras: agarraron los colores que había, no se iban a poner a elegir. Como después vino la bandera de Belgrano, las cintas se colorearon para atrás, se convirtieron en consciente antecedente. Pero parece que nada de eso hubo.
Hay un Beruti –que no es Antonio Luis, el ladero de French, sino Juan Manuel el memorioso– que también estuvo en la plaza y contó todo, lo dejó por escrito en las fabulosas Memorias curiosas, hace poco reeditadas por Emecé, un documento extraordinario. Y el prolijo Beruti cuenta los sucesos del 25 con 33 años, tono mesurado y convicciones firmes pero poco enfáticas. Y así describe el asunto de la identificación de los patriotas en la plaza nuestra famosa mañana: “...y para conocerse, los partidarios se habían puesto una señal que era una cinta blanca que pendía de un ojal de la casaca, señal de la unión que reinaba, y en el sombrero una escarapela encarnada y un ramo de olivo por penachón, que lo uno era paz y el otro sangre contra alguna oposición que hubiera, a favor del virrey”.
Lo primero que salta es la diferencia entre cintas y escarapelas. La ubicación, el significado y los colores. Las cintas son ocasionales distintivos de reconocimiento grupal; las escarapelas y su penachones, mensajes políticos premeditados. Es lindísimo. Porque sabemos qué es una cinta, pero puede ser mucho más rico saber qué es una escarapela.
Siempre está el latín debajo, claro: “carpere” es arrancar, lacerar. Además, según el diccionario, hay un antiguo verbo “escarapelar(se)” –que se usa en portugués– con el significado de reñir con rasguños y arañazos mediante, pelearse (¿entre mujeres?) dejándose huellas. Y hoy existen las “escaras”, esas costras oscuras que son resultado de una herida persistente provocado por frotación. De ahí que ése puede ser, en origen, el sentido de la “escarapela” en tanto marca de pelea. Es decir: la escarapela remite a una identidad pagada con sangre convertida en emblema.
Por eso, el 25 la cinta identificatoria es blanca, aunque pudo ser de otro color, pero la escarapela es –según el Beruti memorioso– obligatorio color “sangre” en son de guerra ante lo que viniera –y vino– del lado realista. El ramito de olivo es, desde el regreso de la palomita al arca, símbolo de paz o de tregua al menos. En este caso duraría muy poco.
A todo esto, tras las nubes del lluvioso otoño porteño, el celeste esperaba y no inspiraba a nadie todavía. Recién unos meses después y sobre el Paraná, el tapado Belgrano levantaría la mirada y se encontraría la bandera hecha –dicen– y a partir de ella nacería la escarapela emblemática a su imagen y semejanza. Y estábamos en guerra.
Porque para usar escarapela, hay que escarapelarse.

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