Mié 02.06.2004

CONTRATAPA

Garrá-lo-libro-que-no-muerden-garrá

Por Enrique Medina

Efectivamente, el tipo extiende el brazo y agarra un broli sin ser mordido. ¿Meaños? ¿Toño Gallo?, ¿quién fue el autor de la frase? Como el tipo ya tiene edad suficiente para tutearse con Dos Alzheimer mucho no le calienta no acordarse de la revista en la que empezó a leer las peripecias de aquel personaje de barrio. Patoruzú o Rico Tipo, seguro en una de las dos. El actor que lo interpretaba era Mario Fortuna; primero en la radio, luego en la televisión. ¿O no llegó a la televisión?, ¿o sí? El tipo siempre leyó, aun con las exigencias de la vida: ascender en el trabajo, formar una familia, en fin, cosas que llevan tiempo, ilusiones, caída del pelo. Inesperadamente se recibió de abuelo y de jubilado, títulos honoríficos si los hay, que sólo se reciben en la universidad de la vida, como diría dicho personaje. En esta librería de viejo el libro que ha agarrado sin que lo haya mordido es Los cosacos de Tolstoi, de la colección Austral, a $ 3, no lo puede creer. Revisa los anaqueles. Para leer los lomos tiene que doblar el cuello hacia izquierda y derecha debido a la desidia de los libreros que no se molestan en colocarlos uniformemente. Separa otro más finito: La deshumanización del arte de Ortega, primera edición chilena de 1937, con páginas marrones de tan secas que ruegan ser acariciadas, no tocadas, bajo riesgo de atomizarse. Los volúmenes más gruesos atrás de todo. Pocos frecuentados porque los dedos se han cansado o el lector se niega al esfuerzo. No, el tipo. Alza un adoquín amarillo cuyo autor es James Farrell, un escritor que siempre postergó por mil motivos. El viento en las calles. Hojea las portadillas. Es el segundo tomo de la famosa trilogía de Studs Lonigan. El tipo no es partidario de las obras “escogidas” sino de las obras “completas”. Lo va a dejar y nota que los cuadernillos están intactos, sin abrir. Se caen unos papeles doblados. Son recortes de diarios, ya lo sabe el tipo pues tiene la misma costumbre; críticas, notas, reportajes al autor o a la época, todo adentro. Muere alguien que en lugar de acumular jubilaciones privilegiadas acumuló libros y al instante los deudos venden la biblioteca al mejor postor. Al otro día, esos libros, acostumbrados a la reiterada consulta, al buen trato, a la decoración afectuosa, de un porrazo caen en las mesas de saldos y son tratados como en las perreras, a los golpes, sin una mísera consulta ni plumereada, de las mesas a los estantes y de los estantes al piso y vuelta a las mesas a ser manoseados. Guarda los recortes entre las páginas. Si un libro muere virgen es pecado de lesa humanidad. Decide comprarlo con la esperanza de que en otras librerías pueda hallar los tomos restantes. Va al mostrador y deposita los seis libros. El vendedor suma y canta el resultado. El tipo da un billete grande diciendo, deme un ticket por favor. Con evidente disgusto, mientras verifica la autenticidad del billete a la luz de la lámpara, el vendedor dice que no tiene caja registradora y con algo más que un simple y evidente disgusto y mal olor agrega irónico, ¿necesita una factura?, esperando que el otro diga, no, está bien. Pero el tipo dice, bueno. Con malísima leche, el ex vendedor, ipso facto dueño de la librería, hace un esfuerzo y busca el talonario entre papeles, bolsa de mercado, trapos sucios, plumero, tijera, lápices, cinta scotch, y lo halla. Hace la factura como si estuviera haciéndose el harakiri. Se la entrega junto con el vuelto. El tipo dice gracias. El dueño le pregunta si quiere una bolsita. Por supuesto gil ¿o me los vas a envolver para regalo?, piensa el tipo, pero sólo dice sí. Cuando el dueño va a poner los libros dentro de la bolsita se caen los recortes de entre los libros. ¿Le tiro estos diarios viejos?, pregunta con sorna, con bronca, con patadas en el culo, exagerando el desprecio con un amaneramiento calvo escondido en jopo de mentirita. El tipo, suponiendo que le lleva la contra, la dice que no, que a él le encanta leer las críticas viejas; agarra la bolsita y se va contento con la compra. El dueño también contento por haber aprovechado el falso enojo para distraer al tipo y encajarle un billete falso de veinte pesos, llama por teléfono al bar de la esquina para que le manden un café con leche y una porción de torta de manzana.

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