CONTRATAPA
El orsai y la receta del nitrato
› Por Juan Sasturain
En la lejana Cardiff, capital de la Irlanda irredenta, los jueces de mármol de la International Board están decidiendo, entre otras cosas menos importantes, el destino futuro y acaso la existencia misma de un viejo conocido del futbolero universal: el llamado offside en los papeles, pero más popularmente conocido y gritado como orsai.
Los miembros de la International Board, Corte de La Haya del fulbito, forman una especie de Real Academia digitada que hace del Reglamento su Diccionario. El poder de los leguleyos dimana de mandatos consuetudinarios, de cuando los británicos eran los dueños literales de la pelota. Así, el organismo que se reúne –y con este frío– por centésima décimo-novena vez, está compuesto por un representante de cada una de las asociaciones británicas (Inglaterra, Escocia, Irlanda del Norte y Gales) y por otros cuatro de la FIFA. Los cambios en el Reglamento tienen que aprobarse con mayoría de tres cuartos (6 de 8), pero para convertirse en leyes de aplicación efectiva deben recibir la aprobación de la FIFA, ese máximo gobierno universal que preside el suizo Blatter, un tipo escurridizo.
Precisamente el suizo es de los que más insisten en la necesidad de meter mano en la norma undécima, la que se ocupa del viejo orsai: “Quiere acabar con el offside posicional y que se sancione tan sólo a aquel jugador que esté más adelantado que la defensa rival cuando reciba la pelota –mal explican los mentores de su pensamiento vivo–. No se tendría en cuenta, de esta forma, ni la posición del resto de atacantes, ni su posible influencia en el posterior desarrollo del juego”, concluyen.
Una auténtica burrada. Habría que darle la derecha al malévolo de Orson Welles, que les atribuyó a los aparentemente pacíficos pero siempre especulativos suizos tan sólo el mérito de la invención del reloj cucú. Ahora quieren anotarse –vía Blatter– en la historia del fútbol, para el que nacieron con los pies redondos hasta que demuestren lo contrario, con la desnaturalización del offside.
Pero este apuro que les agarró a los de la International Board por suprimir o modificar el concepto de offside hasta desnaturalizarlo proviene de presiones externas, sobre todo de críticas centradas en la evidente dificultad de aplicar la regla con certeza absoluta. En este sentido, es ejemplar una información difundida la semana pasada, obra maestra de la tontería cientificista.
Un investigador español, el doctor Francisco Belda Maruenda, en un artículo de la revista British Medical Journal, descubrió una vez más la pólvora al considerar, con razón, que el ojo humano –se refiere al del lineman ocasional, sea Rattalino, Olague o cualquier otro sufrido masoquista de los de banderín llevar– no es “fisiológicamente capaz de detectar una posición fuera de juego”. En la mayoría de los casos, claro que no: se necesitaría tener los ojos del camaleón –independientes, con movilidad autónoma–, para enfocar al mismo tiempo con uno la salida de la pelota y con el otro la posición de la última línea... Y cuanto más distantes estén esos dos puntos, peor. Entonces, siempre es cuestión de apreciación, porque el juez de línea que sigue la posición de los últimos hombres y mira de reojo la pelota en juego, tiene una percepción sucesiva y casi nunca simultánea de los dos hechos.
Hasta ahí tiene razón el hispano pero no dice nada que no sepamos. Lo notable es lo que sigue, la consecuencia que saca: hay que suprimir el offside, anular definitivamente la regla. Y precisa que les escribió a Blatter y a los miembros de la International Board al respecto: “Hay una sola posibilidad de juzgar el fuera de juego sin error científico, y es utilizando la tecnología moderna en los partidos. Con la detención de las imágenes de televisión y su análisis una por una”, precisó Belda Maruenda, un fanático del telebeam. Ahora está claro: no importa que el offside sea una invención sutil e inteligente que está íntimamente ligada con las características todas del fútbol como competencia y cuya supresión lo convertiría prácticamente en otro juego, con rasgos diferentes y para nada mejores. Lo que molesta es la incerteza, el vacío de la incertidumbre, la imposibilidad de controlar el error humano. Pero si en nombre de esas falencias se hiciera de este tipo de razonamientos una regla universal, no sólo habría que tirar por inservibles los mecanismos todos de la falible Justicia, suprimir las imperfectas elecciones como forma de expresión y decisión democrática, sino también cuestionar el sentido de la apreciación estética y, de últimas, suprimir las declaraciones e incluso las prácticas del amor, todo el universo de los sentimientos.
Esta posición extrema y necia –no exenta de especulación interesada– que no piensa en lo fundamental, en el sentido del juego, sino que razona con la tijera del podador, me hace acordar a un chiste de humor bastante negro en que alguien propone el nitrato como remedio contra el sida. “¿Qué nitrato?” le preguntan. “Ni trato de ponerla” es su fácil solución.
Larga vida al orsai y a los puteados jueces de raya, entonces.