Dom 10.04.2005

CONTRATAPA

Teologías

› Por Juan Gelman

Existe la Teología de la Liberación, la teología teológica –sépase disculpar el adjetivo– y resulta que también una teología del capitalismo que nació, como era previsible, en EE.UU. Su predicador y apóstol es Michael Novak, hijo de padres comunistas convertido en “halcón-gallina”, que recibió la verdad revelada: “La corporación de los negocios es la institución estratégicamente central de la justicia social”, afirma en “The Spirit of Democratic Capitalism”. “El capitalismo democrático no sólo requiere una nueva teología, sino también un nuevo tipo de religión” (que) “se podría interpretar como legitimación moral, teológica y espiritual de los esfuerzos destinados a crear riqueza”. Los esfuerzos de los grandes monopolios, desde luego. El neocatolicismo de Novak descansa en tres pilares: la obtención de beneficios es la esencia de la democracia (“Capitalism and Freedom”); la protección gubernamental de los sectores sociales vulnerables debe ser reemplazada por la protección gubernamental de los grandes conglomerados económicos; el bien común consiste en el que cada quien se procura defendiendo sus intereses individuales (“Free Persons and the Common Good”). Cabe, sin embargo, reconocer que Novak no aplica a los pobres el calificativo de “holgazanes” que les propinan los ricos. No. Para él son envidiosos –de la riqueza ajena– y se sabe que “la envidia no navega con su propio nombre; prefiere nombres más bonitos, mejores, a los que no tiene derecho: ‘justicia’, ‘equidad’ y cosas semejantes” (“On Corporate Governance”). Este es el “teólogo” que W. Bush envió a Roma para convencer al Vaticano de que la invasión y ocupación de Irak no sólo eran éticamente impolutas, también absolutamente necesarias.
Juan Pablo II había caracterizado el conflicto iraquí antes de que estallara: sería, dijo, “una derrota de la humanidad” sin justificación moral o legal alguna. Había señalado a los capellanes castrenses católicos que asistían a un curso de derecho humanitario en el Vaticano que “una gran parte de la humanidad” repudiaba la guerra como método para resolver diferencias entre naciones y que “el vasto movimiento en favor de la paz” que se manifestaba en todo el mundo le traía “consuelo y esperanza” (AP, 29/3/03). El Miércoles de Ceniza anterior a la invasión había instado a acentuar las protestas contra la guerra ya próxima (AP, 23/2/03). Había enviado a Washington al cardenal Pio Laghi, amigo personal de la familia Bush, para advertir a W. que no la desatara. En febrero del 2003 Tony Blair visitó al Sumo Pontífice y no logró modificar su posición. No faltó el neoconservador que propusiera incluir al Vaticano “en la lista de estados rufianes que apoyan al terrorismo” (www.frontpagemag.com, 20/5/04). Furioso por el rechazo papal y empecinado en su “cruzada”, W. Bush expidió a Michael Novak a Roma para explicar la flamante “teología” norteamericana acerca de “la guerra justa”.
La exposición más sistemática del concepto de “guerra justa” data del siglo XIII y puede encontrarse en la Summa Theologicae de Tomás de Aquino, que no sólo tipifica las razones que justificarían éticamente una guerra, sino también los actos inadmisibles en cualquier conflicto bélico, algo que los Convenios de Ginebra establecerían siete siglos después. Acompañado de dos adláteres y al amparo de las gestiones de James Nicholson, entonces embajador estadounidense ante el Vaticano, Novak explicó durante dos horas a unos 150 invitados –miembros del Vaticano, diplomáticos, profesores de universidades católicas– que la agresión contra Irak no sería en realidad “un ataque preventivo”, sino la aplicación de la antigua doctrina teológica acerca de “la guerra justa” en nuevas condiciones (Houston Catholic Worker, vol. XXIII, Nº 4, julioagosto de 2003). Una doctrina que, según Novak, había que revisar a fondo por dos razones: se atravesaba un período de “guerra asimétrica” y además los servicios de espionaje de EE.UU. habían reunido datos sobre las armas de destrucción masiva en poder de Hussein, información que El Vaticano no tenía pero que no se le podía revelar. El Papa rechazó esos argumentos.
Las actividades corrientes de Novak son tan terrenales como su “teología”: cumple funciones en el Instituto Empresarial Estadounidense, poderoso lobby pro-israelí financiado por compañías petroleras gigantes que, incluso antes de la invasión, publicaban avisos en los medios para contratar personal destinado a Irak. La Casa Blanca negó durante meses y meses que “la misión” contra Saddam Hussein tuviera algo que ver con el petróleo iraquí. Lástima que el segundo del Pentágono Paul Wolfowitz, tranquilizado por el derrocamiento del autócrata y por la rápida ocupación del país, reconociera que la alharaca sobre las armas de destrucción masiva que nunca se encontraron apenas era “una excusa burocrática”. Preguntado por qué EE.UU. trataba a una potencia nuclear como Corea del Norte de manera distinta a la que padeció Irak, el hoy presidente del Banco Mundial respondió sin ambages: “La cuestión es simple. La diferencia más importante entre Irak y Corea del Norte es que, desde el punto de vista económico, no teníamos otra alternativa en Irak. El país flota en un mar de petróleo” (The Guardian, 4/6/03).
Al funeral de Juan Pablo II asistieron “los grandes del mundo que ni siquiera soñaron con escucharlo cuando hablaba de la paz y contra la riqueza”, señaló la escritora italiana de izquierda Rossana Rossanda (Il Manifesto, 5/4/05). Se acerca una reflexión, agrega, que “podrá medir su aporte teológico, tal vez no tan destacado, su enseñanza ética, tal vez no tan innovadora, su peso político multiplicado por el hundimiento del comunismo, su papel no exento de sombras sobre la comunidad eclesiástica”. Entre tanto, repugna un poco bastante la pena que Bush y Blair dijeron que sentían por el deceso del Papa. Sus lágrimas de cocodrilo a nadie salpican, excepto a ellos mismos.

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