Mar 24.05.2005

CONTRATAPA

El debate paranoico

› Por Luis Bruschtein

Decir que la Argentina está sobrediagnosticada es lo mismo que decir que está sobreinformada. Y no es lo mismo que decir que está bien diagnosticada o informada. Sólo apunta a que hay muchos diagnósticos y mucha información. El flujo de información en Argentina es muchísimo mayor que en otras épocas, los años ’60 por ejemplo, pero nadie podría decir que los argentinos están ahora mejor informados.
Por ejemplo, son apenas conocidas la gravedad y la repercusión en la política internacional que tienen las denuncias sobre las graves violaciones a los derechos humanos que están cometiendo en forma sistemática las tropas de los Estados Unidos. Se trata de un debate mundial que afectará las reglas de juego internacionales y aquí se lo ha considerado poco. También se desconoce el genocidio que se está produciendo en Darfur, Africa, donde han sido asesinadas más de 300 mil personas en una lucha entre bandas armadas.
Con los diagnósticos pasa algo parecido. Hay una frase que se ha puesto de moda: la Argentina está sobrediagnosticada y subejecutada.
Un visitante extranjero al que le encantaba parar en los bares de Buenos Aires decía que el problema de los argentinos es el síndrome del director técnico. En una mesa de café y ante público condescendiente, cualquiera es capaz de administrar teoría para la selección nacional o lo que fuera. Claro que antes las discusiones tenían ciertos parámetros, estaban los peronistas y los no peronistas, los radicales, o los de izquierda. Ahora nadie está de acuerdo con nadie.
El diagnóstico está tan desprestigiado como la política y la información. Al igual que en la política, hubo diagnósticos que instalaron ideas fuerza: al salir de la dictadura se dijo que la democracia daba de comer, educación, salud y vivienda. Después Menem habló de la copa derramada y finalmente la Alianza y el Frepaso se centraron en la lucha contra la corrupción como carta de salvación. Esas políticas se afirmaron en diagnósticos de la realidad y, en general, fracasaron en cuanto a lo que prometían y perdieron credibilidad.
El resultado ha sido la desconfianza hacia la política, los diagnósticos y la información. Entonces, el discurso de los diagnosticadores de bar y los políticos en general se basa en la conspiración y la conjura, en lo que no se ve y en las intenciones ocultas. La vuelta de rosca siguiente es que en ese galimatías en que se transforma la discusión política todo termina también por ponerse en duda: las conspiraciones, las denuncias de corrupción o de doble discurso, las decisiones de la Justicia, aun cuando algunas sean ciertas o correctas o legítimas. Y finalmente, la discusión es espasmódica, se calienta o enfría en forma imprevisible, y pocas veces es alrededor de una propuesta o medida concretas, no hay confrontación de proyectos o de ideas.
El debate resulta esquizofrénico porque la izquierda está empeñada en demostrar que el Gobierno no es de izquierda sino de derecha, y la derecha al revés, dice que Kirchner no es capitalista sino de izquierda. Y la verdad es que el Gobierno tiene de todo, como botica.
La consigna del ’83 aparecía como contracara de la dictadura de la que se emergía; la de esperar a que la copa se derrame se apoyaba en el pánico a la hiperinflación, y la cuestión de la transparencia recogía el rechazo a la corrupción menemista. Estas consignas daban a entender que eran la llave para la solución de los demás problemas, pero en realidad los subordinaban al paradigma central que planteaban: la idea de democracia, la de llenar la copa y la transparencia. Este gobierno esgrime la imagen del país normal frente a la incertidumbre de la crisis. Como idea, es todavía más general y abarcadora que las anteriores y se define más por la negativa, porque “normalidad” aparece como “no crisis”.
El problema es que la desconfianza tiene bases reales. La frase de que el país está sobrediagnosticado y subejecutado da la idea de que la acción misma puede organizar ese debate o instalar un proyecto y sobrepasar esa desconfianza. Pero la acción necesita un sustento, una orientación, que sea creíble, por lo menos para quienes la desarrollan o decidan apoyarla y también para criticarla.
A pesar de todos los diagnósticos caseros y académicos frustrados y de toda la movida política en tela de juicio, se necesitan diagnósticos que permitan expresar proyectos para que los políticos confronten desde ellos y se hagan más creíbles ante la sociedad y permitan ordenar el bombardeo frenético y masivo de información. También sería bueno para la salud mental de los argentinos porque la duda y la desconfianza, que son benéficas en cierta medida, se convierten en el principal obstáculo para participar en cualquier proyecto colectivo, del Gobierno o del llano, si son la única herramienta de construcción.

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