CONTRATAPA

La Ley del Gallinero y una Teoría de las Cacerolas

Por Mempo Giardinelli

La Ley del Gallinero, tan popular en la Argentina, es verdaderamente cruel. Su postulado básico dice que en todo tinglado las gallinitas del palo de arriba defecan sobre las del escalón inferior. Por extensión, en el tinglado de la vida cada uno jode siempre al que está un poco más abajo y eso –en esta Argentina desoladora– se tiene por natural y lógico y aceptado.Sin embargo, es terrible y horrible que semejante desdicha de la gallinería se tenga por buena y hasta por moral en el presente angustioso e incierto que estamos atravesando. La Ley del Gallinero y su prestigio son repudiables, y conviene afirmarlo a la vista de la novedosa Teoría de las Cacerolas que últimamente fascina a los argentinos. Porque los destinatarios de los cacerolazos no fueron –no debieron ser– solamente los políticos sino también muchos de los mismos que cacerolearon, que se cacerolearon a ellos mismos.
¿Que cómo es esto? Muy sencillo: la gente quiere que termine este modelo cretino, pero el modelo no termina solamente con salir de la convertibilidad y el corralito. Ni terminaría con que los políticos de pronto fuesen todos honestos y los jueces ecuánimes y ponderados. De lo que se trata es de cambiar estructuras y mentalidades, pero no sólo las políticas, sindicales y/o empresariales –que sí hay que cambiarlas, desde luego– sino también la mentalidad de muchos de los que salieron a cacerolear.
Porque en todos los cacerolazos de estas semanas participó también una mentalidad gerencial, patronal, autoritaria o como se la quiera llamar que está muy arraigada en la sociedad argentina. Está instalada especialmente en los sectores medios, aunque no sólo en ellos. Está en todos los sectores sociales. La tienen, y la aplican, diariamente miles de argentinos que tienen cuotitas de poder, de mando. Me refiero a los gerentes, jefes de personal, capataces y en general autoridades de empresas que fueron y siguen siendo proclives a la esclavización del trabajador argentino, al que le exigieron y siguen exigiendo horas extra no pagadas, francos trabajados sin compensación y recortes de salarios por encima de la ley. Todos ellos, jefes y capataces, también salieron a cacerolear. Como también salieron, claro está, muchos supuestos defensores de los trabajadores: el delegado, el sindicalista que “arregla” con la empresa, el que reparte poder, el que desprecia a sus representados y desde hace años entierra los convenios de trabajo bajo los escombros de la indignidad. Todos esos tipejos despreciables, igual que los ñoquis y los jubilados de privilegio y demás fauna de inútiles que tanto proliferó en la Argentina de las últimas décadas al amparo de legislaciones chicle, de peronismos canallas y de radicalismos imbéciles, bueno, todos esos también salieron a cacerolear. Y hoy están todos autofascinados por el poder que han descubierto en sus propias manos.
Así que attenti, como se dice en la calle, porque la mayoría de esas personas sigue en sus puestos y con la cacerola presta en la cocina. Cuando aún están frescos los cadáveres y humean los incendios, esos miserables están al acecho de volver a salir con nosotros. Son tan canallas como los saqueadores de profesión o los pibes que salieron por los cincuenta mangos que les dio el puntero o el jefe del barrio.
En estos días tan severos de la Argentina, los de arriba siguen defecando sobre los de abajo. Pero los de arriba no son solamente los diputados y senadores. Y no es lo mismo uno de abajo como usted o como yo, que un gerentillo o capanga negrero. En sus puestos y puestitos, del sector público y del privado y el privadito, ellos siguen verdugueando y ladrando a los empleados, humillando día a día como Olmitos, un famoso contable cordobés que durante la intervención en Corrientes tenía por únicas funciones dilatar la fecha de los pagos, forzar a que todosaceptaran Cecacores (pionera moneda basura inventada por Ramón Mestre) y ofender a las mujeres.
Esos tipos, que se llevan a sus casas siempre la mejor parte, las tres o cinco o diez lucas por mes, son –en el fondo– peores que los políticos a los que ellos mismos dicen despreciar. Son ejecutivos medios que sólo ejecutan órdenes cretinas, capataces o jefes de línea que descargan su resentimiento sobre los de poquito más abajo. Son los que pagan a consultores y asesores mucho más dinero que el que niegan a obreros y empleados; los que discontinúan la provisión de medicamentos; los que deciden el día y la hora del pago y los que luego dan las excusas mentirosas cuando la gente no cobra. Son los administradores de clínicas que ordenan desconectar el pulmotor a los pacientes cuya obra social se atrasó en el pago y los que en el súper dicen que no hay mientras esperan nuevos precios. Y, en asociación con los sindicalistas de panza gorda y vergüenza flaca, son los que negrean a los verdaderos laburantes, que se parten el lomo 12 o 14 horas diarias por míseros salarios de 300 pesos.Estos torturadores disimulados, violentos de pacotilla de los cuales están llenos bancos y empresas, la administración pública y hasta las universidades, también salieron a cacerolear. Sus mujeres y sus hijos, y sus madres (si las tienen), capaz que cacerolearon junto a nosotros. A mí me parece que si se trata de cambiar el modelo neoliberal –y es claro que de eso se trata–, también hay que empezar a mirar uno por uno a estos jerarquillos neoliberales que están agarraditos en sus puestos, con los garfios aferrados a la maderita del escaloncito superior que les tocó. Mirarlos bien, digo, como para que en un próximo cacerolazo nos los sacudamos a ellos también, cuando nos sacudamos la mentira que ya anda circulando con ropaje de contubernio.
Me parece que esta reflexión no es moco’e pavo, si de gallineros se trata.

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