CONTRATAPA
Los desalmados
› Por Rodrigo Fresán
Desde Londres
UNO La mañana inequívocamente londinense –esa mezcla de azul y de nubes, de sol y lluvia en cuestión de minutos– en que una foto de Tony Blair tocando el ukelele en su hasta entonces secretas vacaciones en Barbados sonreía desde la primera plana de todos los periódicos, yo caminaba Charing Cross Road abajo hacia la National Portrait Gallery. Los mismos periódicos informaban que entre las lecturas veraniegas de los parlamentarios primaban El Código Da Vinci y la nueva de Harry Potter y, para no desentonar, una flamante y reveladora biografía de Mao; y yo hacía tiempo esperando a que abrieran mi museo favorito. Yo veía de lejos y con un ojo esa foto del ukelele (los tabloides se burlaron de los rollos del primer ministro; el museo de Madame Tussaud le puso una camisa hawaiana y un pañuelo blanco a su figura de cera) y con el otro devoraba de cerca las primeras magníficas páginas de Shalimar The Clown: la recién aparecida e inevitablemente polémica novela de Salman Rushdie donde se narra la destrucción del paradisíaco Kashmir y la educación política y sentimental que lleva a un joven a transformarse en un implacable asesino en nombre del Islam. Ahí, en el primer capítulo de esta novela extrema y extremista, se describe a una mujer como “una de esas bellezas más devaluadas que el peso argentino” y (volveré sobre este libro en los próximos días; días más tarde vi cómo Rushdie apenas contenía las lágrimas durante su presentación en el Book Festival de Edimburgo) justo ahí tuve que cerrar la puerta del libro porque justo ahí abrieron las puertas de la National Portrait Gallery.
DOS La exposición que había ido a ver a la National Portrait Gallery está patrocinada por la BBC, se titula The World’s Most Photographed –estará allí hasta el 23 de octubre– y consiste exactamente en eso: fotos y fotos de las diez personas más fotografiadas de la Historia. Lo que significa que –de ser cierta esa creencia aborigen en cuanto a que las fotografías te roban el alma– la decena de iconos aquí reunidos vivieron existencias vampirizadas, que fueron devorados de a poco, y que con cada ¡click! de las cámaras iban perdiendo sustancia propia para ganar materia mítica. La tesis de la muestra es la de probar cómo la fotografía ha sido la herramienta perfecta a la hora de manipular y crear personalidades a lo largo y ancho del siglo XX. Y, claro, quiénes son y quiénes fueron los más grandes desalmados de todos los tiempos. Aquí están y éstos son por orden de desaparición: la Reina Victoria, Adolf Hitler, Mahatma Gandhi, James Dean, Marilyn Monroe, John F. Kennedy, Elvis Presley, Greta Garbo y Audrey Hepburn. El décimo hombre y único sobreviviente del asunto es Muhammad Ali. Y, claro, la selección a mí me despierta cierta sospecha: ¿qué pasó con los Beatles?, ¿dónde está Gorbachov?, ¿y las super-models de los ’80’-90? ¿Y Lady Di? Y lo cierto es que el catálogo estaba muy caro y no pedí allí explicaciones; pero supuse en principio y confirmé enseguida que de lo que aquí se trataba era de exponer y revelar diez casos de fetiches que quemaron sus retinas mirando al pajarito o fueron picoteados por la espalda por los cuervos. Insisto: ¿y Di?
TRES Y, sí, la exposición –curada por Robin Muir, ex editor fotográfico de la edición inglesa de Vogue y de la revista dominguera del Sunday Telegraph– es formidable y encandilante en sus flashes y encuadres. Las fotos apacibles de la Reina Victoria apenas disimulando una personalidad sísmica y movida. Hitler psicopático hasta a la hora de posar con su amado perro. Mahatma Gandhi pequeño pero enorme en la inmensidad de una playa india. James Dean como el primero –y todavía más grande– de los instintivamente fotogénicos: esa foto célebre donde camina por Times Square, esa foto célebre donde se hunde en la ciénaga de su propio suéter, esas fotos desconocidas hasta ahora donde payasea posando adentro de un ataúd abierto pocas semanas antes de acelerar a fondo su Porsche cariñosamente bautizado como Little Bastard. La última gran sesión que Marilyn Monroe censuró con marcadores y clips para el cabello. Kennedy reinventando el salón oval de la Casa Blanca casi como set de cine. Elvis Presley posando junto a prostitutas alemanas de dentadura podrida. Greta Garbo anciana asomando la cabeza mientras nada en el mar de su retiro invisible. Audrey Hepburn hermosa y despatarrada en su juventud y con el último rostro de la enferma entregada a Unicef. Ali acribillado por flechas para una portada de Esquire y Ali sobre el ring, sus puños como cañonazos. Y se puede jugar mucho a la hora de clasificar esta selección: hay seis personalidades artísticas/deportivas y cuatro históricas/políticas; hay un hombre que comía poco (Gandhi) y uno que comía mucho (Elvis) y una mujer con tendencia a engordar (Monroe) y una que siempre fue flaca porque había padecido las hambrunas de la guerra durante su infancia en Holanda (Hepburn); hay tres genios a la hora del monólogo (Hitler y Kennedy y Ali) y tres amadas por el silencio de la cámara (Garbo y Monroe y Hepburn); hay varias voces inconfundibles (Monroe y Presley y Dean y Garbo); hay dos destructores (Hitler y Ali) y dos autodestructivos (Dean y Monroe) y dos a quienes destruyeron (Gandhi y Kennedy). Y sigan ustedes. Y se puede aventurar que todos y cada uno de ellos tuvieron y tienen personalidades complejas, distintas, raras. El tipo de personalidad a la que se le puede aplicar –a la hora de intentar su seguramente imperfecta e incompleta explicación– aquel instantáneo lugar común de “una imagen dice más que mil palabras”.
CUATRO Y en esto salí pensando y, de regreso en el hotel y hojeando una revista, me encontré con otra foto. Una foto mala, borrosa, pero de una claridad insoportable. La foto de un tipo tirado en un vagón del metro de Londres. La foto se corta justo antes de la cabeza –que queda fuera de cuadro– para que, supongo, no se vea lo que le sucede a una cabeza cuando le entran de golpe y sin pedir permiso unas seis o siete balas disparadas a quemarropa. El escritor Juan José Millás escribió en estos días que esta foto –“movida, desenfocada, turbia”– es la metáfora perfecta del discurso movido de Tony Blair, el hombre del ukelele.
Una cosa es segura: vivimos tiempos en los que –por algo será– las fotografías salen siempre mal y desalmadas. Tiempos en los que una imagen dice más que mil mentiras.