Lun 28.11.2005

CONTRATAPA

Pecado fino

› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona

UNO El otro día leí las declaraciones de un psicólogo de Dallas –a propósito de la efeméride de efemérides– en cuanto a que, todavía hoy, cada noche, diez mil personas sueñan con el asesinato de JFK. En blanco y negro. En la cámara lenta de los ojos cerrados. La cuestión de cómo se contabiliza semejante actividad onírica no era explicada por el profesional. Pero no importa: poco y nada cuesta pensar que los norteamericanos aún lloran y llevan luto no sólo por el presidente más hip y cool de su historia sino también porque fue entonces cuando –pecado original– supieron que su tierra prometida había sido degradada a purgatorio; que la inocencia de ser siempre los buenos de la película llegaba a sus títulos finales; y que, a partir de entonces, el Sueño Americano mutaba a pesadilla.

DOS Pero lo importante es cuántos norteamericanos sueñan con Bush y con los sueños de Bush. Y cuántos de ellos tiemblan de éxtasis religioso, condenando a Darwin a los infiernos desde los altares de la América Profunda. Y cuántos son los que se estremecen de espanto ante el avance de los defensores del “diseño inteligente” como alternativa a “todo eso del mono”. El diseño inteligente como fuerza victoriosa donde fracasó el Creacionismo y todos felices, y Bush el primero; porque la idea de una mente superior rigiendo el destino de los hombres acaso sea la única explicación que alguien como él encuentra para el milagro de haber llegado a la Casa Blanca. Algo que encaja a la perfección con el clima místico que parece haber poseído a los Estados Unidos luego de haber recibido el castigo divino (desde otra sucursal, con iguales modales fanáticos y fundamentalistas) aquel flamígero 11/9/01.

TRES Y fue en el 2001 cuando Tom LaHaye fue elegido como el líder evangélico más influyente del último cuarto de siglo. LaHaye, 79 años, es co-autor de más de 75 libros, entre los que se cuentan los thrillers apocalípticos de la serie Left Behind; expresión que equivale a un “ser dejado atrás” y que –combinando elementos dignos de la Cientología y de Dan Brown– narra las batallas de un grupo de cristianos de derecha contra pecadores gays y científicos y musulmanes y pro-abortistas y miembros de Naciones Unidas acusados de atentar contra la América Santa. El problema es que muchos de los lectores de LaHaye piensan que sus libros son nonfiction. O peor: que deberían serlo. El Jesús de las novelas de LaHaye es, digámoslo, un arma de destrucción masiva: vuelve y predica, y sus solas palabras hacen volar todo por los aires, y adivinen a quién le gustan mucho las novelas de LaHaye...

CUATRO ¿Leerá Benedicto XVI a LaHaye? Quién sabe. Por lo pronto, está claro que el tema de la homosexualidad con sotana le preocupa y días atrás advirtió que se prohibirá el ingreso de gays a los seminarios. Y que se “verificará” que los candidatos no presenten “desórdenes” o “tendencias homosexuales”. La pregunta, claro, es cuál será el procedimiento a seguir. ¿Multiple-choice? ¿Cámaras ocultas? ¿Rorschachs? Y otra duda: ¿qué se hará con los homosexuales que ya son sacerdotes? Y una duda más: ¿y los sacerdotes que presenten tendencias heterosexuales? Hasta que se aclaren los tantos y los tontos, la primera plana del ABC del pasado domingo titulaba, apocalíptica, un “Zapatero pierde peso en el Vaticano por la ‘pobre impresión’ que causa su gobierno”. Cuál será la penitencia para el pecado de causar una pobre impresión y perder peso vaticano, me pregunto.

CINCO Y ante tanto Dios furibundo –para gozo de pecadores como uno– propongo la adoración a Pastafari. Supe de su existencia leyendo el New York Times. Pastafari –creado para Internet por el físico Bobby Henderson como parodia del Creacionismo– es una flamante divinidad cuya representación física es un montón de spaghetti con dos albóndigas por ojos. Pastafari podría ser un dibujo de Rep (a quien descubrí hace tanto con su El Recepcionista de Arriba), quien anda por España presentando Bellas Artes. Y sí, Pastafari es decididamente repiano y, como El Cebra, se manifiesta en todas partes y “contamina” obras y sitios ajenos. Pastafari en La última cena de Da Vinci, en los techos de la Capilla Sixtina de Miguel Angel, en cuadros de Picasso y hasta en los portales de la Graceland de Elvis. Y sus seguidores proponen teorías del tipo “el aumento de la temperatura global del planeta se debe a la disminución de piratas desde el 1800” y concluyen sus plegarias no con un amén sino con un ramén (nombre de un fideo japonés).

SEIS Y la última edición de Vanity Fair viene con pecadora en la portada: Kate Moss. Se suponía que esa filmación de su noche loca y blanca sería su ruina profesional. Pero no. Le llueven contratos y, me dice un amigo, cobró 5 millones de euros por dos días de trabajo en Barcelona. Suena a mucho; pero cosas más raras se han visto y facturado. Y se sabe que no hay nada más redituable para un personaje público que pecar en público. Y esto es sólo el principio; porque ya vendrá el retorno triunfal a las pasarelas, el libro de autoayuda o de autodestrucción. Y después de todo: ¿cuál fue el pecado de la Moss? ¿El de ser –como escribió alguien– “la amiga que todos quisiéramos tener: guapa y generosa con los suyos”? Quien esté libre de pecado, quien nunca se haya pasado alguna vez de la raya, que arroje la primera piedra (de cocaína).

SIETE Y en la misma revista, otro pecador: Woody Allen. El Homo Manhattanensis que fue expulsado del paraíso ya saben por qué y que ahora filma en Londres y pronto, dicen, en Barcelona, ciudad a la que planea mudarse. Su última película –la muy buena Match Point– es una de pecadores y, en Vanity Fair, Allen declara: “La vejez es algo terrible y todo eso de que se gana en sabiduría es pura mentira. Yo volvería a cometer los mismos errores. Es simple deterioro físico. Y después te mueres. Y lo más terrible de la vejez es comprender que uno ya no llegará a hacer algunas cosas. No voy a ser un Kurosawa o un Fellini o un Truffaut; pero no creo haber perdido mi pasaporte al paraíso. Así que al menos acabaré en el mismo sitio que ellos”. Así las cosas. Y recordar siempre lo que, creo, dijo Oscar Wilde: “Todo santo tiene un pasado; todo pecador tiene un futuro”. Lo que no es poco.

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