Lun 30.01.2006

CONTRATAPA

La paz de Isaías

› Por León Ferrari

Entre las singulares características de la Biblia se cuenta la vecindad en sus páginas de la bondad y de la maldad. Es así que derechas e izquierdas cristianas pueden elegir entre “ama a tu prójimo como a ti mismo” o amenazar al prójimo con el fuego eterno; bendecir a los enemigos o destruir sus templos y convertirlos en letrinas; multiplicar los panes para alimentar a los hambrientos, o castigarlos con una hambre tal, que las madres se comerán a los hijos que les estén naciendo, a escondidas de sus maridos para no compartirlos (Dt 28,53).

Los cristianos progresistas pueden elegir “Bienaventurados los que ahora tenéis hambre porque seréis saciados” (Lc 6,21), mientras los capellanes de la ESMA, para confortar a los marinos que volvían preocupados luego de arrojar gente al mar, preferían otras palabras evangélicas: les decían que no se perturbaran, pues estaban haciendo lo que Jesús dijo que haría al volver: separar los yuyos del trigo –los malos de los buenos– para quemarlos (Mt 13,37).

En algunos casos, no sólo se eligen versículos, sino que se callan otros vecinos que completan su significado, como lo hace Frei Betto en una nota en Página del 24/1/06 donde cita de Isaías “la paz es obra de la justicia” (Is 32, 17), versículo recordado entre otros, por Paulo VI y por Nixon durante la invasión a Vietnam y que el Concilio Vaticano II citó en la Constitución Gaudium et spes como una síntesis del concepto cristiano de la paz. Pero lo que en realidad pensaba Isaías, y lo que sería el concepto cristiano de la paz, sólo se comprende cuando se lee Is 48,22: “No hay paz para los malos”, o Is 57,19: “Mas los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos”.

En su nota, titulada La paz de mis sueños, Betto opina que “Isaías apunta el camino de la paz” y “nos enseña a convivir con quien no es como nosotros, ni piensa como pensamos nosotros y, sin embargo, posee la misma dignidad humana”. Pero olvida lo que piensa el profeta sobre los que no son como ‘nosotros’ cuando revela el destino reservado a los impíos anunciando que Dios destruirá a las gentes malas y “entregaralas al matadero, y los muertos de ellas serán arrojados, y de sus cadáveres se levantará hedor, y los montes se desleirán por la sangre de ellas” (Is 34, 2). La paz de Isaías, que el Concilio hizo suya, es similar a la que anunció la paloma luego del diluvio: es la paz que logran los creyentes –y la que quiere alcanzar el cristiano Bush en Irak– luego de haber exterminado a infieles, malos e impíos.

Vinculado con la paz hay otro versículo de Isaías, “De sus espadas harán rejas de arado y hoces de sus lanzas. Las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y jamás se llevará a cabo la guerra” (Is 2,4). Este versículo, que se cita callando las ideas del profeta, sobre otras cosas que se pueden hacer con las espadas (“llena está de sangre la espada de Jehová”, Is 34,6), fue mencionado por Harry Truman, predicando en una iglesia metodista, quien, quizás recordando que con sus espadas no sólo hacía arados, citó también un versículo de Joel, que nos ilustra en cambio, sobre lo que se puede hacer con arados y hoces: “Haced espadas de vuestras rejas de arado y lanzas de vuestras hoces” (Joel 3,10). Truman, tan religioso como Videla, Menem, De la Rúa y ahora Bush, citaba siempre a la Biblia asociándola a su gobierno y recomendaba su lectura, pues “el Viejo y el Nuevo Testamento os mostrarán un camino de vida”. Frei Betto piensa algo parecido: “Quizás la meditación de los textos de Isaías nos ayude a recorrer un camino señalado en la geografía bíblica hace 2800 años. Sólo nos queda grabarlo en las entrañas del corazón”.

Betto cita otros versículos en los que Isaías critica a la “hijas de Sion” porque andan orgullosas, con ojos provocativos, llenas de joyas y adornos, que Dios arrancará junto a sus vestidos y las castigará llenándoles de sarna su cabeza. Dice que el profeta se refiere a las damas de la elite (cosa que no se deduce del texto bíblico) y calla el final donde el Señor anuncia que sus “varones caerán a cuchillo” (Is 3,25). El autor parece compartir con el profeta la idea de que las chicas que caminaban cubiertas de adornos y perfumes merecían ser castigadas con sarna en la cabeza, pero parece haber pensado que matar a sus parejas era un castigo excesivo y lo calló. Sin embargo, estas crueldades se encuentran frecuentemente en los libros sagrados. Cuando los israelitas se acostaron con las aborígenes moabitas, antes de entrar a Canaan, dios los castigó matando a 24.000. Cuando los seguidores de Moisés en el desierto se lamentaron por la falta de carne añorando el “pescado que comíamos gratis en Egipto, y los pepinos, melones, puerros, cebollas y ajos” y se quejaron del “insípido maná llovido del cielo”, fueron diezmados en Kibroth–Hattaavah por “serpientes ardientes que mordían al pueblo”.

¿Será que el autor piensa que el “camino de la paz” que nos enseñaría Isaías –que es la paz de sus sueños– es la misma paz que alcanzó Noé en el arca, o Sodoma con el incendio, o los egipcios luego del exterminio de los primogénitos, o la Humanidad cuando vuelva Cristo con los ángeles a concretar sus anuncios apocalípticos?

Los desatinos bíblicos no son inofensivos: su crueldad inhumana ensangrentó milenios y originó intolerancias y discriminaciones que sobreviven, entre ellas, el antisemitismo cristiano, responsable directo de los campos nazis.

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