CONTRATAPA › CARTAS
El 26 de enero asistí como muchos otros (o no tantos), a la última Marcha de la Resistencia que las Madres de Plaza de Mayo vienen realizando desde las épocas de la dictadura. Había asistido a aquella primera y a esta última. Decir que las Madres son un ejemplo de lucha pareciera ser hoy un lugar común (¿lo es?); pero no siempre fue así y, además, ¿en qué consiste ese ejemplo? Pienso en un abanico de conductas que hoy se aceptan y valoran, pero una vez más ¡hay que tener memoria! Durante muchos años por estas mismas acciones fueron silenciadas, reprimidas, ignoradas e insultadas. Y no sólo por los militares y sus adláteres... Algo pasó con estas mujeres que transformaron el dolor en lucha, en una lucha sin concesiones, sin claudicaciones, con consignas bien claras, utópicas, imposibles de comprender desde la mentalidad media y nunca apelaron al “sentido común” y dijeron verdades tan claras que rompían los cristales de la miopía retrógrada y de la cordura progre. La dignidad siempre estuvo en juego. Verlas marchar al borde de los ochenta años es sentir cómo estalla la emoción en el alma y a la vez un poco avergonzados por no haberlas acompañado más. Ellas van a seguir, los jueves, o como puedan, es que han construido con los jóvenes una vida con esperanza. Son las abanderadas de la ética pública que nos permitió sobrevivir en la oscuridad de este país y abrir los ojos al mundo ante la mentira. Lo que quería remarcar es que ellas han inventado un espejo en el cual muchas organizaciones deberían mirarse. En este país hay mucha muerte joven, desde aquel genocidio planificado hasta las varias tragedias involuntarias provocadas por la corrupción y culturas nefastas. Asistimos a las marchas que realizan los familiares y sobrevivientes de Cromañón, jóvenes masacrados injustamente que dan origen a nuevas organizaciones populares. Sería importante que estos nuevos grupos dignifiquen su lucha mirándose en el espejo que las Madres han creado; los familiares de Cromañón deberían haber concurrido masivamente a aprender de las Madres, para encauzar su lucha y hacerla trascender. Ambos grupos tienen dolor de madres, padres, hermanos, amigos, pero muchas veces las acciones y reacciones no son las mismas y la forma en que las transmiten tampoco. Personalmente, soy padre de una sobreviviente de aquel nefasto 30 de diciembre de 2004, por lo que me siento ligado a la lucha de Cromañón, y por eso escribo esto, para convocar a todos los que sufren por la pérdida de sus hijos a mirarse en el espejo de las Madres, aun para mejorarlo, y para comprender que el dolor irreparable puede ser la semilla de pequeñas revoluciones cotidianas en la política y en la cultura, antes que enceguecerse por voltear políticos coyunturales y personeros (empresarios y hasta músicos) que nada tienen que ver con la cultura de la ética. Vuelve a estar en juego la dignidad.
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