› Por Juan Gelman
No se trata ya de meros “ataques preventivos” contra los países malvados: después de tres años de trabajo, el Comando de Operaciones Especiales de EE.UU. (Socom, por sus siglas en inglés) ha completado un plan de intervenciones militares clandestinas en naciones con las que no está en guerra y que no constituyen peligro alguno para su seguridad nacional. Es un plan de carácter planetario y, como dijera Colin Powell después del 11/9, “perseguiremos al terrorismo donde sea que se encuentre”. Para el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, es un designio de la más alta prioridad.
El Socom tiene su sede en Tampa, Florida; su jefe es el general Doug Brown, su presupuesto ha crecido abruptamente hasta alcanzar los 8 mil millones de dólares para el año fiscal 2007 y “está a cargo de la lucha global contra el terrorismo”, según se testimonió ante la Cámara de Representantes en marzo pasado. Ha enviado ya grupos de tareas poco numerosos de boinas verdes y otras tropas especiales a las embajadas estadounidenses de 20 países de Medio Oriente, Asia, Africa y América latina con la misión de espiar y planificar operativos contra blancos pasibles de futuras acciones de comando (The Washington Post, 23-4-06). No necesitan la aprobación de los embajadores para realizarlas. La política exterior de los EE.UU. se ha militarizado y no muestra zanahorias, garrotes solamente.
El texto del plan cubre más de 100 páginas y propone “un vasto abanico de actividades militares abiertas y encubiertas”: la recolección de datos de inteligencia, la caza de terroristas, ataques contra sus campos de entrenamiento, el reclutamiento de agentes locales y operaciones coordinadas con militares de cada país. El número de efectivos del Socom asciende a 53.000 e incluye personal que habla idiomas extranjeros. El despliegue de sus tropas no tiene antecedente: unos 7000 boinas verdes, operativos de la Fuerza Delta y de la Marina están esparcidos en varios continentes, la mayoría en Irak y Afganistán, pero el 85 por ciento de esa fuerza fue destinada a Medio Oriente, Asia central y el Cuerno de Africa en el 2005. El plan se ajusta punto por punto al Proyecto para un Nuevo Siglo Estadounidense (PNAC, por sus siglas en inglés) que elaboró en el 2000 el organismo creado por “halcones-gallina” como William Kristol, Richard Perle y Francis Fukuyama.
El PNAC preconizaba el envío de tropas especiales “con funciones policiales” (sic) a todo el mundo a fin de garantizar la vigencia del imperio soñado. Un año antes del 11/9, las perspicacia cínica de los autores ansiaba “algún acontecimiento catastrófico y catalizador, un nuevo Pearl Harbor”. Se produjo. Otro ataque en territorio norteamericano “podría ser una justificación y una oportunidad, que actualmente falta, para atacar ciertos objetivos conocidos, según funcionarios del Pentágono en actividad y retirados que conocen el plan (del Socom)”, señala The Washington Post. La cuestión de “la oportunidad” no es nueva en la Casa Blanca; se recuerda la frase anunciadora de W. Bush cuando aún humeaban las ruinas de las Torres Gemelas: “A través de mis lágrimas, veo la oportunidad”. Y fue Irak.
El Socom tampoco necesita la aprobación del Congreso para llevar a cabo sus operativos, tiene carta blanca para enviar tropas especiales al país que se le ocurra por la razón que le parezca y poco le importa atropellar soberanías de países incluso amigos de EE.UU. Es una más de las violaciones a la Constitución norteamericana que W. Bush ejerce con la mayor impunidad: después de ser reelecto en el 2004 viene firmando órdenes ejecutivas que convertirían al mundo en “una zona libre de tiro” para los ejércitos clandestinos de la Casa Blanca. Esa expresión, recogida por el notable periodista Seymour Hersh, fue emitida por un alto funcionario del Pentágono. Que agregó: “¿Se acuerda de los pelotones de ejecución derechistas en El Salvador? Nosotros los organizamos y financiamos. El objetivo actual es reclutar (personas) locales en las zonas que elijamos. Y nada le diremos al Congreso sobre el asunto” (The New Yorker, 24-5-04). En otras palabras: habrá más escuadrones de la muerte en distintas partes del mundo.
El apetito de poder absoluto que emana del mandatario norteamericano preocupa cada vez más a los sectores conservadores llamados “realistas”, especialmente en lo que hace a la “guerra antiterrorista” y al recorte de las facultades del Poder Legislativo. “El patrón que se desprende (de las acciones de W. Bush) es un impulso incesante de acumular poder sin el control de la Justicia ni del Congreso; en suma, un desdén por los límites constitucionales” señala un informe reciente del Instituto Cato de Washington, fundación que promueve “la libertad individual, la paz, un gobierno acotado y el libre comercio” (elcato.org). Hay desdenes que matan.
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