Jue 13.07.2006

CONTRATAPA

Haditha: ¿sólo un ejemplo?

› Por Robert Fisk *

El aspecto de la morgue de Haditha el 19 de noviembre de 2005, poco después de la matanza de 24 civiles perpetrada al parecer por un grupo de marines, fue realmente impactante. Y también hubo imágenes desgarradoras tomadas de un video filmado por un estudiante de periodismo iraquí y luego difundidas por el grupo defensor de derechos humanos Hammurabi.

¿Será Haditha apenas la punta de una enorme fosa común? Los cadáveres que hemos observado, los cuerpos de los niños muertos, ¿serán apenas unos cuantos de muchos? ¿Irá más lejos la obra del ejército estadounidense de las sombras?

Recuerdo con claridad las primeras sospechas que tuve de que en nuestro nombre se cometían crímenes horrendos en Irak. Estaba en el depósito de cadáveres en Bagdad, contando cuerpos, cuando uno de los jefes médicos de la ciudad, viejo amigo mío, me confió sus temores. “Todos traen cadáveres”, dijo. “Pero cuando son los estadounidenses los que los traen, nos dan instrucciones de no hacer autopsias bajo ninguna circunstancia. Nos dan a entender que ya las hicieron. A veces nos traen con un cuerpo un papel como éste.” Y me mostró un documento militar con el contorno del cuerpo de un hombre, trazado a mano, y la palabra “traumatismos”.

¿Qué clase de traumatismos? De hecho, ¿qué traumatismos se experimentan hoy día en Irak? ¿Quién perpetra las matanzas? ¿Quién arroja tantos cadáveres a los depósitos de basura? Después de Haditha, tenemos que dar nueva forma a nuestras sospechas.

No tiene sentido hablar de “unas cuantas manzanas podridas”. Todos los ejércitos de ocupación son corruptos. Los argelinos siguen descubriendo las fosas comunes clandestinas dejadas por los paras franceses, que liquidaron aldeas enteras. Sabemos de los asesinos violadores del ejército ruso en Chechenia. Todos hemos oído hablar del Domingo Sangriento. Los israelíes se sentaron a observar mientras la milicia libanesa, actuando en su nombre, asesinó y despellejó a mil 700 palestinos. Y, por supuesto, las palabras “My Lai” vuelven a musitarse ahora.

Cierto, los nazis eran mucho peores. Y los japoneses. Y los ustashi de Croacia. Pero éstos somos nosotros. Es nuestro ejército. Esos jóvenes soldados son nuestros representantes en Irak. Y llevan sangre inocente en las manos.

Sospecho que parte del problema es que en realidad nunca nos importaron los iraquíes; por eso nos negamos a contar sus muertos, sólo enumeramos los nuestros. Y una vez que los iraquíes se volvieron contra el ejército de ocupación con sus bombas camineras y sus vehículos conducidos por atacantes suicidas, se volvieron los gooks árabes, los subhumanos cobardes y asesinos que alguna vez los estadounidenses identificaron en Vietnam. Es cosa de que un presidente nos diga que combatimos el mal y un día despertaremos para descubrir que un niño tiene cuernos y los pies de un bebé tienen forma de pezuña de cabra; recuerden: esas personas son musulmanas y todas pueden volverse pequeñas encarnaciones de Mahoma.

Matar a los civiles que atestan una sala es sólo un paso más en el camino de esos promiscuos ataques aéreos que según nos dicen son para matar “terroristas” y luego resulta que eran contra banquetes de bodas o, como en Afganistán, contra una mezcla de “terroristas” y niños o, como sin duda habremos de oír pronto, “niños terroristas”.

En cierta forma es culpa también de los reporteros. Incapaces de aventurarse fuera de Bagdad –o de hecho ni siquiera dentro de la ciudad misma–, sienten que la vastedad del país ha quedado oculta bajo una espesa sombra que todo lo consume. De cuando en cuando notamos chispas en la noche –un Haditha o dos en el desierto–, pero seguimos catalogando con docilidad el número de “terroristas” supuestamente liquidados en remotos rincones de Mesopotamia. Por miedo al cuchillo de los insurgentes, ya no investigamos. Y a los estadounidenses eso les viene bien. ¿Quién sabe qué horrores se han venido cometiendo allá entre la arena?

Se vuelve un hábito, me parece. Ya nos hemos encogido de hombros ante los horrores de Abu Ghraib. ¡Ah!, eso fue abuso, no tortura. Y luego se sabe de un funcionario menor de Estados Unidos acusado de asesinar a un general del ejército iraquí metiéndolo de cabeza en un saco de dormir y sentándose en él. Una vez más, pocos titulares se dedican al caso. ¿A quién le importa si otro iraquí muerde el polvo? ¿Acaso no tratan de matar a nuestros muchachos que están allá combatiendo el terrorismo? Cuando un joven estadounidense pide asilo político a Canadá, aparece un colega para aportar evidencia en su nombre. Afirma que los “terroristas” atravesaron bebés en el camino a Faluja para detener a los vehículos estadounidenses y luego volarlos, así que ahora los soldados tienen órdenes de no parar si ven a un bebé.

¿A quién se le puede pedir cuentas, si nos consideramos las más brillantes y honorables de las criaturas, librando una batalla interminable contra los asesinos del 11 de septiembre y del 7 de julio porque amamos tanto a nuestro pueblo, pero no a otros? Y así nos erigimos en caballeros de la mesa redonda –sí, en cruzados– e invadimos países diciéndoles que vamos a llevarles la democracia. No puedo evitar preguntarme cuántos de los inocentes masacrados en Haditha tuvieron oportunidad de votar en las elecciones iraquíes antes que sus “libertadores” los asesinaran.

* De The Independent. Especial para Página/12. Traducción: Jorge Anaya.

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