Jue 17.08.2006

CONTRATAPA

Fracasos

› Por Juan Gelman

No le ha ido muy bien a Israel en la guerra a la que un frágil cese del fuego ha puesto fin por ahora. En el plano militar, no pudo acabar con Hezbolá, como era su objetivo. En junio de 1967 derrotó a los ejércitos de Egipto, Jordania, Irak y Siria juntos en apenas seis días. Con un arsenal militar considerablemente aumentado, no pudo aniquilar a la guerrilla libanesa en un mes. Para el columnista Gideon Levy, del diario israelí Ha’aretz, ese fracaso es una buena noticia: “Si Israel hubiera ganado cómodamente las batallas, (y obtenido) una victoria completa del tipo que tanto deseaban los israelíes, se hubiera causado un enorme daño a sus políticas de seguridad” (13/8/06). Explica: “Drogados de poder, borrachos de victoria, hubiéramos sido tentados a llevar nuestro éxito a otras arenas. Un incendio peligroso hubiese amenazado a toda la región y nadie sabe cuál habría sido el resultado”. La referencia a Irán y Siria es nítida.

En el plano diplomático, Tel Aviv tuvo que aceptar la resolución 1701 del Consejo de Seguridad de la ONU por la que, ante todo, paró sus bombardeos. Si cumple la resolución, debería retirarse del territorio que alcanzó a ocupar en Líbano, canjear sus prisioneros libaneses por los soldados israelíes que capturó Hezbolá y aceptar la futura devolución del enclave israelí en las granjas de Sheeba. A la vez, no está claro si Hezbolá habrá de desarmarse: “El gobierno libanés –dice el párrafo 4 de la resolución– extiende su autoridad sobre todo el territorio del país mediante sus fuerzas armadas legítimas, de manera que no habrá otros armamentos y otras autoridades que los del Estado libanés...”. La redacción es ambigua si se toma en cuenta que el ala política de Hezbolá ocupa dos ministerios en el gobierno de Beirut.

La resolución de la ONU no trajo felicidad a la Casa Blanca, que durante semanas resistió la presión internacional por un cese del fuego: especialistas en Medio Oriente consideraron que entraña “un considerable retroceso” de las aspiraciones del gobierno Bush, que había incluido al conflicto entre Israel y Líbano en su “guerra antiterrorista” (The Baltimore Sun, 15/8/06). El notable y muy bien informado periodista norteamericano Seymour M. Hersh recoge en un artículo las confidencias de una fuente de los servicios de inteligencia yanquis: “Le dijimos a Israel ‘estaremos detrás de ustedes todo el tiempo. Pero pensamos que deben (actuar en Líbano) más temprano que tarde, cuanto más esperen, menos tiempo tendremos para evaluar (la acción militar israelí) y planificar con vistas a Irán antes de que Bush deje su cargo’” (www.newyorker, 14/8/06). El informante añadió que el vicepresidente Dick Cheney, ante la inminencia del ataque que Israel acordó con EE.UU., opinaba que el Pentágono podía “aprender cómo proceder en Irán observando lo que los israelíes hacen en Líbano”. Con razón Gideon Levy señala que el fracaso israelí “podría enseñar a los estadounidenses la importante lección de que no hay que empujar a Israel a aventuras militares”.

La guerra contra Hezbolá tampoco rindió frutos a Tel Aviv en el plano político, empezando por su gobierno mismo: en los primeros diez días de agosto, en plena batalla, la popularidad entre sus conciudadanos del primer ministro, Ehud Olmert, bajó del 75 al 48 por ciento, y la del ministro de Defensa, Amir Peretz, del 65 al 37 por ciento, según la encuesta publicada por el diario Ha’aretz (Reuters, 11/8/06). Del otro lado pasó exactamente lo contrario: “Los feroces bombardeos de Israel han concitado el apoyo a Hezbolá de muchos más libaneses, con independencia de su pertenencia política o religiosa, manifestó el general Antoine Lahad, ex jefe de una milicia ya desaparecida que ayudó a las tropas de Israel a vigilar la zona (de Líbano) que ocupaba antes de su retirada hace seis años. El principal periódico de Beirut, An-Nahar, siempre crítico de Hezbolá –especialmente cuando atacaba con cohetes a Israel antes de que la guerra comenzara–, instó a todos los libaneses a sostener al grupo de Nasralá para lograr la victoria contra el Estado judío” (Seattle Post-Intelligencer, 13/8/06). El bombardeo israelí de barrios cristianos de Beirut contribuyó a que la adhesión a Hezbolá pasara del 50 por ciento antes de la guerra a más del 85 por ciento después (Newsweek, 14/8/06).

La teoría del “castigo colectivo” que Tel Aviv inflige a los palestinos y que aplicó en Líbano, es decir, atacar a civiles para que culpen de sus desdichas a Hamas y/o Hezbolá y los odien, ha tenido el efecto exactamente contrario. Hasta la Liga Arabe –integrada por Jordania, Egipto, Arabia Saudita y otros, cuyos gobiernos verían con muy buenos ojos el aniquilamiento de los dos grupos político-militares– dio un apoyo decisivo a Beirut en las negociaciones del Consejo de Seguridad. Aunque Olmert proclamó que Israel seguirá “persiguiendo a los líderes de Hezbolá en todas partes y todo el tiempo” (Ha’aretz, 15/8/06) –¿se referirá a las ejecuciones extrajudiciales que los palestinos conocen bien?–, su ministro de Defensa, Amir Peretz, ferviente partidario de la guerra, dice ahora: “Debemos mantener un diálogo con Líbano y deberíamos crear las condiciones para dialogar también con Siria” (Ha’aretz, 15/8/06). Es lo sensato. La región tiene una historia de tolerancia y convivencia pacífica entre sus minorías que ha durado siglos. ¿Por qué no restaurarla?

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