› Por Enrique Medina
Hasta que en las oficinas del PAMI tuvo que hacer los trámites para su padre, la buena mujer había estado convencida de que aún podía considerarse algo atractiva, o perturbadora más bien, e inclusive turbulenta si se presentaba la posibilidad. Pero fue suficiente que el empleado creyera que el anciano con bastón era su marido para que, impiadoso, sobre su cuerpo y su mente un deslave de vida se abatiera sobre ella y la sincerara. Y hace meses que con esa carga deambula en el hospital llevando de aquí para allá a su anciano padre que a su vez carga un fastidioso lunar en la cara. Luego de interminables colas y análisis, en Dermatología le pidieron el implemento correspondiente para el estudio. Compre el importado que es mejor, tiene más filo, le había recomendado la amable doctora Refojo que luego realizó la biopsia delante de un grupo de atentos estudiantes. Obtenidos los resultados luego de casi dos meses, la derivaron al piso inferior donde funciona el Departamento de cirugía plástica. Se dio cuenta, al leer “Epitelioma basocelular lobulado adenoide” en el informe anatomopatológico, que la delicadeza de los dermatólogos al derivar el caso sin insinuarle presagios había sido loable. Ahora, con la misma esperanza de consideración, ingresa al gabinete de la especialista en cirugía general. Esta, auroleada con el decisivo y celestial poder de dioses que se autootorgan ciertos médicos ante los insoportables pacientes-clientes que para no pagar concurren a los hospitales públicos, sin mirarlos despliega un discurso neutro, casi un pensamiento en voz alta, alejado, ritual, ajeno e indiferente, al tiempo que escribe clichés y golpea un sello gastado y torcido. Todo esto sin mirar a los silenciosos intrusos que leen en el cartel de la pared “Está prohibido tomar aspirinas dos semanas antes de la operación”. Termina de firmar las recetas y levanta la vista, descubre que están de pie, así que le ordena al anciano que tome asiento. Cosa que él hace con torpeza, más por el clima intimidatorio que por destornillamientos personales. La especialista explica los estudios que se deben hacer antes de que ella entre a tallar. Que más análisis de sangre, que hay que ir a Nutrición, que hay que hacer rayos también, y que al final Cardiología. ¿Me entendieron?... Si no entendió, pregunte, que le vuelvo a explicar (porque ustedes tienen una cara de idiotas...). Para el análisis de sangre tienen que ir para allá... doblando... al final casi en la esquina; para Nutrición es...; Rayos...; vayan ya; y Cardiología es lo último ¿entendió?... Tiene que ser en este orden porque el nutricionista le va a pedir el análisis de sangre, el de Rayos, el resultado de Nutrición y a lo último Cardiología ¿entendió?... Y vaya ya, así le dan turno, porque si no saca turno ahora... Hace sonar los tacos y cierra filas. La buena mujer queda abrumada y piensa que mucho más abrumado debe estar su padre hundido en la anoréxica silla. Una amiga le había contado que había pedido turno para una ecografía y le habían dado para dentro de tres meses. Así que..., ni hablar. Está la buena mujer acomodando este pensamiento cuando escucha a la especialista que muy suelta de cuerpo dice:
–Lo que tenemos es un cáncer, hay que operar.
Y ahí es que la buena mujer ve desvanecerse a su padre dentro de su propia ropa; el saco flota y los pantalones se convierten en jirones de trapos. Por suerte, la cabeza del anciano emerge desde la oquedad de su nada y retoma su ubicación. Alentada, la buena mujer normaliza la respiración y le dice a la especialista:
–¿Batimos palmas?... ¿Bailamos la jota, cantamos el himno nacional, eh?...
El tradicional frío de los hospitales públicos se congela. La especialista, también mujer de turbulencias, se le nota, por el golpe inesperado retrocede a su rincón pero como pelea de local vuelve al centro del ring y acepta el intercambio franco cuerpo a cuerpo. Se dicen de todo, pero con mesura y distancia. Que usted no me tiene que faltar el respeto, que no se lo faltó, que sí, que usted no tiene sentimientos ni modales con los enfermos, que tomá-pa-vos, que se equivocó de profesión, sepulturera debería ser, que se me retira en este mismo momento, que más que doctora usted es...
Ya fuera del hospital se dan cuenta de que han olvidado el bastón colgado en la silla. La buena mujer quiere volver. Resucitado de su muerte eventual y virtual, el padre le ruega que no se vaya:
–Dejáselo de recuerdo. Puede que alguna vez ella lo necesite.
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