› Por Noé Jitrik*
La frase que se hizo famosa en el año 1945, cuando el conflicto político argentino, con telón de fondo de los estertores finales de la Guerra Mundial, se coagulaba en un violento enfrentamiento peronismo/antiperonismo, fue “Alpargatas sí, libros no”.
Era o parecía una opción: o se estaba con los libros, lo que suponía valores culturales exclusivos y excluyentes, o se estaba con las alpargatas, sustantivo que implicaba justicia social. En su irrupción combativa, sólo de un lado porque nadie replicaba invirtiendo los términos, nadie decía “alpargatas no, libros sí”, la opción fue vista, por ciertos sectores afiliados a los libros, o sea a la cultura, como reaparición de una barbarie que se inscribía, a su vez, en la tradición conceptual y política sarmientina, adoptada desde 1880 en adelante como ideología indiscutible; desde luego, hubo quienes no aceptaron en su momento tan fácilmente el predominio de ese concepto, pero eso no quiere decir que fueran partidarios de la barbarie, al menos de la que Sarmiento había condenado. El mejor ejemplo de ello fue José Hernández, uno de los precursores del populismo posterior: enemigo del indio (bárbaro), conciliador con el mundo gaucho (semi bárbaro), finalmente integrado al plan liberal roquista que suponía al mismo tiempo la eliminación del indio y la desaparición del gaucho.
En el lado opuesto, la opción por la alpargata implicaba un reclamo, indudable (por la alpargata misma), y un arma de combate contra quienes, no necesariamente quienes escribían libros o los leían, según fórmulas que parecieron propias del peronismo, encarnaban el privilegio, la oligarquía maléfica, la explotación inicua, la ausencia de leyes sociales y todo lo que sigue a esta lista. La de los libros aparecía como antagónica a la irrupción de las masas en la escena política, quienes optaban por lo que la expresión encerraba eran seres insensibles a la miseria social, enemigos de la clase obrera y, por supuesto, de los desbordes típicos del peronismo de entonces.
Esta lectura de ambos términos fue inmediata y en lo político los presuntos beneficiarios de los libros salieron perdiendo: hubo peronismo –barbarie con alpargatas y otras cosas más, viviendas, hospitales, mejores salarios, ocupación– para rato; en lo institucional cerca de 10 años pero eso, pese a los lapsus, no agotó el fenómeno; como lo podemos apreciar actualmente y desde siempre, el peronismo resucita, a veces cambia, a veces languidece, se contradice pero no muere. Sin embargo, y en homenaje a la verdad, hay que reconocer en el peronismo ciertos matices que le quitan contundencia a la opción por las alpargatas, en la línea tradicional ¿inaugurada? por Hernández. ¿Se podría, sin ser groseros, relacionar el peronismo del período menemista con las alpargatas?
¿Puede haber otras lecturas de la frase o sólo queda la simplista que condena a unos y redime a los otros, según la ética de cada cual? Por de pronto, nunca la civilización –los manoseados libros– ha sido homogénea, como nos lo enseñó Walter Benjamín cuando señaló, inolvidablemente, que todo documento de civilización es también un documento de la barbarie, ni la barbarie es tan compacta como para no dejar entrar en ella ningún elemento de la civilización: asesinos, espontáneos o a sueldo, emplean teléfonos celulares para informar de sus hazañas, por no hablar del empleo de armas y automóviles absolutamente sofisticados que utilizan guerrilleros montañeses en Colombia y ciudadanos en Irak y en donde sea.
Si no nos contentamos con la frase sarmientina, a la luz de la cual se leyó en su momento la consigna, podríamos incluir sus términos en un paradigma más amplio. Así, libros, más allá de sus presuntamente privilegiados detentadores, significa cultura, ciencia, artes, una idea de la humanidad basada en valores superiores, en ejemplos luminosos, orgullo de la civilización humana, el viejo humanismo que liberó al mundo de la siniestra oscuridad teológica. De los libros entendidos de este modo ha salido casi todo lo que el ser humano ha sido capaz de alcanzar: no habría razón, por lo tanto, para denigrarlos y con ello a todo lo que implica. Diría que de este concepto ha salido lo más exquisito que los seres humanos han sido capaces de producir, de disfrutar y de aprender. Es más, de los libros han salido las grandes maravillas del genio humano, pero, además, las revelaciones acerca de las miserias e injusticias que afligen a la raza humana, en todos sus continentes, y también las posibilidades de corregirlas.
Alpargatas, a su vez, describe una situación esencialmente inhumana e injusta, desde la carencia absoluta de los bienes que la civilización produce hasta, lo que es aún más negro, la falta de futuro, la enfermedad y la muerte a corto o largo plazo. Detrás de esa palabra se agazapa, como contraparte, el concepto de justicia, eso que es tan difícil de lograr cuando el privilegio se le opone y eso ocurre casi siempre, el pedido es permanente, de qué modo satisfacerlo. Los que piden alpargatas, en consecuencia, están pidiendo mucho más, pero también podrían pedir el acceso a lo que significan los libros. La formulación negativa y antagónica estratifica los términos y condena a los exquisitos a no entregar nada de lo que generan y a los justicieros a creer que si destruyen a los exquisitos lograrán la justicia que buscan. Aunque hay que decir que hay exquisitos y exquisitos: los primeros son los que piensan, sienten y hacen en los niveles más altos de lo que puede el genio humano; los otros son los que creen serlo porque son puros consumidores, se imaginan en una fiesta perpetua y, ciegos y sordos, no ven ni oyen el rumor que viene de los huérfanos de justicia. A esos, creo, intentaban pisotear las alpargatas pero, de paso, embriagados por las palabras, pisoteaban también a los otros.
¿Será posible pensar en un continuo entre los dos conceptos? El punto de contacto residiría en el sitio virtual, casi nunca logrado, de la paciencia política; así, un país que no protege su ciencia y sus artes jamás podrá promover el acceso a esos bienes a quienes piden justicia; es más, esa justicia se aleja a medida que lo exquisito se ahoga. El tema es, pues, no sofocar lo exquisito sino promoverlo para contribuir a lo justo. Pensar que conservar el antagonismo y la oposición, conservar esos “sí” y esos “no” como si no pudieran disolverse en un “acaso” supone la aniquilación de unos y la esclavitud de los otros.
De modo que, libros sí, alpargatas sí, exquisitos y justos conviviendo en un mismo pedido, en una misma solicitud, la de una vida superior, más propia de la condición humana.
* Escritor y crítico literario. Autor de novelas, ensayos y poesías. Dirige actualmente La historia crítica de la literatura argentina, programada en 12 tomos.
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