› Por Sandra Russo
En Ciudad Oculta hay un taller de fotografía, a Contraluz, en el que los chicos del barrio aprenden a sacar fotografías y a mirar de otro modo el mundo en el que viven.
Han expuesto sus muestras en Munich y ahora están exponiéndolas en París. Exponiéndolas. Es una hermosa palabra que enlaza el acto de dar a conocer una obra con el acto de arriesgarla. Arriesgarla a otra mirada. Soltar. Abrir la mano, dejar que quede a ella adherido lo que corresponda, y que lo demás caiga. La obra expuesta como la mano abierta, como señal de desarme.
En la Etica de la Caricia, el filósofo Emmanuel Levinas sostiene que la mano debe abrirse, sin presionar, ante el Otro y ante el Futuro. Levinas usó el amor erótico como metáfora del amor al prójimo, o al Otro, como con menos peso se le dice. El amor erótico es lo más parecido que tenemos, después de todo, a una puesta en escena del amor; hace carne otra cosa.
El filósofo pensó que el Otro y el Futuro son ambos inaccesibles a nuestra voluntad, es decir libres, al menos de nosotros. No podemos influir en ellos de manera directa, porque toda estrategia puede salirnos mal. De modo que la mejor manera de aproximarse al Otro y al Futuro es acariciándolos: la mano abierta, sin ánimo de apretar, siguiendo con sutileza los movimientos de la piel acariciada.
Cuando vi las fotos de los chicos de Ciudad Oculta, me acordé de la Etica de la caricia, y me pregunté qué relación es la que pueden tener los chicos de Ciudad Oculta con el Otro y con el Futuro. Me pregunté si para todos es posible acceder a determinadas formas de pensamiento. Obviamente me contesté que no, pero uno no debe amilanarse si sucesivamente se pregunta cosas cuyas respuestas le parecen obvias. Porque inmediatamente aparece otra pregunta: ¿por qué nos parecen obvias? Desarmar esa segunda pregunta y armar su respuesta puede acercarnos muchas veces al asombro.
Los ciudadanos de clase media de países periféricos, especialmente aquellos en los que sobreabundan los alimentos y en los que sin embargo hay millones de pibes con hambre, deberíamos hacernos regularmente un test de asombro, porque es de esa sensación vital primaria de donde suele surgir la noción de injusticia. Es obvio que en un país rico no tendría por qué haber hambrientos. Pero es obvio que los hay. Una lógica aparece aplastada por otra, como se ve en el Cuzco una civilización aplastada por otra.
Los chicos de Ciudad Oculta sacan sus fotografías para mostrarse y mostrar a los demás cómo viven. Chequean su realidad. Se abren a Otros que acaso estén acostumbrados a otro tipo de paredes, a otras terminaciones, a otros revestimientos, a otros vecinos, a otras razas de perros, a otro grosor de paredes, a otra distribución de los espacios, a otro tipo de decoración, a otros olores, a otras plazas, a otro sonido ambiente.
Con esas fotos, esos chicos están mandando postales que no tienen texto escrito: hay que leer lo que dicen en la bruma, en la chapa, en el agujero negro que reemplaza a los dientes, en el hueso tirado en la calle, en los pies en el charco, en los hombros encogidos de frío, en las edades disímiles de las embarazadas, en los segundos planos bien compuestos por volúmenes de cartones apilados.
Lo obvio es lo que ni siquiera merece palabras. Si no merece palabras, no se piensa. Si no se piensa, no se revisa. Pasa. Como el contrabando por la aduana de nuestra inteligencia.
Los chicos de Ciudad Oculta sacan sus fotografías y toman distancia a través de la cámara. Así de simple: mirada a través de la cámara, la Ciudad Oculta se desoculta, se hace visible primero para ellos, esos chicos que han crecido ahí, y que de tan cerca que la tienen la toman por obvia, y que ahora tal vez adviertan que hay un desajuste entre Ciudad Oculta y la otra ciudad, la que late cerca, la que estigmatiza.
La fotografía también es un vehículo potente hacia el asombro. A veces nuestros propios rasgos nos parecen ajenos en ese reflejo que, creían los antiguos, les robaba el alma. Hoy la fotografía está haciendo lo contrario en Ciudad Oculta: les devuelve el alma a esos chicos que aprendieron a mirarse y a mirar el lugar que les toca en el mundo. Tienen un punto de vista, que es bastante, mucho más de lo que tiene la mayoría de la gente, aunque viva en torres con SUM.
Y nosotros, ciudadanos de clase media de un país periférico que tiene hambrientos cuando podría no tenerlos, deberíamos recordar que si bien no somos responsables del estado general de las cosas, sí somos responsables de nuestros propios tests de asombro. Tal vez esas fotos nos asombren. Tal vez nos provoquen un malestar incierto. Tal vez nos golpeen hasta que nos rindamos a su evidencia.
Los chicos de Ciudad Oculta acaso no estén en condiciones de acariciar el Futuro con la mano abierta, porque el Futuro se mueve mal, se les escapa. Pero nosotros, los que miramos sus fotos, sí podemos acariciarlos a ellos: acompañar con la mano abierta este movimiento de esos chicos, que muestran su pobreza. En ese caso, sucede esto: uno mira las fotos y se pregunta: “¿Qué hago?”.
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