› Por Sandra Russo
En ese programa hay gordos que quieren bajar de peso y adelgazan televisados: para muchos, ésa es una situación estimulante. La vida televisada suele ser estimulante para quienes ya están expuestos a sus radiaciones. Uno podría dividir a la gente entre los que concursarían en un programa de televisión y los que no. Me imagino ya mismo una de aquellas ArqueTipas que escribía en las contratapas de Las/12, esos dialoguitos telefónicos entre mujeres que estaban desconcertadas:
–¡Hola! ¡Si estás durmiendo, despertate!
–¿Qué pasa?
–¡Conocí a un tipo! ¡Fuimos a cenar y después vinimos a mi casa!
–Uy. Dale, contame que mientras pongo la pava.
–Es comerciante. Vende no sé qué. Bueno. No importa. Está bastante bien, tendrá unos 35. Pasé una noche... ¡Guau!
–¡Guau!
–Increíble, increíble, increíble.
–¿Se van a volver a ver?
–¡Sí, esta noche!
–¡Guau!
–Me invitó a su casa. El va a cocinar.
–¡Guau! ¡Tenés un novio estacionando en la puerta de tu casa!
–Ja. Sí. No. No. Ay, no.
–¿Por qué no?
–Novio no, novio no.
–¿Por qué?
–Participó en el programa de Susana Giménez, en el de Julián Weich y en el de... Dios mío, Gerardo Sofovich...
–¡Nena! ¿De dónde lo sacaste? ¡Qué horror! ¿Y te pudiste calentar?
–Sí, pero porque me lo dijo después.
La vida televisada es estimulante para los que se exponen a sus radiaciones, decíamos, y es la vida boba para los que no han entrado en el juego. Estadísticamente, ocupan la mayor parte de la torta los que ven en lo iluminado por una cámara un acento que la vida real no tiene. A veces no calibramos la dimensión de algo que nos resulta estimulante. No es un adjetivo cargado de fuegos pirotécnicos, como “maravilloso”, “fascinante” o “increíble”, que son en general usados para designar situaciones, objetos o personas que nos provocan una emoción positiva. Sin embargo, la gente consume estimulantes para poder sobrellevarse; y como sustantivo, puede entenderse mejor la estatura de algo que nos estimula. Algo que nos hace sentir cierto tipo de estima, que nos vela la mirada con un paño de belleza, o que nos moja o nos seca humores corporales. Algo que tiene poder sobre nosotros; un poder al que no nos resistimos. Somos de alguna manera colonizados por lo que nos estimula. Necesitamos ese envión para salir de la cama cada mañana y ejercer nuestros pequeños movimientos en el mundo.
Más de un millón y medio de personas encontró estimulante el personaje que Marianela construyó en la casa. Pese a las lecturas de ese personaje que desde el principio viene sosteniendo el poeta y filósofo realítico Jorge Dorio, y probablemente porque desde hace unos meses enfrento en mi familia un problema de trastornos alimentarios, lo único que vi de Marianela a lo largo del ciclo fue un aspecto: el de la chica que encuentra estimulante no adelgazar, sino engordar televisada. Como un Sansón a la inversa, Marianela fue ingiriendo potencia con proteínas e hidratos, hasta que ninguno de sus pantalones llegó a entrarle. La vi llorar y reírse dos minutos después de su gordura. La vi ridiculizarse, cuando su cuerpo empezó a adquirir un prematuro aspecto de matrona. La vi relativizando los poderes que emanan del cuerpo, y confiando en las estrategias de su mente. Yo creo que en un mundo en el que las adolescentes no televisadas ponen el cuerpo y la cabeza diariamente para que la cultura les serruche el deseo y les arrebate el placer, que Marianela haya resultado estimulante para el público está bastante bien.
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