› Por Rodrigo Fresán
Desde Madrid y Barcelona
Lo que yo quería era escribir nada más sobre música. Yo quería escribir sobre el próximo nuevo álbum de Andrés Calamaro titulado La lengua popular y acaso –cada vez más seguro a medida que lo voy escuchando una y otra vez, sin parar– el mejor de toda su meritoria carrera. Lo que yo quería era escribir sobre música pero, por desgracia, se entrometieron las letras y las letras son tres y son una E y una T y una A y, por separado, son inocentes e inofensivas pero juntas suman un ETA y son letras que hacen una música fea, disonante. Una música que no calma sino que excita a las bestias. Y allá vamos de nuevo, amigos.
La semana pasada fui a la Feria del Libro de Madrid a participar en un acto y Andrés estaba en la ciudad ensayando para su inminente minigira española y quedamos a comer con un amigo común –el escritor español Ray Loriga– y ahí me dio una copia de La lengua popular (tan bien producido y acotado y ayudado por Cachorro López) y acá, de regreso en Barcelona, estoy escuchando su música mientras (durante el tiempo justo que vaya a durar La lengua popular) tecleo estas letras. Madrid estaba rara. No se hablaba de otra cosa que de la debacle del PSOE, del error de cálculo de Zapatero y alguien me dijo algo espeluznante y, tal vez, gracioso: “Ahora que todo terminó podemos volver a perder la fe en los políticos y creer en las cosas que siempre creímos, ¿no?” Palabras fúnebres y La lengua popular abre con “Los chicos”, un canchero canto gregoriano ocupándose de uno de los temas favoritos de Calamaro: los amigos ausentes. Y sigue con “Carnaval de Brasil” y otra de las preocupaciones fetiche de Andrés: el amor intermitente de las musas, sus idas y vueltas, pero cantándoles ahora desde el sitial de quien sabe que ha vuelto a atraparlas en sus manos y en su cabeza: “Habrá que desenvainar las espadas del texto / Y escribir una canción aunque no haya algún pretexto / Y dedicársela al primero que pase caminando / Al que se quedó pensando / Al que no quiere pensar / Al olvido selectivo / A la memoria perdida / A los pedazos de vida que no vamos a perder jamás”. Y me pregunto yo qué pensaría Zapatero escuchando esta sentida oda a los “asuntos pendientes”. Está claro que, desde el estallido de las bombas en el aeropuerto de Barajas, este 2007 viene siendo su anno terribilis y que parece haber llegado a su fin la Era del Talante y del al mal tiempo buena cara, porque alcanza con verle la suya en las primeras planas de todos los diarios de hoy. Hoy que –con el anuncio de ETA de que rompe su quinta tregua vuelve a las armas– todo vuelve al estilo La invención de Morel de Bioy Casares y El día de la marmota de Bill Murray. ¿Y somos nosotros las marmotas que se creyeron la invención? “Tengo abierto el minibar y cerrado el corazón” y “Mi sierra eléctrica no cierra los domingos” canta Andrés en “Cinco minutos más (minibar)”, y por qué será que hay momentos pequeños en que un grande de siempre te hace sentir que está cantando exactamente lo que uno siente sin saber exactamente lo que está sintiendo. Supongo que el genio se trata de eso.
Y Zapatero dijo que es el momento de la unidad y Rajoy le reprochó que no haya “rectificado” y, aquí, también, lo mismo de siempre. Y está claro que estos dos no se quieren ni se van a poder querer nunca. Por suerte, La lengua popular lame las dos mejores canciones “de amor” que jamás ha compuesto Andrés “Como cada pensamiento es tuyo, soy tuyo” confiesa en el bolero “Soy tuyo” y “Todos los días, todos los segundos, infinitamente /La alegría de vivir el sentido que da la vida vivir contigo / En el cielo, en el suelo, en cada una de tus cosas” se rinde en la rumba orquestal “Cada una de tus cosas”. Y está claro que es absurdo pedirle a la política tanta pasión y entrega pero aun así... Menos sentimental pero igualmente apasionada es la saltarina “Mi gin tonic” donde “Hay días para quedarse a mirar / Hay días en que hay poco para ver / Hay días sospechosamente light / Hay un deseo que pido siempre que pasa un tren”. Y de golpe todo parece mejor, porque ésta es una de esas canciones que te hacen sentirse in por estar out, viendo las cosas desde afuera y preguntándose como si se tratara del próximo capítulo de tu serie favorita si De Juana volverá a la cárcel ya repuesto de las consecuencias de su huelga de hambre o si Otegi irá a parar al calabozo por haber insultado al Rey (y, de acuerdo, estos nombres no les dirán mucho a ustedes pero sepan también que yo escucho el nombre Filmus y en lo primero que pienso es en un ciudadano de la Trulalá de Hijitus) y yo, dando saltitos, canto “Que venga liviano como la espuma de las orillas / Ya no tengo más espinas clavadas en el corazón” mientras Andrés canta “La espuma de las orillas” y de ahí pasa a “Comedero piquetero” una graciosa y despiadada postal de un Puerto Madero hambreado y ya es hora de comer.
Y en todas partes lo mismo, en todas las pantallas de los noticieros del mediodía: caras de circunstancia, de mala circunstancia y de –retrocediendo a otro disco igualmente redondo– “Pasemos a otro tema / No quiero hablar de esto”. Y nada mejor para esto –en un compact-disc donde todos los tracks son potentes hits en potencia– que sacudirse con “Sexy & Barrigón”: el furioso rock and roll donde Andrés se define con un “Soy una buena combinación / De Homero Simpson con rolling stone / Saco ventaja de la confusión / Ya sé soy sexy y barrigón” y de ahí a la muy dylan-mex “De orgullo y de miedo” (“Qué mezcla de orgullo y de miedo / Ser el dedo que te toca / El que te besa en la boca / La vaina de tu cuchillo”) para ir a dar al canto triunfal de quien ha perdido alguna vez y reconoce la alegría de volver a ganar. El victorioso retorno del poeta fértil en “La mitad del amor” redimido por el particular amor de su vida y por el amor a la vida en general que primero dice “Voy a tomarme hasta el pelo / Mi pelo, por favor, con mucho hielo / Voy a tomarme hasta los trenes que no van a venir” para después ascender en un coro gritado que todos gritaremos con él dentro de poco en vivo: “Parte de mí no cambió y a la vez / Ya no soy el viejo Andrés que no dormía jamás / Qué subidón, qué momento ideal / Encontré la mitad del amor”. “Mi Cobain (Superjoint)” es casi una coda con sonido muy Abuelos donde Andrés –como Zapatero hoy– contempla la catástrofe que lo rodea (“Nadie miraba pero se veía venir”) pero –a diferencia de Zapatero– se siente fuerte y bien acompañado y pone sus esperanzas en la saliva de la lengua popular. Afuera hay ruido. Mucho ruido. Y yo no sé –si como el tigre aquel, dulcificado por la Novena de Beethoven, en el Help! de Los Beatles– la música calma a las bestias. Pero, seguro, ayuda a olvidarlas por un rato.
Y –por aquí, como si no hubiera suficiente con lo que hay– también está la polémica de ponerle o no letra al hasta ahora instrumental himno nacional español. “Al destino le faltan las dos manos y juramos con gloria vivir”, canta el argentino/español Andrés casi cerrando y entonces yo propongo como letrista a otras dos letras: AC. Seguro que va a ser un placer cantar el himno que él escriba, como siempre, con tan buena letra, con tan buenas letras.
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