Lunes, 23 de julio de 2007 | Hoy
Por Leonardo Moledo
Kepler destrozó los círculos de dos mil años de historia y a puros martillazos de imaginación los aplastó y transformó en elipses. Los círculos se retiraron por la parte de atrás del escenario de la historia de la ciencia. Y lo hizo sin tener ningún precursor, ningún antecedente; nunca nadie había propuesto algo tan herético y que contradecía en sus mismas barbas al eterno Platón. De un golpe, unificó el centro geométrico y metafísico del sistema solar, dejando una sola pregunta sin respuesta: ¿qué es lo que mueve a los planetas?
No es que Kepler no se lo preguntara: la desaparición de las esferas, metidas unas dentro de otras, destruía cualquier ilusión de primum mobile aristotélico y transformaba a los planetas en meras piedras recorriendo elípticamente el espacio. Era necesario que hubiera un motor, algo que los hiciera mover, para completar la unificación: metafísica, matemática y física del sistema.
Pero justamente en la búsqueda de una respuesta, a nuestro gran astrónomo se le deslizó cierto residuo circularista, cierto poso como el que queda en las tazas de café después de dejarlas reposar durante dos mil años: imaginó que del Sol emanaba una fuerza magnética que como tientos empujaba a los astros sobre sus órbitas elípticas, actuando sobre ellos de manera justamente elíptica, como si detrás de cada planeta hubiera un motor que tomara su energía del sol y lo empujara a moverse sobre ella. La solución no fue satisfactoria porque ni Kepler podía explicar la naturaleza de esa fuerza, ni las observaciones coincidían con los “tientos” keplerianos, que más bien parecían las bridas de los carros de los caballos del sol. Eran los círculos que se resistían a morir y que exhalaban los últimos suspiros de su agonía.
Porque acá se interpone la historia de Newton y de su famosa manzana, que como la manzana de Eva, o la manzana de Guillermo Tell, o la Gran Manzana juegan o jugaron un papel en la pequeña o gran historia de la humanidad.
Pocas leyendas (o historias) han sido tan mal contadas (y especialmente tan mal creídas) como la que vincula a Newton con la manzana: la versión más popularizada es que, al ver caer una manzana de un árbol, Newton cayó en la cuenta de que la Tierra atraía a las cosas hacia sí, como si a lo largo de los siglos no se hubieran visto caer manzanas, peras, nueces, duraznos, cocos, bananas, martillos, vidrios, cucharones y tantos otros implementos de cocina que no contribuyeron precisamente con sus caídas a aclarar los mecanismos del mundo.
En realidad, el asunto –tal como Newton se lo contó a sus allegados y luego una sobrina se lo sopló a Voltaire– ocurrió de otra manera. En el año 1665 había conseguido, sin pena ni gloria, su primer grado académico en Cambridge, pero al poco tiempo la plaga que estalló en la ciudad lo hizo volver a su hogar materno.
Retirado en su pueblo natal, se concentró totalmente en las propias investigaciones y entre 1665 y 1667 (¡a los 23 años!), elaboró el núcleo principal de todos sus más importantes descubrimientos matemáticos y físicos. Fue en este lugar donde cayó la famosa manzana para disparar en su mente la idea de la gravitación universal.
Podemos reconstruir la escena: Newton forzado a la ociosidad por la epidemia que azota a Cambridge, se ha sentado bajo el manzano a reflexionar sobre los mecanismos del mundo; sabe, por Copérnico, que el Sol ocupa el centro del sistema; sabe, porque lo explicó Galileo con su ley de inercia, por qué no salimos disparados de la Tierra al moverse ésta; sabe también cuál es la ley que rige la caída vertical, por la fuerza que ejerce la Tierra y que ya se denomina gravedad. Sabe, gracias a Tycho, que las esferas de cristal son quimeras, y a Kepler que los planetas rodean al sol describiendo elipses y que Kepler, para explicar la razón, inventó una fuerza de tipo magnético, tientos o nervios, que salían del Sol y los empujaban hacia el costado. Mientras tanto, la Luna brilla en el cielo, en pleno día.
Y entonces cae la manzana de la rama de un árbol. ¿Por qué ha caído la manzana? Porque la gravedad de la Tierra tiró de ella hasta el suelo, según la ley de Galileo. Atónito, Newton se pregunta si la manzana hubiera caído de haber estado situada en una rama más alta. ¿Qué habría ocurrido si la manzana hubiera estado unos metros más arriba? ¿Habría caído? Naturalmente que sí. ¿Y si hubiera estado un poco más arriba aún? Lo mismo, por supuesto. Entonces... ¿hasta dónde llega esa fuerza de gravedad pues?
¡Probablemente hasta el límite de la atmósfera! ¿Pero esto tiene sentido? Claro que no. Si la manzana ubicada en el límite de la atmósfera cae, ¿por qué no habría de caer si está situada unos centímetros más arriba? ¿Acaso la gravedad se corta de repente?
Es decir, piensa Newton, la gravedad llega hasta muy arriba, por ejemplo hasta la Luna. Pero si la atracción terrestre alcanza a la Luna y tira de ella hacia sí, eso significa que la Luna también está cayendo, sólo que lo hace de tal manera que esa caída permanente se convierte en un permanente girar.
La misma fuerza que tira de la manzana es la que hace girar a la luna alrededor de la Tierra.
No hay una fuerza especial para los astros: la fuerza que mueve a la Luna alrededor de la Tierra es exactamente la misma que hace caer la piedra al suelo: la gravitación. De un solo golpe, Newton unifica la física del mundo, al establecer que dos fenómenos que en principio no parecen tener nada que ver, responden a una sola e idéntica causa. Sobre la Luna, como sobre la manzana, actúa una sola y la misma fuerza, que tira hacia el centro de la Tierra. No es una fuerza que empuja hacia el costado, sino una fuerza que tira hacia el centro. Y del mismo modo el Sol tirará de los planetas hacia su centro, y algo parecido ocurrirá con las innumerables estrellas cuya naturaleza no conoce.
Una manzana ha caído y ha unificado las leyes del mundo, imprimiendo en la mente de Newton la ley de gravitación universal.
El resto es historia conocida: los Principia, los experimentos con la luz, la teoría de la relatividad, los viajes espaciales, los agujeros negros, los fuegos de artificio que se propagan por el inabarcable universo.
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