› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky
Lois Wacquant, discípulo de Bourdieu, nos introduce en el ghetto de Chicago y el suburbio industrial en París. Allí nos señala que las estructuras y políticas estatales tienen un papel fundamental en las articulaciones de clase, lugar y origen de esas marginalidades. El nombre que elige este polifacético sociólogo francés es el de marginalidad avanzada. Cinturón negro y cinturón rojo son las denominaciones para ambas marginalidades (vidas desperdiciadas, los que no existen o los hombres de las cifras y estadísticas. Algunos ya no funcionan como seres humanos).
Manuel Delgado, un antropólogo catalán, en su libro Sociedades Movedizas concluye que se hace pensar, a través de la sociología científica (muy bien paga por las multinacionales de turno), que son las identidades y no por lo tanto los intereses –no las injusticias y la falta de intervención del Estado– las que producen malentendidos culturales que se resolverán a través del diálogo y reconciliación de partes.
Multiculturalismo –concepción apolítica, aeconómica, asocial e histórica de la noción “cultura”. Surgen entonces los expertos en “resolución de conflictos” –los mediadores culturales–, los terapeutas de comunidades, que intervienen con todo tipo de fiestas de “diversidad” y jornadas interculturales. Lo económico, o el Estado, no existe como causante de esas tremendas desigualdades sociales y económicas que se pueden solucionar a base de diálogos éticos, de cómo se administra el conflicto de base y hacerlo callar en sus verdaderas causas.
De ahí, de esta filosofía, surge la retórica de los derechos humanos basados en el amor y la comprensión recíproca. Como si los derechos de los humanos tuvieran existencia autónoma y “pudieran seguir alimentándose de la pura virtud”.
La tolerancia en este caso es de por sí un concepto que presupone la descalificación de lo tolerado. La opinión pública percibe así al racismo como una patología localizada (ej.: los skinheads), que puede ser combatida y debe serlo. De este modo los inmigrantes, vagabundos, los “sospechosos”, además de causar conflictos como minorías excretables, han “creado” la aparición de estos parásitos característicamente suyos, que son los racistas.
¿Qué dice el racista?: Toda la culpa es del inmigrante. ¿Qué dice el antirracista trivializado por los medios de comunicación o por los altavoces oficiales en la materia?: Toda la culpa es del racista.
Conclusión: suprimámoslo a uno y a otro y el orden alterado será suprimido.
Esto ejemplifica a la estigmatización como ese mecanismo que le permite a la mayoría social, o al Estado, delimitar con claridad a una minoría como causante de los males que afectan a la sociedad y que se evitarían si fuese eliminada.
Ellos dicen (la mayoría silenciosa): hay racismo, lo sabemos, pero no porque haya injusticia o explotación subhumana. Hay racismo porque hay racismo. Una adecuada formación de masas, con buena educación cultural, puede eliminar la tendencia casi congénita a excluir a ciertos prójimos y todo se acaba.
En resumen: el problema de la inmigración en Francia (o los negros de Chicago) no es poder vivir con la diferencia, sino si se puede convivir con el escándalo moral de la explotación humana indispensable para el actual modelo de desarrollo económico. Parece que podemos, si el OTRO acepta su no existencia –su no existencia de la dignidad humana– con un trabajo que lo dignifique y le permita re-construir el mundo o cultura del trabajo hoy ausentes.
Eso que dan en llamar la realidad es una construcción política y social determinada desde los centros de poder encargados de la producción y distribución de significados, para cuya eficacia resulta indispensable el concurso de mayorías sociales en cuyos temas de representación ya estaban presentes y activas las lógicas de, y para, la exclusión. La creación de un buen imaginario es indispensable (ordenado y ordenador). Siempre todo lo define el imaginario social construyendo las complicidades civiles. ¿O todavía no lo aprendimos?
Bernardo Kliksberg, economista asesor principal del PNUD para América latina, dice que 50 millones de jóvenes latinoamericanos están fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo. “Su situación es explosiva. No tienen acceso a un primer empleo. Se generan grupos de parias en los márgenes de la sociedad. La sociedad los repudia, exigiendo su ‘disciplina’.”
Existe un 50% más de desempleo femenino –de donde surge gran parte de la prostitución, 20 millones de niños menores de 14 años son explotados laboralmente y siete millones en las más degradantes tareas como la prostitución, la pornografía y el tráfico de drogas.
América latina produce alimentos que permitirían satisfacer las necesidades del triple de su población actual. Sin embargo 53 millones carecen de alimentos suficientes.
La criminalidad juvenil crece. De 100.000 habitantes pasó de 12,5 en 1980, a 25,1 por ciento en el 2006, la principal causa es la violencia. “Una juventud desocupada y sin esperanza (y sin noción de cultura del trabajo) alejada del sistema educativo y con familias desestructuradas por la pobreza, crea vulnerabilidad. El refuerzo de mano dura frente a la población no hace más que romper sus tenues vínculos con la sociedad.”
La mano dura aumentó la población carcelaria pero no redujo las tasas de delito por no atacar sistemáticamente sus causas: trabajo, educación y familia. Esto tiene que convertirse en Política de Estado.
En Santiago del Estero el 40% de la gente no tiene cobertura médica. El sistema de salud está colapsado, saturado y en crisis. Los hospitales tucumanos son un refugio contra la pobreza. A las altas médicas les cuesta irse. ¿Adónde? Los profesionales dicen que el problema no es aumentar las camas sino resolver el problema socioeconómico de las familias: “se quedan en el hospital porque su situación es mejor que en su casa, comen y están protegidos”. En la provincia hay 300 centros médicos, 267 no tienen internación.
Me gustaría que la futura presidenta se refiera a estos temas escalofriantes y a si existe alguna solución. Nunca en el país hubo tanta diferencia entre la riqueza de unos pocos y la pobreza de muchos más. ¿Acaso exagero?
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