› Por Rodrigo Fresán
desde Barcelona
UNO Hoy, hace exactamente tres décadas, Elvis Aaron Presley –con cuarenta y dos años de edad y veintitrés de leyenda en activo– se venía abajo en un baño alfombrado de una mansión llamada Graceland para ya no levantarse. Se ignora si pronunció algún equivalente al “Rosebud” de Charles Foster Kane antes de expirar; pero los detalles de su muerte indigna suelen aparecer en todas y cada una de sus biografías (la más bestial y “sabrosa” es Elvis, 1981, de Albert Goldman; la mejor, sin lugar a dudas, es la de Peter Guralnick en dos volúmenes: Last Train to Mem-phis: The Rise of Elvis Presley, de 1994, y Careless Love: The Unmaking of Elvis Presley, de 1999) con mayor o menor cariño y recato. A saber: la última cena de colosales sandwiches, la postrera canción que cantó en el piano del living (“Blue Eyes Crying in the Rain”, de Willie Nelson), las pastillas del final, los pantalones de su pijama en los tobillos, el rostro hundido en un estanque de vómito, las manos aferrando un libro de esoterismo barato (un manual de instrucciones para alinear la energía psíquica y los impulsos sexuales con los flujos y reflujos astrales o algo por el estilo), la pequeña Lisa Marie Presley demandando que se le explique “¿Qué le pasó a mi papi?” y la “Mafia de Memphis” subiendo y bajando escaleras doradas sin saber muy bien qué hacer mientras el padre de Elvis sollozaba un “¿Qué voy a hacer? Todo ha terminado”. Después, funerales y peregrinaciones y los constantes avistamientos del vivo más muerto de la historia. Elvis como Expediente X, como hombre que volvió de la muerte, como Más Allá que sigue dando vueltas de este lado, girando como lp o impasible como compact, haciendo millones y multiplicándose en miles de clones e imitadores que toman su look y su nombre en vano para adorarlo más y más.
DOS Porque ahí radica el misterio: hoy nadie afirma haber visto caminando por ahí a Buddy Holly o a John Lennon o a Kurt Cobain, quien recientemente lo superó en el ranking de los cadáveres más productivos de Forbes, relegando a Elvis a un segundo puesto luego de muchos años en lo más alto. Las supuestas apariciones de Jim Morrison (otro flaco-gordo) no hacen más que confirmar lo que ya se sabía: el cantante de The Doors no fue más que la variación místico-psicodélica de un Presley de segunda.
¿Por qué seguir viendo a Elvis? ¿Por qué no es suficiente con oírlo en grandes canciones o contemplarlo en malas películas? ¿No basta con lamerlo y pegar la estampilla con su rostro en el sobre donde se envían buenas o malas nuevas? Greil Marcus –quien dedicó todo un libro al fenómeno, Dead Elvis, 1991– apunta que la imposibilidad de enterrarlo para que descanse en paz en los jardines de Graceland se debe a que Elvis sigue siendo un caso abierto y un ataúd sin cerrar. Y la necesidad de que siga vivo “no es otra cosa que un formidable proyecto comunal, la obra de multitud de personas operando independientemente pero con un objetivo común, una misma determinación por resolver un mismo problema: ¿quién fue él y por qué él me sigue importando tanto?”. Y lo cierto es que no se trata de un problema tan difícil de resolver.
TRES Desde un punto de vista narrativo, la vida de Elvis Presley tiene todo para ascender a mito: el espectro de un mellizo idéntico muerto durante el parto, padre débil, madre posesiva, manager despótico, esposa/niña. Todos orbitando alrededor de un negro/blanco o blanco/negro centrífugo, a un rocker/gospel, a un soldadito de juguete, a un drogadicto rogándole a un presidente corrupto una chapa del Bureau of Narcotics and Dangerous Drugs que lo autorizara a perseguir hippies. Gloria y decadencia y caída y resurrección por los pasillos más oscuros del resplandeciente y ambiguo Sueño Americano. Todos los ingredientes necesarios para un perfecto drama shakespeareano. Elvis es Hamlet y Macbeth y Henry V y Lear y Romeo y Próspero, todo en uno y all shook up. La improbable pero evidente cruza entre un hound dog y un teddy bear para dar a luz a la paradoja de un símbolo sexual al que –así lo afirman la mayoría de mujeres que se enredaron en vano en sus sábanas– lo que menos le interesaba era el sexo. En lo que hace a la potencia de su legado, parece no haber dudas: por encima de todo exceso o mala decisión artística, Elvis sigue siendo El Rey. Aquel por el que juraban los Beatles (aunque salieron decepcionados de su primer y único encuentro). Ese que le hizo decir a Bob Dylan que “Oírlo por primera vez fue para mí como escaparme de una cárcel”.
CUATRO La tragedia de Elvis es que, habiendo ayudado a tantos a huir de sus celdas para comenzar una nueva vida, él nunca pudo escapar de su propia prisión donde lo que se oía no era “Jailhouse Rock” sino unos tristísimos muzak/blues sin salida y desde un extremo a otro de su mito. En una punta, el Elvis flaco y sonriente y silvestre estremeciéndose y estremeciendo como un terremoto. Al otro lado, el Elvis gordo y sudoroso y kitsch casi amortajado en absurdos trajes de luces de neón. Ustedes eligen, porque de gustos no hay nada escrito ni cantado. En lo personal, yo me quedo con ese Elvis intermedio y liminar: el del show televisivo de la NBC, 3 de diciembre de 1968, dirigido con pericia e inteligencia por Steve Binder, quien supo recuperar y sacar lo mejor de él. Un breve retorno en el que un Elvis aterrorizado se enfundó en el cuero negro de un súper-héroe y pareció, por unas horas, regresar a sus orígenes y a su originalidad. Verlo en DVD, oírlo en el indispensable Memories: The ’68 Comeback Special (1998). Temblando y gracioso y arrollador y definitivamente live. Eléctrico y unplugged. Intimo y gracioso en “Baby What You Want Me to Do”, épico y sinfónico y con levita blanca en “If I Can Dream” y en resumen –con varias palabras que él siempre convertía en una– thankyouverymuch. Después, enseguida –luego de un brevísimo conato de rebelión, Elvis entusiasmado por volver a ser el que una vez había sido– el Coronel Parker volvió a tirar de sus riendas y todo siguió el curso preestablecido hacia un encandilante crepúsculo en esa ciudad donde los relojes son suplantados por ruletas, la banca siempre gana, los televisores sólo sirven para ser acribillados a balazos, todas las mentes son sospechosas de algo y no hay hotel que no tenga el corazón roto.
CINCO Ahora, tanto tiempo después, ayer mismo, alguien vio a Elvis en alguna parte. En el Congo o en los canales de Marte. Da igual y se entiende que así sea. Suele ocurrir con los clásicos que han trascendido la materia de su tiempo para convertirse en inmortales que se murieron para así seguir viviendo en las ensoñaciones de los simples humanos. Mientras tanto, donde sea, al despertar Elvis Presley una mañana tras un sueño intranquilo, se descubrió en su cama convertido en un monstruoso insecto. De acuerdo. Pero también es cierto que, cuando despertó, Elvis Presley todavía estaba allí.
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