CONTRATAPA
Déjà vos
Por Rodrigo Fresán
UNO Ya saben: si el déjà vu es esa especie de incierto espejismo de la memoria en el que algo de ahora se nos antoja el eco de algo de entonces cuya situación en el tiempo y en el espacio y en la realidad no podemos precisar del todo, entonces su variante argentina –llamémoslo, sí, el déjà vos– es la perfecta e implacable capacidad de ubicar lo que está pasando en estos días sobre la silueta marcada con tiza en el suelo del muerto de ayer. El déjà vos es el asesino volviendo a la escena del crimen no para ser atrapado sino –porque se puede, porque lo dejan– para repetir una y otra vez el mismo inolvidable asesinato. Así nos va.
DOS “Vuelven los 80”, me repite una y otra vez un amigo que de tanto en tanto manifestó una melancólica envidia por no haberlos vivido. Bueno, ha llegado su oportunidad y que lo disfrute. Lo mismo de hace veinte años. Pero peor, erosionado, rayado como esas copias castigadas de clásicos que uno se metía a ver en el SHA o en la Leopoldo Lugones mientras afuera saqueaban supermercados o salían por la puerta de atrás para que entrara otro por la puerta de adelante. Mucho se ha hablado y escrito sobre el dantesco e infernal destino circular de la Argentina. Tal vez no sea así, tal vez sea todavía peor: no es una curva de un solo lado sino una recta disparada hacia la nada, una flecha negra que jamás encontrará un blanco en donde clavarse que no sea los pechitos y pechugas argentinas.
TRES Mientras tanto, claro, nos clavan a nosotros. Como tantas otras veces. Lo bueno de ser argentino es que es fácil de aprenderse el rol que se repite de generación en generación con mínimas variantes. El e-mail que hoy convoca a la cacerola alguna vez fue llamada telefónica o panfleto. El diminutivo de siempre –arbolito, corralito– para bautizar una gran cagada. El cajero automático como primo cercano del HAL 9000 de 2001: Odisea del Espacio. Y nosotros ahí. No importa, la trama es la misma: imperfecta más allá de los efectos especiales que se le puedan ir agregando. Argggghentina Impotencia.
CUATRO Y digo yo: cuando Duhalde habla de la corrupción y el desmadre de los últimos años, etc.: ¿no se acuerda de que él alguna vez fue vicepresidente de un tal Menem?
CINCO Lo bueno del déjà vos es que permite y hasta alienta estas licencias poéticas. El déjà vos te permite recordar la situación exacta de algo del pasado, pero, enseguida, lo barniza con los almíbares de lo que no es posible, del “no te puedo creer”, del “no fue así”. El déjà vos alienta esta incredulidad ante el espanto de lo consumado para así –lo más pronto posible– volver a hacer lo mismo de antes. Pero todavía un poco más terrible porque todo tiempo pasado siempre puede empeorarse, ¿o no?
SEIS Esta incredulidad ante la repetición en picada se traslada en estos días a los españoles. Sujetos sometidos ahora a un lavado cerebral dialéctico donde intenta convencérselos de que “los intereses españoles” (empresas privadas) es lo mismo que “los intereses de los españoles” (ciudadanos). Igual equívoco es el que despierta cierto sentimiento antiespañol en Argentina. En cualquier caso, aquí, te llaman para que vayas a hacer de argentino a programas de televisión sobre la Argentina. La corresponsal de La Nación cubre Madrid, y a mí me toca Barcelona. El otro día me tocó ir a cine/debate en el aire. Primero fingimos haber visto ahí –nos habían mandado antes videos a nuestras casas– a Esther Goris combatiendo al capital de Madonna y haciendo de Nacha Guevara que a su vez hizo de alguien que combinó lo mejor y lo peor de Joan Crawford, Bette Davis y Greta Garbo para traducirlo al paisaje de la política simbólica y acabar convirtiéndose en momia dilecta de un país embalsamado. Uno va, sonríe, dice algo, vuelve a su casa y en el diario del domingo se encuentra con Jorge Valdano –astuto y exitoso vendedor del concepto “fútbol-intelectual”– Martín Varsavsky –presidente argentino e internético de Jazztel– y Felipe González, casi un argentino más que, si es macho, debería venir a presidir ese país que tanto lo quiere y admira.
SIETE Mientras tanto, el músculo ambicioso del déjà vos no duerme y ya se viene una tercera ola de argentinos camino de la Madre Patria. Todos recuerdan las anteriores, todos tienen algo que recordar y en alguna parte, en los sótanos del inconsciente colectivo, ya se han puesto en marcha las máquinas que fabricarán cientos y miles de nuevos chistes de argentinos y de gallegos que en realidad no son más que los mismos chistes de siempre, pero con moneda diferente. Y voy al cine ver K-Pax (película que provoca más de un déjà vos con aquella Hombre mirando al sudeste pero, lo siento, amigos, es mucho más divertida y mucho menos pretenciosa); y veo por televisión El año pasado en Marienbad (película definitiva sobre el instante en que el déjà vu se convierte en déjà vos y que mi guía de cable define en tres palabras como “un film inquietante”); y leo en los diarios de Bioy Casares la frase “Argentina: ese país cuya tradición está siempre en el futuro”, y los modistas anuncian otro año con voz de Nostradamus y Cagliostros que “esta temporada se usará mucho el negro para la noche”; y cae la noche y alguien, en un país inquietante y poco tradicional pero triste y compulsivamente repetitivo, dice: “Vos dejá que yo me encargo”.
Y lo dejan, lo dejamos. Otra vez. Hasta la próxima.