› Por Sandra Russo
Ella se llama Cristina y él, Néstor. Tienen hasta nombres de época. Esos nombres ya no se usan. Quedaron atrás, pero atrás y adelante, antes y después, presente y pasado, modernidad y posmodernidad, son nociones confusas en este momento, cuando la Presidenta acaba de terminar su discurso en el Congreso. Ella, Cristina, no llegó sólo para gobernar, o mejor dicho: gobernar para ella incluye generar un nuevo relato argentino. Nadie hasta ahora, desde que volvió la democracia, aspiró a tanto.
“Compostura, Cristina”, debe haberse dicho a sí misma muchas veces, porque era evidente que la tensión en algunos de sus gestos eran intentos de no desbarrancar en llanto, como tan fácil podía pasarle. Si lloraban a moco tendido varias legisladoras y quién sabe cuántas mujeres detrás de la pantalla. Ese momento clave, esa concentración simbólica que implica el traspaso de la banda y el bastón, los acercó en un abrazo corto, que ella deshizo pronto. No son propensos a la sensiblería ni Cristina ni Néstor, esa pareja que protagonizó ayer algo que nunca había sucedido en el mundo democrático. No se permitieron prolongar ese gesto atrás del que se esconden dos historias de vida entrelazadas.
“El hombre que tengo a mi izquierda”, dijo Cristina varias veces. Y hasta bromeó con un “no se lo vayan a creer”. Ese hombre que no nombra si no es por su apellido y al que trata de usted es sin duda el respaldo, el descanso, la confianza. Pero al mismo tiempo es ella, a la que él llama Cristina, como todos, el mejor cuadro político que él conoció. La admira. Se le nota. No la miró ni un momento sin al menos una media sonrisa, y cuando Cristina comenzó su discurso sin papeles, mirando a sus interlocutores a los ojos, él disfrutó, porque si hay algo que ella hace bien es hablar en público y transmitir ideas.
Muchas de las ideas que Cristina desplegó ayer en el Congreso son las que proponen revisar a qué le llamamos atrás y a qué adelante, qué entendemos por modernidad y posmodernidad. Ella dijo que “el hombre que está sentado a mi izquierda nunca fue un posmoderno. Yo tampoco”. La idea fuerza, la idea madre que proviene directamente de aquel mundo en el que Cristina era Cristina y Néstor, Néstor, es la que recupera la política como instrumento central de cada una de las cosas que han salido bien en los últimos cuatro años. Y más allá de la coyuntura, es la que se desmarca del relato posmoderno, según el cual no hay necesidad de lucha porque no hay posibilidad de victoria.
El y ella son un fenómeno de convicciones atesoradas contra la adversidad. De lo micro a lo macro, él con sus mocasines y ella con sus extensiones, él con su desprecio por el protocolo y ella con las madres y las abuelas aplaudiéndola como a una hija, él con sus decisiones heterodoxas y ella con sus énfasis ideológicos apoyados en la libertad, según dijo, pero también en la igualdad, “sin la cual la otra no funciona”, los Kirchner no dejan de ser todavía, desde hace más de cuatro años, una fórmula que sería imposible de sostener sin amor. Más allá del amor matrimonial, que asoma en palmadas y guiños y miradas que trasuntan una amistad profunda, la fórmula sería imposible de sostener sin amor por las ideas en las que creen. Ellos son de los que se dicen compañeros. Esa palabra que se instaló como peronista y que implica banca mutua, pertenencia, identidad. Este hombre y esta mujer de mediana edad, que tienen nombres de esos que uno recuerda de su infancia, han preservado esas ideas de autonomía económica, inclusión social, integración regional, presencia estatal allí donde el mercado chupa sangre. Ella dijo que cambiar las cosas será difícil si no hay aquí, de este lado, una sociedad que decida cambiar. No será posmoderna, pero en la Microfísica del Poder, de Foucault, sirve para entender cuál es la demanda de la Presidenta. Por eso se lanza a la construcción de un nuevo relato argentino.
Cristina y Néstor fueron hace muchos años una pareja de estudiantes que en La Plata abrevaron en sus sueños generacionales. Fueron sueños que costaron muy caros. Sueños que resultaron inviables. Sueños viciados de autocomplacencia y error de cálculo. Sueños decapitados en masa por el terrorismo de Estado. Estos que son hoy, este hombre y esta mujer de mediana edad, llegaron al poder seguramente por razones y caminos complejos. Pero ayer, en el acto de asunción, cuando ellos se abrazaron, qué duda cabe, en uno de los abrazos políticos más sinceros de la historia argentina, fuimos muchos los que sentimos que aquella generación diezmada dejó semillas, y florecieron.
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