Sáb 16.02.2008

CONTRATAPA

Entre esperanzas y violencias

› Por Osvaldo Bayer
desde Bonn, Alemania

Por fin –y seamos optimistas pese a todas las derrotas– se está tomando conciencia de que las armas no solucionan nada. Aquí, en Alemania, ha provocado optimismo, aplauso y seguridad como nación la actitud del gobierno alemán de responderle con un no rotundo a Bush, por la exigencia de Estados Unidos dentro de la NATO, de más tropas germanas en Afganistán para enviarlas a la zona más peligrosa, donde luchan los talibán. Desde la primera ministra Merkel hasta su ministro de Defensa le han contestado en el mismo tono alzado que usó oficialmente Estados Unidos. No señor, Alemania no va a aumentar sus tropas ni va a abandonar su zona norte ni marchar al sur afgano como exige Estados Unidos.

Este episodio me hizo acordar a uno de los días más luminosos de mi vida: cuando salimos todos a la calle, en Alemania, con carteles en los que figuraba la palabra PAZ. La palabra clave, la palabra más significativa y más digna. Fue para oponernos a la participación de Alemania en la guerra de Irak. Y Alemania no participó.

Alemania se cubrió de Paz, pese a su historia. Fue emocionante ver a esos miles de jóvenes alemanes, con la paz en los ojos y en las sonrisas, nietos y bisnietos de aquellos miles y miles y miles de jóvenes que cayeron en la guerra pasada. Sí, ver esa fantasía real llenó de optimismo a los que creen todavía en la racionalidad y en los sentimientos nobles.

Fantasías reales, como esto increíble que estamos viendo: Obama, el negro nieto de africanos, está a un paso de vencer en las internas demócratas para postularse a presidente de Estados Unidos. ¿Cómo? ¿Un negro puede llegar a presidente en el país más racista del mundo? Sí. No todos piensan que las cosas se arreglan con más policía. O más bombas atómicas. Sino así: promoviendo la no violencia y la antiviolencia. Nada menos que un descendiente de esos pueblos africanos que fueron explotados hasta el hartazgo por el blanco, a latigazos y cadenas, ahora puede tener la posibilidad de gobernar a esos blancos, nada menos.

Esto representaría un salto en la ética de la humanidad. Por eso sería muy generoso de Hillary Clinton que renunciara ya a su candidatura y apoyara con toda fuerza a Obama. Ese gesto le valdría en el futuro ser elegida también ella. La grandeza siempre recibe su premio. Dar la mano y ayudar a subir la escalera del triunfo a quienes siempre estuvieron en el último peldaño. (Y esto serviría además para obligar moralmente a Obama a cumplir con lo que se espera de él, que de la agresión entre los pueblos pase a la solidaridad nacional y a la solidaridad entre los pueblos.)

Pero vayamos a lo nuestro. El martes pasado, uno de los diarios más leídos en Alemania, Frankfurter Rundschau, publicó una nota, de página entera, de Wolfgang Kunath, titulada “El éxtasis de los pobres”. Sí, habla de nuestras villas miseria. Las villas miseria argentinas. Las fotos que trae son nuestra realidad: niños revolviendo la basura, y vista de una villa, de esas que vemos hasta en la propia capital, o ciudad autónoma como se la llama ahora. Buenos Aires. No para todos.

Pero la nota no nos habla sólo de la miseria sino también del “paco”, palabra porteña que vale para la abreviatura de “pasta base” mezclada con “cocaína”. Pa-co. La dosis vale entre dos y tres pesos. Paco es la droga de los pobres, la califica el cronista. Les sirve a los pobres para olvidar y vivir mejor en el éxtasis, en los sueños, en el olvido por varias horas. Y el autor añade que la Argentina está atrasada por lo menos veinte años para enfrentar este problema bien dramático, principalmente en la prevención y en la terapia de los adictos.

Para salir de la realidad, el paco. El periodista alemán deja una esperanza. Informa que se ha conformado el grupo “Madres contra el paco”, en las villas. Las madres, siempre.

Nos preguntamos después de sentirnos desnudos ante la opinión extranjera: ¿y qué hemos hecho los argentinos para terminar para siempre en nuestras ciudades con las villas? Y aquí debemos decirlo nuevamente: las únicas que se han empeñado en esto y se empeñan son las Madres de Plaza de Mayo. Las madres de los desaparecidos. Toda esa parte de la juventud desapareció, pero las villas quedaron. Videla, Massera, Agosti, Viola, Galtieri, Bignone. Y los de antes y los de después.

Pero ya las villas habían comenzado a crecer como hongos hace más de siete décadas. Se las llamaba y todavía hoy “villas de emergencia”, cuando resultaron ser villas miseria, tal cual las llama el pueblo. Su nombre auténtico y veraz. Las villas miseria argentinas. Argentina, Argentina.

Cuando era un chico, mi padre me llevó a ver a “los desocupados de Puerto Nuevo” como se los llamaba. Eran los fines de los treinta. Allí estaban centenas de hombres sin trabajo. Cada uno de ellos se había construido una choza de madera y ofrecía en venta artesanías. Luego, ese ejemplo fue creciendo y más tarde se formaron las villas de la miseria y la humillación absoluta.

Han pasado siete décadas. Y son cada vez más grandes. Pero, claro, no hay que quejarse demasiado. De ahí, justo, donde existe una de esas villas eternas, en Retiro, vamos a poder salir muy pronto, en el tren bala. Vale la pena ser argentino.

Se nos enseñó siempre que el capitalismo, por sí solo, iba a solucionar los problemas del mundo. Se nos dijo que para eso se necesitaba libertad de acción empresaria. Más libertad para el capital, más rápidas vendrían las soluciones. Pero cómo, entonces, se preguntaría un alumno crédulo e inocente: ¿y Martínez de Hoz no pudo solucionar el problema de las villas “de emergencia”? No, vayamos más allá, dejemos los países del Tercer Mundo. En la Alemania actual, primer país exportador del mundo –hasta ahora, pero muy pronto ese título pasará a China–, se ha producido un caso que deja todo en claro. La fábrica finlandesa de teléfonos manuales Nokia abandona Alemania para instalarse en Rumania. Motivos, los obreros alemanes cobran un sueldo entre 1900 y 1500 euros y tienen sindicatos. En Rumania en cambio, se paga 200 por mes (aunque hay denuncias de parte de los obreros de que ganan apenas 100 euros mensuales). Un motivo claro. Porque los empresarios piensan que la vida está para ganar todo lo que se pueda. Si no, ¿para qué venimos al mundo? Los alemanes están indignadísimos porque Nokia para instalarse en Alemania recibió gran ayuda en préstamos del Estado alemán. Y ahora, de la noche a la mañana, se retira. Se instalan en Jucu, cerca de la ciudad de Cluj, en Rumania. Ya la empresa ha comprado, además de los terrenos para la fábrica, otras fracciones de tierra para una cancha de golf para los ejecutivos. Es decir, piensan en todo. En Alemania han quedado cesantes 2200 obreros. Se hacen todos los días grandes marchas. El handy de Nokia se vende ahora sólo a un euro, en liquidación absoluta, porque ya nadie en Alemania compra esa marca, consideran de por sí “una vergüenza” que un aparato así lo acompañe en todo el día. Lo ocurrido ya no es para calificarlo como “un chiste” finlandés sino más bien como una tragedia wagneriana. El director de la nueva fábrica de Nokia en Rumania, un joven norteamericano de Texas, en su presentación ante los nuevos políticos rumanos los llamó fraternalmente “mis hermanos”. Son gajes del oficio. Los desocupados de Alemania son para él ya cosas del pasado. Porque las cosas son así.

Obama, el no a más tropas a Afganistán, nuestras villas miseria argentinas y el golpe de furca de una empresa. Cuatro sucesos de la actualidad para pensar. Porque la “cosa” no es que algunos puedan viajar en tren bala y otros jugar al golf en Rumania. Ya que así empieza la definición del vocablo “violencia”.

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