› Por Israel Lotersztain *
Hace 75 años, ante la aprobación de buena parte de la sociedad alemana y la absoluta pasividad del resto del planeta, Hitler llegaba al poder. Esto le costó al mundo una guerra en la que, directa o indirectamente, murieron más de setenta millones de personas, entre ellos un tercio del pueblo judío.
Me parece atinado, como un simple y sencillo homenaje a todos esos muertos, promover la reflexión sobre lo que significa el matar a otros seres humanos.
Y para ello un agnóstico militante como yo encuentra especialmente adecuado transcribir un fragmento del curso que, sobre el Antiguo Testamento y durante el año 2006, dictó en la Universidad de Yale Christine Hayes. La doctora Hayes estructuró dicho curso en torno del proceso por el cual la Biblia adaptó muy conocidas leyendas del Cercano Oriente (sobre la Creación, el Jardín del Edén y la Caída, Caín y Abel, el Diluvio), pero las impregnó de un sentido moral absolutamente nuevo y especial, de vigencia universal y eterna. Hayes dice:
“La historia de Caín y Abel, de Génesis 4.1 a 4.16, es la historia del primer homicidio. Y es un homicidio que ocurre pese a las advertencias de Dios a Caín de que es posible dominar los instintos de violencia a través de un ejercicio de voluntad. En Génesis 4.7 la Biblia le señala: El pecado (de violencia) acecha a tu puerta / te trata de atraer / pero tú puedes ser su dueño. Pero más importante es lo que sigue: muchos estudiosos han señalado la insólita cantidad de veces que a lo largo del relato del episodio se repite la palabra hermano, una y otra vez, llegando a un clímax cuando Dios interroga a Caín: ‘¿Donde está tu hermano Abel?’ Y este responde: ‘No lo sé. ¿Acaso soy el guardián de mi hermano?’”
Y es allí que Christine Hayes señala con gran acierto que pese a la ironía que pretende imponer Caín la respuesta a su pregunta es absolutamente afirmativa, y en realidad va mucho más allá: todos somos guardianes de nuestros hermanos, los demás seres humanos. Y por eso la gran mayoría de los estudiosos de la Biblia concuerda en señalar el mensaje implícito en este relato bíblico: cada vez que se mata a un ser humano se comete un fratricidio.
Pero existe otro aspecto muy significativo del relato bíblico de Caín y Abel que invariablemente ha llamado la atención a los estudiosos: Caín es castigado, pero su culpabilidad tiene características muy particulares. Se supone que si alguien es culpable debe demostrarse que ha violado alguna ley, alguna norma. Y Caín muy bien podría aducir que hasta ese momento Dios no había dictado ley alguna, lo haría tan solo luego del Diluvio. Por ello, y dado el castigo que se le impone a Caín (y posteriormente a los habitantes de la Tierra con excepción de Noé y su familia) cabe deducir que la Biblia presupone la existencia de una ley básica, previa a cualquier otra, primordial, una “ley moral universal” que rige al Universo desde la misma Creación, y esta ley es la que define que la vida humana es sagrada. Y es la violación de esta ley básica, primordial, la que hace culpable a Caín.
Y Christine Hayes agrega: “Que manera más brillante de establecer el hecho de que la violencia y la inhumanidad son tan terribles que explicar, como hace el texto bíblico, que las mismas pueden llegar a provocar cataclismos cósmicos como el propio Diluvio Universal. Y en los Salmos la Biblia va incluso más allá cuando agrega que idénticos cataclismos cósmicos pueden ser provocados por otra forma más sutil de violencia tal como la injusticia social, la explotación de los pobres y los desvalidos. (Salmos 82.5)”
Más de un historiador del nazismo afirma que la atroz, la desmesurada y criminalmente loca violencia hitleriana tuvo como propósito final eliminar estas ideas de la faz de la Tierra. Pero no pudo, ni se podrá jamás.
* Historiador.
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