› Por Eduardo Pavlovsky *
Querido Emilio, te fuiste imperceptiblemente. Así eras vos, devenir minoritario imperceptible. Sin hacer ruido a tus 84 años. En tu Bahía de los sueños y de tus libros –con Hernán y con Fernando ya estábamos por jubilarnos del oficio de prologuistas de tus libros–. Eras infiel por naturaleza con las mujeres, pero fiel a los hombres y amigos. Cuando vivimos juntos en La Casona (1971-72) escribí El Sr. Galíndez y vos Heroína. La filmación de esa película fue para mí una experiencia inolvidable. Increíble. Año imborrable de nuestro proyecto estético-ideológicos. Siempre me impresionó que el hippismo que invadía nuestro departamento de Cabildo nunca fuera una molestia para vos. Todos te tenían un gran respeto y admiración. Mirta tenía una especial predilección por vos.
Fuiste un poco el Maradona del psicoanálisis. Tus mayores críticos fueron en el fondo tus grandes admiradores. Admiradores de tu talento increíble y de tu libertad existencial. Personalmente siempre fuiste un estímulo intelectual importantísimo. Me dijiste que de Armando, Hernán, Fernando y yo, vos eras el menos burgués de los cinco. Provenías de la rancia oligarquía terrateniente y después te casaste con una negra brasileña.
Mirta me decía el placer que era salir con vos a comer y volver fumados tambaleando por Amenábar a La Casona. Cuando escribo esto siento el raro aroma de esa época, mezcla de libertad y de política. ¿Acaso nos equivocamos? Jamás lo diría. Tus transgresiones fueron como el gol con la mano de Maradona. Inatacables.
Escribís admirablemente bien tus novelas y tus libros de psicoanálisis. Siempre decías que eras psicoanalista escribiendo novelas, haciendo el amor o escribiendo esos dos magníficos tomos sobre la vida de Freud con que asombraste al mundo psi.
Y si faltara algo para sentirte cerca, juntos nos fuimos de la APA con Plataforma y tanta gente querida.
Hinchas fanáticos de Independiente los dos. ¡Cómo hablabas de Bocha!
Después de La Casona fuimos a vivir juntos a Oro y Libertador, más aburguesados. Un día en calzoncillos me encontré con una paciente mía que era tu nueva novia. ¿Qué hace doctor por aquí?, me preguntó. El domingo a la noche cocinabas para que juntos con amigos y amigas viéramos el partido de la noche por TV. Pero todos teníamos prohibido haber visto el partido que se jugaba por la tarde, y si sabíamos el resultado teníamos que callarlo. Así eras vos.
Vivimos juntos con David Cooper en La Casona, vos intentabas analizarlo pero siempre terminábamos internándolo.
Tu amor epistemofílico hizo que realizaras como cien laboratorios como integrante por todo el mundo. Siempre querías saber algo más de todo. Preguntabas mucho, siempre preguntabas mucho. Inventaste con todos tus conocimientos el método del shampoo que era una experiencia terapéutica donde vos concurrías a la casa del paciente para realizarla durante 4 o 5 horas.
Lo último que me dijiste fue que estabas escribiendo sobre La Casona y Plataforma. Sos imposible de encasillar, porque siempre traspasabas los límites del sujeto. Siempre eras puro devenir. Puro devenir incapturable. Con tu vejez devenías cada vez más joven, más intrépido. Yo te quiero mucho Emilio. Te debo mucho, porque estar a tu lado siempre era vivir la experiencia de lo insólito, de lo intempestivo, de lo inesperado. De la experiencia vital. Gracias hermano mayor por todo lo recibido. Los Emilio Rodrigué nacen cada 200 años como Maradona. Igual.
* Psicoanalista, autor y director teatral. (Emilio Rodrigué, uno de los fundadores del pensamiento psicoanalítico en la Argentina, murió ayer en San Salvador de Bahía, Brasil.)
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