Sáb 14.09.2002

CULTURA

“Para un escritor, nada peor que la repetición”

El escritor y periodista español Juan José Millás está en la Argentina acompañando la edición de su novela “Dos mujeres en Praga”, ganadora del VI Premio Primavera de Novela 2002 entre 390 obras. En esta entrevista habla del oficio y otras yerbas.

› Por Verónica Abdala

Alguien le dijo una vez, con tono burlón, que él veía entrar una mosca por la ventana y escribía una columna para el diario o un relato. Juan José Millás contestó que ése era un hecho fantástico, tanto para la mosca como para el que la observaba. El escritor y periodista español está seguro de que su vocación está relacionada con esa misteriosa sensación de extrañeza frente al mundo. También cree que, la mayor parte de las veces, la escritura es un intento desesperado por reparar dolores viejos.
“Podría hablarse, en mi caso, de cuando a los 6 años me vi obligado junto a mi familia a abandonar mi lugar original, aquel en el que había nacido, junto al Mediterráneo, junto al sol y el mar, para mudarme a la gran urbe, a la meseta castellana, a Madrid. Pero también de otros momentos asociados a pérdidas universales, a grandes heridas que representan, supongo, el abandono de la infancia”, dice a pocas horas de haber aterrizado en Buenos Aires. “Los escritores, en cualquier caso, buscamos componer mediante la palabra algo que se ha roto en una época remota. Buscamos la visión unitaria de nuestra identidad fragmentada. Y respuestas, claro, algo de verdad en esas historias que imaginamos y protagonizan otros. La literatura es por sobre todo lo demás una forma de conocimiento, de lo que nos rodea y de nosotros mismos.”
Esta vez son cuatro los personajes que cargan con sus preguntas y obsesiones, los cuatro protagonistas de su nueva novela, Dos mujeres en Praga (Planeta) ganadora del VI Premio Primavera de Novela 2002 entre 390 obras. Luz Acaso pretende hallar el sentido de su vida en la biografía que encarga a un periodista, y que terminará siendo, antes que el relato verídico de ciertos hechos, el de aquello que no fue, el de sus fantasías. María José se propone escribir una novela “zurda”, escrita desde ese costado más intuitivo que racional, y avanzar a partir del desconocimiento, antes que apoyándose en sus certezas. Además están Alvaro Abril, escritor en etapa de sequía creativa y autor de la biografía que encargó Luz (que además vive obsesionado con la idea de que es adoptado y pone en cuestión de un modo más amplio el tema de la paternidad), y el periodista narrador de esta historia.
Dos mujeres en Praga, que confirma una vez más la destreza narrativa del escritor valenciano, puede leerse, además de como una novela magnífica, como una inmensa pregunta sobre los límites entre la realidad y ficción. Un tema, por otra parte, que puede rastrearse a lo largo de su extensa obra. Bajo la superficie de su nueva novela late la sospecha o la intuición, de que las fantasías tienen tanto peso en la vida de los hombres como los actos o acciones que éstos realizan. “Aquellos otros que no fuimos y también esos otros que querríamos ser tienen una existencia material que determina parte de nuestras vidas. Yo creo que todos somos hijos de nuestros sueños, y vivimos marcados a fuego por esa distancia que media entre lo que deseamos y lo que conseguimos realizar”, dice Millás.
–¿Esa es la otra cara de la moneda, el lado oscuro de la vida visible?
–Las fantasías determinan lo que es. ¿Quién era el que decía “Cuidado con lo que deseas, que lo puedes conseguir”? Sin embargo, aquello que no llegamos a realizar, también tiene una existencia, se realiza de algún modo, aunque en otro plano. Cada uno de nosotros arrastra sin saberlo a sus fantasmas. El personaje de Luz Acaso, al narrar su vida no a partir de lo que le pasó en verdad sino utilizando sus fantasías como materia prima para la construcción de su biografía, los hace visibles.
–Que todos los elementos de una novela o una biografía, como la que ansía su personaje, sean funcionales a un sentido, ¿es la principal diferencia que mantienen las vidas reales y los libros?
–Pues, creo que sí. Creo que los escritores necesitamos escribir porque buscamos un sentido, y la vida no siempre lo tiene o no lo muestra tan claramente. Las vidas no están al servicio de un sentido, pero en loslibros, si aparece una pistola en la primera página, alguien tiene que matarse en la última.
–¿Será ése el consuelo que esconden los libros?
–Todos buscamos un sentido, y las novelas y los cuentos nos los proporcionan de alguna manera. También lo tiene las biografías, como la de mi personaje: si sacas lo accesorio, todas las vidas encajan en un patrón narrativo, y hasta parecen tener un sentido.
–El personaje de María José, por su parte, pretende escribir una novela desde su costado “zurdo”. ¿Hay un momento en que el escritor siente también la necesidad de desaprender, de desandar el camino para volver a vincularse con aquello que en un principio lo llevó a escribir?
–Sí, por supuesto, para un escritor no hay nada peor que el amaneramiento y la repetición de lo que se domina. Si tienes la suficiente autocrítica como para darte cuenta, debes salirte de ese camino. Hay que hacer como esos pintores que habiendo alcanzado la maestría con su mano derecha, se inclinan por probar con la izquierda, para no repetirse, a no establecer ningún pacto con la realidad. Hay que apostar por lo único seguro, lo único que en cualquier caso podrá garantizar alguna clase de éxito: la posibilidad de volver a sorprenderse.
–Otra de las cuestiones por las que se interroga en el libro es la paternidad, de los hombres, o de las obras de arte. ¿Hasta dónde un escritor es dueño de las páginas que escribe? ¿Puede haber autores indignos de sus propios libros?
–Es verdad que la historia del personaje que se cuestiona sobre su origen, además de posibilitar una lectura literal, metaforiza esa cuestión. Ocurre muy a menudo que decimos cómo este idiota puede haber escrito este grandioso libro. A veces sentimos que ciertos escritores no son más que intermediarios o transmisores, entre ciertas historias y los otros. Yo suelo decir que en una sociedad ideal, utópico pero deseable, la literatura debería ser un servicio público, como la educación, la salud o la justicia. Y los escritores, funcionarios del Estado. Porque una obra firmada no la hace mejor, y además hay padres indignos de ciertas obras.
–Borges le preguntó cierta vez a un crítico que le leyó un viejo poema suyo: “Dígame, ¿usted está seguro que yo escribí algo tan bueno?
–Ja, es muy bueno. A mí también me ha pasado. A veces leo cosas viejas y se me hace que las escribió otro.
–¿De qué obra le hubiera gustado ser el padre?
–Sin dudas, de El Lazarillo de Tormes. Quise adoptarlo, pero no me dejaron.

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