Lun 04.11.2002

CULTURA  › “LA VERDAD DE LAS MENTIRAS”, SEGUN MARIO VARGAS LLOSA

Las buenas novelas dicen la verdad

Está apareciendo en la Argentina un notable libro de ensayos del escritor peruano, que amplía y corrige uno anterior de 1990. El autor de “La ciudad y los perros”, “Pantaleón y las visitadoras”, “La tía Julia y el Escribidor”, “Conversación en la Catedral” y “La fiesta del Chivo” invita al lector a compartir el amor por la literatura y sus maestros, repensándola.

› Por Verónica Abdala

“La ficción nos completa a nosotros, seres mutilados, a quienes nos ha sido impuesta la atroz dicotomía de tener una sola vida y los apetitos y las fantasías de desear mil. Ese espacio, entre nuestra vida y los deseos y las fantasías que le exigen ser más rica y diversa, es el que ocupan las ficciones. En cada una de ellas llamea una protesta.” Las razones que dan origen y sentido a la literatura están en el centro del análisis que el peruano Vargas Llosa propone en La verdad de las mentiras, libro originalmente publicado en 1990, pero que ahora se presenta ampliado y corregido. En esta nueva versión, que suma diez ensayos y un epílogo a la primera, Vargas Llosa profundiza aquella búsqueda, e introduce la posibilidad de pensar la literatura, además de como una suerte de conjuro contra la mediocridad de la existencia –un arma de doble filo, que a la vez que ofrece una salvación temporaria pone en evidencia esa distancia– como una de las formas posibles de rebelarse ante las circunstancias que rodean a los individuos en una época determinada. Un “cuestionamiento radical del mundo”, en sus palabras.
El análisis de las variables que determinan “la verdad” de un cuento o una novela, cuestión que da origen al título, es el que desarrolla en el primero de los textos. “La verdad de una novela depende básicamente de su poder de persuasión, de la fuerza comunicativa de su fantasía, de la habilidad de su magia. Toda buena novela dice la verdad, y toda mala novela miente. Porque decir la verdad para una novela significa hacer vivir al lector una ilusión, y ‘mentir’ ser incapaz de lograr esa superchería”, arriesga, con conocimiento de causa, el autor de obras ineludibles de la narrativa latinoamericana, como La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, Elogio de la madrastra, La tía Julia y el Escribidor, Conversación en la Catedral o La fiesta del Chivo.
En los treinta y cinco ensayos que siguen, Vargas Llosa concentra toda su capacidad de análisis, y su sensibilidad de escritor, en rastrear las claves que determinaron el éxito y la vigencia de algunos de los clásicos del siglo XX. Joseph Conrad (El corazón de las tinieblas), Thomas Mann (La muerte en Venecia), Jaymes Joyce (Dublineses), Virginia Woolf (La señora Dalloway), Francis Scott Fitzgerald (El Gran Gatsby), William Faulkner (Santuario), Henry Miller (Trópico de cáncer), Graham Green (El fin de la aventura, El poder y la gloria), Ernest Hemingway (El viejo y el mar) y Vladimir Nabokov (Lolita) son algunos de los autores cuyas obras el peruano disecciona con ojo entrenado, abriendo sus posibles significados como a través de un prisma.
Cada uno de esos análisis críticos, renueva además la posibilidad de repensar literatura desde una perspectiva más general, como un fondo común “que compartimos como seres humanos, lo que permanece en todos nosotros por debajo del amplio abanico de diferencias que nos separan”. La revelación de esos hilos invisibles que podrían unir todas las vidas, y que en su visión de las cosas son los que esconden las grandes obras, van apareciendo en la medida que el peruano hace foco en ellas, en un diálogo que trasciende las fronteras geográficas y temporales.
La literatura y la vida (firmado en Lima, en abril del 2002), el último ensayo del libro, le sirve a su vez de plataforma para pensar los libros como probables espejos, que “vinculan a los hombres, obligándolos a dialogar y haciéndolos conscientes de un patrimonio común, de un mismo linaje espiritual que trasciende las fronteras del tiempo”. Este texto resume algunas ideas sobre el presente y el futuro del libro, e intenta responder también esa pregunta qué tanto irritaba a Jorge Luis Borges -”¿Y para qué sirve el canto de los pájaros?” retrucaba éste cuando le preguntaban “¿para qué sirven las ficciones?”–, la relacionada con las justificaciones prácticas de la literatura.
Una de las hipótesis que arriesga el peruano, en este sentido, es que la riqueza conceptual y de vocabulario al que contribuye la lectura determina un horizonte imaginario más promisorio, una mayor capacidad intelectual yalgunas herramientas para comprender eso que vulgarmente se llama realidad. Acaso para tolerarla.

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